Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 26 de octubre de 2014 Num: 1025

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Antonio Cisneros
como cronista

Marco Antonio Campos

Los amores de Elenita
Paula Mónaco Felipe entrevista
con Elena Poniatowska

Retrato de Dylan Thomas
Edgar Aguilar

En mi oficio o ceñudo arte
Dylan Thomas

Presencia y desaparición
del mundo maya

Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Ricardo Venegas
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Bradbury, Baudelaire y las hermanas
de la inspiración

Ray Bradbury, en un maravilloso ensayo titulado “Cómo alimentar a una musa y conservarla” (contenido en su libro Zen en el arte de escribir) afirma: “Lo que para los demás es El Inconsciente, para el escritor se convierte en La Musa. Son dos nombres de lo mismo”, y más adelante, entre anécdotas personales que iluminan el camino de los lectores, propone una “dieta”, una lista de “alimentos” para nutrir a la Musa, comenzando por la Poesía: “Lea usted poesía todos los días. La poesía es buena porque ejercita los músculos que se usan poco. Expande los sentidos y los mantiene en condiciones óptimas. Conserva la conciencia de la nariz, el ojo, la oreja, la lengua y la mano. Y, sobre todo, la poesía es metáfora o símil condensado. Como las flores de papel japonesas, a veces las metáforas se abren a formas gigantescas.” A este consejo le siguen otros: la lectura de ensayos, cuentos y novelas, sin atender a los prejuicios de los críticos o las modas y tendencias que abundan en cada época: “no dé la espalda, por dinero, al material que ha acumulado en una vida”; “no dé la espalda, por la vanidad de las publicaciones intelectuales, a lo que usted es; al material que lo hace singular, y por lo tanto indispensable a los otros”.

Este ensayo no sólo resulta fascinante por su lucidez y claridad sino también por la insistencia manifiesta en que todo escritor debe tener “hambre de vida” y, ante todo, disciplina: “La Musa debe tener forma. Escribirá usted mil palabras al día durante diez o veinte años a fin de modelarla, aprendiendo gramática y el arte de la composición hasta que se incorporen al Inconsciente sin frenar ni distorsionar a la Musa.” Estas afirmaciones me hacen recordar las palabras de Charles Baudelaire cuando, en un texto titulado “Consejos a los jóvenes literatos”, afirmaba: “La orgía ha dejado de ser la hermana de la inspiración: hemos anulado este parentesco adúltero. […] Un alimento muy sustancioso pero regular es lo único que necesitan los escritores fecundos. La inspiración es, decididamente, hermana del trabajo cotidiano. Esos dos opuestos no se excluyen, como no se excluyen todos los opuestos que constituyen la naturaleza. La inspiración obedece, como el hambre, como la digestión, como el sueño.” Ambos autores aluden al trabajo creativo como un acto fisiológico, en el que el cuerpo y sus necesidades participan de la organización de un sistema mucho más complejo, motivado por la voluntad individual, en donde la disciplina o el “trabajo cotidiano” poseen un lugar central en la construcción de una obra, resultado de un arduo esfuerzo y de una “dieta” rica en propiedades literarias y vitales. Tanto Bradbury como Baudelaire ofrecen a los escritores, en este par de textos, un puñado de oro en palabras, una didáctica y una ética que muchos autores olvidan o, simplemente, ignoran.