Opinión
Ver día anteriorMiércoles 22 de octubre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Hong Kong: descontento e historia
D

espués de tres semanas de disturbios y enfrentamientos entre manifestantes y policías, la crisis política en Hong Kong parecía encaminarse a una posible vía de solución por medio del diálogo. En esta lógica representantes de los inconformes y de la autoridad local se reunieron –por primera vez desde el inicio de las protestas– en un encuentro abierto frente a las cámaras de televisión. Resulta pertinente ubicar en su contexto el movimiento democratizador y la reunión de ayer.

A primera vista las revueltas estudiantiles en el antiguo enclave británico podrían evocar esos movimientos disímiles que han sido englobados con el nombre de primaveras árabes, el surgimiento de los indignados en España y el movimiento Ocupa Wall Street. No es prudente, sin embargo, caer en la tentación de las analogías fáciles: a diferencia de los fenómenos mencionados, el descontento de los jóvenes de Hong Kong no tiene carácter nacional, sino se desarrolla en un marco por demás singular: el estatuto de esa región china, que se encuentra bajo el control político directo de Pekín pero que conserva una economía heredada de la ocupación inglesa.

Cabe recordar, en efecto, que mientras en la mayor parte el territorio chino se desarrollaba una revolución anticapitalista, Hong Kong se fue convirtiendo en centro de maquila y, posteriormente, en centro financiero internacional de gran importancia. En 1997, cuando los ocupantes británicos no tuvieron más remedio que devolver la soberanía del enclave a la nación asiática, se negoció un estatuto regido por la lógica de un país, dos sistemas, en el cual habrían de convivir el control político de un gobierno oficialmente comunista –por más que en ese entonces ya hubiera abandonado los principios de la economía planificada– con el capitalismo financiero internacional. El estatuto concedía a los ciudadanos del enclave un derecho de voto muy limitado, acotado a los candidatos aprobados por China. Y es precisamente esa limitación –ciertamente impresentable según los parámetros de la democracia occidental– el objeto de las protestas en curso.

En estricto sentido, la contradictoria situación institucional de Hong Kong es una de las herencias nefastas del colonialismo y del neocolonialismo. Es pertinente mencionar que el proceso de reunificación nacional china, aún incompleto, ha ocurrido, en buena parte, en el contexto de la guerra fría, en la que los gobiernos occidentales recurrieron al pretexto de la contención del comunismo para mantener bajo su control directo –Hong Kong– o indirecto –Taiwán– enclaves territoriales de la gigantesca nación oriental y que, en consecuencia, tales regiones no pudieron participar en los procesos de transformación nacional de varios signos que se desarrollaron en la parte principal de China y que han desembocado, en las décadas recientes, en el paradójico establecimiento de un capitalismo facilitado por el férreo dominio político ejercido por el Partido Comunista.

En tales circunstancias, es lógico suponer que la renuencia de Pekín a conceder plena libertad democrática a Hong Kong se origine en el temor a, por una parte, el contagio a todo el territorio de las demandas de democratización y, por el otro, a la eventual alineación de gobernantes locales independientes con los intereses injerencistas que nunca han dejado de operar en Asia oriental.

Más allá de esas consideraciones, los habitantes del antiguo enclave británico tienen el derecho inalienable a decidir su forma de gobierno y, tarde o temprano, Pekín tendrá que aceptar el ejercicio de ese derecho. Cabe esperar, en lo inmediato, que ambas partes se comporten con mesura y contención y sean capaces de delinear, en los encuentros del momento presente, la ruta de un proceso de democratización aceptable para ambas partes.