Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 2 de noviembre de 2014 Num: 1026

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Robert Howard,
Lovecraft y
Solomon Kane

Ricardo Guzmán Wolffer

La precursora
Doña Sebastiana

Fabrizio Lorusso

Buganvilia
Leandro Arellano

Margo también recuerda
Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Margo Glantz

Henri Matisse: el ritmo
del movimiento detenido

Germaine Gómez Haro

Terry Bozzio, baterista
Saúl Toledo Ramos

Leer

Columnas:
Perfiles
Gaspar Aguilera Díaz
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Para Alonso Arreola, con respeto

Decía la publicidad que uno podía olvidarse fácilmente de la batería de Neil Peart –percusionista de Rush– cuando se viera la de Terry Bozzio. Lo cierto es que ambos músicos poseen sendas megaarquitecturas, edificadas con una increíble cantidad de instrumentos de percusión que, por mucho, rebasan la tradición del tom, los platillos, el bombo y las tarolas. Además, ambas cuentan con aditamentos acústicos y electrónicos que le dan variedad y profundidad a sus propuestas.

Pero ¿quién es Terry Bozzio? San Francisco California lo vio nacer en 1950. Allá inició sus estudios como baterista. En 1975, luego de una audición, fue aceptado para tocar en la banda del legendario Frank Zappa. Sostiene Wikipedia que “Bozzio se hizo famoso por poder interpretar ‘The black page’, de Zappa, pieza musical compuesta para ser la pesadilla de cualquier músico, una partitura tan rellena de notas que la hace parecer prácticamente negra”.

En los años ochenta del siglo pasado, Bozzio formó Missing Persons, banda de corto aliento que obtuvo éxito limitado en Estados Unidos. Luego se embarcó en distintos proyectos de ensambles de jazz y fusión y tocó para grupos como Korn y Fantomas. Durante un tiempo viajó por Europa y vivió algunos años en Japón, cuyas tradiciones lo ayudaron a expandir su horizonte musical y le aportaron diversos artefactos sonoros que engrandecieron su ya de por sí monstruosa batería. ¿Influencias? La mayoría de los actuales bateristas responde diciendo los nombres de John Bonham (Led Zeppelin) o Keith Moon (The Who). Bozzio, en cambio, habla de los maestros del barroco: Buxtehude, Telemann, Corelli.

Bozzio tiene sesenta y tres años. La gira que lo ocupa ahora es ni más ni menos que para celebrar el cincuenta aniversario de su primera presentación. Si nos atenemos a la tiranía del tiempo diremos que, no obstante su vigencia y sin menospreciar sus actividades presentes, su mejor momento fue durante la segunda mitad de los años setenta, cuando formaba parte de la banda de Frank Zappa. Notamos, por tanto, que la mayor parte de los presentes en el concierto al que asistimos tienen entre cincuenta y sesenta y pico de años.

Actualmente Bozzio vive en Austin, Texas, en la calle Cuernavaca, en una colina cercana a la avenida Bee Caves; ahí se encuentra One World Theatre, escenario donde el músico ofreció este concierto.


Ilustración de Juan G. Puga

El recinto es pequeño (un aforo para trescientas personas sentadas) y está diseñado de tal forma que es posible ver el stage desde cualquier punto. Un sesentón de pelo cano y prominente barriga, que usa sombrero, una playera con el rostro de Frank Zappa estampado y un inverosímil pantalón de colores fluorescentes, dice, o más bien grita, para que lo escuche la mayor cantidad de gente posible, que él estuvo presente en un concierto de Zappa en la década de los setenta y que Bozzio era el baterista de aquel conjunto. Para no quedarse atrás, una pareja afirma que también ellos presenciaron una audición del guitarrista. Pero antes de que puedan continuar narrando sus vivencias, las luces fenecen y el hechizo inicia.

Delgado y alto, vestido de negro y peinado al estilo de los ochenta, es decir, despeinado, Bozzio toma lugar tras los tambores. Además de la tradicional batería hay dos estructuras metálicas, una a sus espaldas, otra de frente, de las que penden platillos y gongs de distintos tamaños. Alrededor, no muy cerca del músico, hay más tambores. Uno piensa que son mero adorno, parte del decorado. Pero a medida que avanza el recital se cae en la cuenta de que los pedales tienen extensiones para que todos y cada uno de ellos sean tocados. En una mesa hay sonajas y campanas de diversa envergadura. En el costado derecho hay una caja, de la que Terry habrá de extraer rítmicos sonidos ayudado sólo por las palmas de sus manos. En el ala contraria se ha colocado un pedestal sobre el que hay un objeto que no es otra cosa que una batería electrónica, la cual, no obstante su tamaño, está llena de cadencia y ritmo.

Sonidos metálicos, agudos y graves; redobles. Campaneo intenso fundiéndose con explosiones de platillos y lamentos de tarolas. Chispear de castañas danzando con la gravedad sublime de los gongs. Dulces sonidos de marimbas. Es imposible pensar, si no lo ve uno mismo, que un solo hombre sea capaz de organizar tal discurso sonoro.

No se trata de un solo de batería: son melodías con personalidad propia. Todas suenan diferente. Unas son como tormentas, otras parecen rugidos y voces de animales; algunas más semejan el crepitar del fuego. Cada golpe de baqueta está justificado, cada nota; no sobra ni falta nada.

El público viaja, se deja arrastrar por este torbellino de sonidos cuyo vórtice es el artista en el centro del instrumento. Bozzio utiliza todo su cuerpo para el ritual en el que se halla. Las expresiones de su rostro reflejan la emoción que experimenta al hacer su música.

Llega la hora del último repique.; del final. Se vacía la sala pero su espacio aún se agita. La música todavía hace eco en nuestros interiores y altera nuestros sentidos.