Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 19 de octubre de 2014 Num: 1024

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La Teoría de la
Gravedad Extendida y
el bestiario cósmico

Norma Ávila Jiménez

1914-2014: cien años
de intensidad

Enrique Héctor González

De rocanrol y
otras marginalidades

Porfirio Miguel Hernández Cabrera
entrevista con Carlos Arellano

Jack Kerouac, realidad
y percepción literaria

Xabier F. Coronado

Marosa di Giorgio
diez años después

Alejandro Michelena

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Columnas:
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Paso a Retirarme
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La Jornada Semanal

 

Ana García Bergua

Fosas

En verdad que me hallaba justo al borde
del valle del abismo doloroso,
que atronaba con ayes infinitos
.
Dante, Infierno

Cada que aparecen fosas criminales en este país, desde la dantesca con trescientos cadáveres en Tamaulipas durante el sexenio anterior, hasta el hallazgo reciente de los cuerpos de los normalistas asesinados por policías en Ayotzinapa, Guerrero, pasando por las atrocidades que hemos leído en Chihuahua, Coahuila, Sinaloa, Michoacán, Veracruz, etcétera, uno siente que todo está carcomido y a punto de derrumbarse, que el terror (“fálico y agresivo”, diría Octavio Paz) da paso al horror, ese lugar vacío y abismal donde se termina la esperanza. Dos sexenios van de este terror sin nombre que hay quienes lo explican por la inhumanidad del capitalismo actual, el neoliberalismo que le llaman, y la descomposición política a grados pestilentes que padecemos, pero más allá de las causas económicas y sociales no deja de sobrecoger esa parte de la naturaleza humana que asoma en la barbaridad de las ejecuciones. Antes el mundo entero se estremecía con los crímenes de Jack el Destripador; ahora hay destripadores igual de enfermos por todas partes y por lo visto a los gobernantes no les acaba de parecer del todo mal si tienen algo que ver con sus intereses económicos o políticos. Escuchaba ahora (hoy que escribo esto es 9 de octubre y ayer tuvimos eclipse de luna, la luna roja de Wozcek) una entrevista en el programa de Aristegui a un político ya muy desprestigiado que explicaba que los policías o sicarios-policías que asesinarían a los estudiantes de Ayotzinapa los habrían confundido con sicarios del bando contrario, de ahí la saña, de ahí el horror. Yo me quedé pensando: ¿y si hubieran sabido que eran estudiantes normalistas, habrían sido más humanitarios?, ¿existe la humanidad en algo así? Este hombre (Bejarano), explicaba que esas barbaridades son su modo de mandarse mensajes. Peor que las de un animal muy salvaje que sólo devora para saciar su hambre, pensé. El león hinca los colmillos en el cuello del venado y se lo come, no lo tortura. En el sexenio anterior corrieron imágenes escalofriantes de lo que son capaces de hacer los seres humanos y ahora de nuevo vimos el rostro de la muerte en un estudiante, en un país muy distinto: en 1968 todavía una amplia porción de la sociedad reconocía el horror. Ahora despertamos por turnos, como ocurrió con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que logró la Ley de Víctimas; el problema es que las víctimas siguen y siguen, en medio de una especie de acostumbramiento adormecedor y brutal. Durante los años de la Revolución, unas partes del país se iban ensangrentando mientras en otras la vida transcurría más o menos igual. No había tantas comunicaciones ni mucho menos; los periódicos consignaban los avances de los distintos (muchos) bandos y facciones, y quien no leía no se enteraba si no pasaban por sus tierras, hasta que la mecha prendida se generalizó. Además, tardaban en llegar. Es paradójico que ahora nos enteramos de todo al minuto y hasta opinamos y elevamos la voz, como antes se decía, pero se siente inútil. Ojalá y ya no lo sea. Dirán que la masacre de Ayotzinapa, como Aguas Blancas, como la otra, serviría para detener esto. Yo no creo que las masacres sirvan para nada (y tampoco lanzarle piedras al ingeniero Cárdenas). Tampoco sirve un orden militar que se usa para reprimir y coludirse a ratos con los malos. Serviría un estado de derecho al que los ciudadanos nos pudiéramos acoger, sin corrupción y sin reveses, sin que los políticos, los funcionarios, los policías, se vendieran al crimen. Un “lado de aquí”, mayor al de esa oscuridad.


Ilustración de Juan Puga

Yo no entiendo grandes cosas de política (lo cual en el fondo no me disgusta, pues las elucubraciones de ese género tienen mucho de engaño y de serpiente que se muerde la cola) y seguramente cuando salga esta columna ya se sabrán más cosas: no sé si habrá más manifestaciones por todo México y por todo el mundo –ojalá–, si las exigencias de esclarecimiento de los hechos habrán logrado su cometido, si será el comienzo de una gran campaña de desbarbarización de nuestro país. Ojalá y dentro de dos domingos, los lectores podamos decir que algo se logró con las protestas, que por fin se vio la dimensión enloquecida de este horror que deja sin esperanzas a los jóvenes de nuestro país. Y que las fosas dejen de hablar su siniestro idioma.