Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 19 de octubre de 2014 Num: 1024

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La Teoría de la
Gravedad Extendida y
el bestiario cósmico

Norma Ávila Jiménez

1914-2014: cien años
de intensidad

Enrique Héctor González

De rocanrol y
otras marginalidades

Porfirio Miguel Hernández Cabrera
entrevista con Carlos Arellano

Jack Kerouac, realidad
y percepción literaria

Xabier F. Coronado

Marosa di Giorgio
diez años después

Alejandro Michelena

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Ricardo Guzmán Wolffer

Tutuola y los muertos vivientes

Mientras la muerte y su extensión se reinterpretan con la variante del zombi, donde simplemente se trata de establecer la motricidad del cadáver, a veces con consciencia, la lectura de otras paráfrasis hace palidecer a esta moda literaria occidental sorprendentemente asumida por un público que ha logrado, por ejemplo, romper en México el récord mundial de la “marcha zombi”, donde más de 150 mil disfrazados deambularon por las calles.

La elucidación literaria de esa constante humana, en otras latitudes, establece, por lo menos, las limitantes del presupuesto occidental del zombi. Con su primer libro, El bebedor de vino de palma, Amos Tutuola (Nigeria, 1920-1997) muestra que esa visión apenas es suficiente y que las posibilidades son infinitas.

En El bebedor... hay muchos difuntos que parecen estar vivos: funcionan como antes de morir, pero estamos ante una figura esencialmente distinta del zombi occidental contemporáneo. Habrá quien diferencie los muertos de Tutuola al argumentar que se trata de mitología africana, precisamente la yoruba, en contraposición al zombi occidental, donde escritores y cineastas parecen carecer de cualquier concepto de historia del género. Y tal vez tengan razón, pues la narración de Tutuola aparenta ser la transcripción de una larga tradición oral africana, pero no es así. El autor nigeriano involucra su propia imaginación y el personaje narrador de El bebedor... deambula por muchos reinos de muertos, de semimuertos y de dioses para buscar a quien le preparaba ese vino de palma. Al principio, ante las cantidades de vino que bebe sin dificultad, suponemos que se trata de un viaje por el personal inframundo alcohólico; pronto advertimos cómo va más allá de una alucinación. El bebedor deambula por montañas y caminos para toparse con seres mágicos. Los fallecidos tienen sus distintos pueblos y se mezclan con deidades. Incluso el narrador en algún momento se autonombra como “El padre de los dioses que todo lo puede” y eso le permite cambiar de forma y aplicar conjuros y magia para salvarse, junto con su esposa, de muchos seres capaces de golpearlos, comérselos y cosas peores.


Ilustración de Claudia Scatamacchia

La muerte en la obra de este autor africano es un bien, una propiedad del personaje: cuando él y su esposa están por entrar a un reino fantástico más, por prudencia venden su muerte y alquilan su miedo. Gracias a esa venta logran pasar por muchos trances, ciertos de que sobrevivirán; podría ser una muestra más de que son dioses, pero en ello radica la diferencia central literaria: entra y sale de la condición humana, por propia decisión: es una alegoría del valor y de la certeza de saberse hombre en ese mundo de muertos, de dioses malvados y de animales fantásticos, capaces todos de transformar a una persona en un objeto o un animal; el bebedor enfrenta dolores y peligros con la certeza de que no morirá, pues su autoconfianza le hace capaz de sentirse y actuar como “el padre de todos los dioses”. Así, la muerte es un tránsito, pero también una decisión de ese contador de cuentos: muy distinto del zombi occidental, mero recipiente de la vida cerebral y que, al morir, sólo puede deambular y comer a otras personas. El bebedor entra y sale de los reinos fantásticos. En otro momento atrapa a la muerte y la entrega a cambio de información. El hombre se siente parte de la naturaleza y ese tránsito a la muerte es amistoso e incluso reivindicador: cuando en uno de los reinos se topa con los niños muertos, éstos son capaces de agredir al narrador y hacerlo sangrar por los sufrimientos infantiles padecidos en vida por aquéllos. Las mujeres deben ser recatadas hasta en la muerte: por seguir a un caballero, la joven desobedece a su padre y cae en las redes de ese fantasma que en realidad tiene todo el cuerpo formado con partes alquiladas, mismas que devuelve hasta quedarse en la cabeza, de la que lentamente también regresa carne y órganos, hasta quedar en la sola calavera.

Sus posteriores obras, especialmente Mi vida en la maleza de los fantasmas, muestran a un autor más consolidado y que incluso reflexiona sobre el bien y el mal a partir de la mirada infantil del narrador. Pero El bebedor... deja en claro el alcance de esa versión africana, donde la muerte es parte de la integración humana con el universo y no la otra postura, la del zombi, donde el cuerpo es un cascarón que debe ser violentado para suponerlo útil después de la inconsciencia.

La fantasía africana que se muestra universal.