Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de octubre de 2014 Num: 1025

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Antonio Cisneros
como cronista

Marco Antonio Campos

Los amores de Elenita
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Elena Poniatowska

Retrato de Dylan Thomas
Edgar Aguilar

En mi oficio o ceñudo arte
Dylan Thomas

Presencia y desaparición
del mundo maya

Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Jorge Moch
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Vigencia de Voltaire

Hace un par de semanas encontré pavorosamente vigente la mordaz crítica de Voltaire a la sociedad de su tiempo y lo cité a propósito de tanta podredumbre que nos brota a flor de suelo, tanta corrupción como la del siglo XVIII. Tres siglos y seguimos igual que el mundo del pobrecillo Cándido. Lo releo y parece que el rijoso filósofo parisino nos dicta una crónica del México de hoy en el que ante la molicie de los pobres que se rebelan las buenas conciencias arrugan la nariz y miran hacia otro lado, empezando por aquellos que deberían ser los primeros en lanzar el alarido: los gobernantes, el alto clero, los que dicen llevar las riendas.

Alguien hágale un favor a Enrique Peña Nieto y otro mayor a todos los mexicanos que nos vemos obligados a hundirnos con él. Alguien tenga conmiseración y explíquele en los más sencillos términos que no vamos por felices rumbos, ni viento en popa, ni arribando a buen puerto; que lo pierde – y de paso nos lleva a millones en el tropiezo– esa mezcla de arrogancia y narcisismo que parece que en cuanto llegan a Los Pinos causa sordera y ceguera a los presidentes en México; si siquiera le causara mudez, pero siempre va soltando obviedades y bobadas de Perogrullo. Anuncia el rumbo y nos pierde a todos… Si se perdiera solo nadie le reclamaría nada, pero lleva demasiada tripulación a bordo. Y forzada, además, porque muchos somos los pasajeros que nunca lo hubiéramos puesto al mando, aunque queda claro que para él somos carga, no pasaje. Pero tuvo suerte y amigos poderosos en la corte de la reina, esa señora de dos cabezas que tiene hipnotizado al reino entero y que lo multiplicó constantemente en las pantallas de televisión de los hogares mexicanos y lo hace aparecer hasta en la sopa: las televisoras, astutas arúspices de los negocios por venir si controlaban la Presidencia, convertidas en burdos pregoneros. Algunos hubo que sí lo eligieron por tontos, porque prefirieron cifrar su futuro en el oropel o la mísera paga de unos pesos a cambio del voto y, como dijo Lino: “la sociedad se jodió cuando decidimos que nos gobernara no el más sabio, ni el más inteligente, sino el más popular” para inaugurar otro de esos dichos breves pero certeros: carita mata futuro. Resultó además tramposillo, porque nunca enseñó en campaña sus verdaderas cartas de navegación, las que le abrirían las puertas a la flota extranjera, las que ocultaban el esquinazo de regresar en muchedumbre al vasallaje que creíamos dejado atrás porque por años nos dijeron que los sátrapas estaban en libros de historia, no en boletas electorales, y que México había cambiado desde hace quince años y las masacres, la persecución, la censura serían cosas de un ayer siniestro pero que es un hoy más torvo, más salvaje, más cruel y por increíble que parezca, más violento…

Vamos como se iba a pique el barco aquel cuyo naufragio cruel inaugura el capítulo quinto con Cándido pasmado de susto, según la versión de 1848 que tradujo al español Leandro Fernández de Moratín: “La mitad de los pasajeros, débiles, moribundos, entre las convulsiones que causan los balanceos de una embarcación agitada en direcciones opuestas, carecía del vigor necesario para sentir en aquel inminente peligro. La otra mitad daba gritos y hacía promesas. Las velas se habían hecho pedazos, caían los mástiles, el barco se iba abriendo, nadie gobernaba, trabajaban pocos, ninguno se entendía”.

Acá tampoco ninguno se entiende. Muchos gritamos y otros pocos pontifican con grave, estudiado gesto, la bondad presunta pero inconsútil de los golpazos de timón. Y mientras Peña promete, y aclama, y alza los brazos y nos agradece la bondad de escucharle como si siguiera en campaña el país se sigue deslizando a la fosa común. Y ni siquiera es que escuchemos al capitán de agua dulce, es que estamos indecisos, asombrados, estupefactos porque vemos hacer agua por todos lados y él y su cohorte de rascadestos con fuero y guaruras creen que el viento está en popa y la mar propicia. Y propicia es, pero para los tiburones que circundan lo que nos queda de maderaje, saboreando por adelantado sus jugosos mordiscos, haciendo cálculos de muchos ceros porque para ellos nunca seremos patria ni raza ni efeméride, sino negocio. Nada más que negocio. Y así va este país, dividido y a la deriva en derroteros calculados pero no por nosotros, sino de diseño extranjero: la geopolítica no perdona la ingenuidad, ni las buenas intenciones, ni la ardorosa defensa del honor. Ni la ética.

Ni la más elemental decencia, pues.