Opinión
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Astillero

Tlatlaya, no se olvida

¿Y los altos mandos?

Edomex bajo fuego

Gracias a Jorge Saldaña

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ALTAR DE MUERTOS PARA LA JUSTICIA. Integrantes del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) colocaron una ofrenda a las puertas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ante la negativa del máximo tribunal a aprobar la consulta de ese instituto político sobre la reforma energéticaFoto Cristina Rodríguez
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a evidente desproporción entre atacar a jóvenes estudiantes de una normal rural o hacerlo contra otros jóvenes presuntamente miembros de una banda del crimen organizado (así se le llama de manera generalizada) ha permitido a la masacre de Tlatlaya, estado de México, mantenerse en un segundo plano respecto de la de Iguala, Guerrero, aunque los ribetes de la ejecución de 22 supuestos delincuentes pudieran resultar incluso peores en cuanto a responsabilidad directa y sostenida del gobierno federal encabezado por Enrique Peña Nieto, por cuanto significaron la confirmación extrema de una política (también criminal, también organizada) de ‘‘limpieza social’’ practicada por las fuerzas armadas del país y exhibieron una sancionable red de complicidades entre élites políticas (incluyendo a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, cuyo titular busca tranquilamente un nuevo periodo de consumo presupuestal).

En Tlatlaya se cometió otro crimen de Estado, pero las circunstancias han permitido a dos mexiquenses, Eruviel Ávila y Enrique Peña Nieto, administrar la crisis e ir arrojando retazos expiatorios para aparentar medidas justicieras. Ayer se informó que la Procuraduría General de la República ‘‘cumplimentó’’ órdenes de aprehensión contra siete elementos de tropa acusados de diversos delitos, tres de esos militares específicamente acusados de homicidio calificado. Pero, a pesar del revoloteo documental que puedan armar la PGR y los jueces civiles, los presuntos culpables están en prisión militar y sujetos a las disposiciones administrativas o discrecionales de los altos mandos castrenses. Ante las dimensiones de esa barbarie, cuya difusión también ha rebasado las fronteras, el ocupante actual de Los Pinos y el general a cargo de la Secretaría de la Defensa Nacional han hecho discursos impecables para proclamar respeto apasionado a los derechos humanos y resplandor inequívoco del imperio del estado de derecho.

No es fácil, sin embargo, atribuir los hechos de Tlatlaya solamente al desbordamiento individual de ánimos de ciertos integrantes de la base de una pirámide de mando que castiga con rigor extremo las desobediencias. Tampoco es posible olvidar o hacer a un lado que a lo largo del país se suceden los ‘‘enfrentamientos’’ entre grupos delincuenciales que son ‘‘abatidos’’ por fuerzas armadas (Sedena o marinos) que sufren bajas ínfimas o resultan absolutamente indemnes a pesar de que con frecuencia esos grupos gubernamentales, según la narrativa oficial, son atacados por sorpresa o emboscados por bandas que cuentan con armamento de primera línea.

En Tlatlaya no hay altos mandos involucrados ni acusados, como tampoco los hay en Iguala, donde pareciera que la conversión de terrenos cercanos a la ciudad en multitudinarios cementerios clandestinos se produjo sin que la ‘‘inteligencia’’ militar supiera algo, ignorante también del predominio público y notorio de determinados bandos criminales, en el caso los Guerreros Unidos y sus asociados políticos, como el presidente municipal y su esposa.

En el estado de México, por lo demás, se vive una imparable espiral de violencia criminal contra mujeres y, en general, contra ciudadanos indefensos que están a dos fuegos: el de los cuerpos policiacos mayoritariamente controlados por los cárteles dominantes de cada región, y el de estos cárteles propiamente. El desgobierno de Eruviel es agravado por las riñas políticas con el peñismo, aunque los priístas cálculos electorales para el año venidero hacen que la cruda realidad mexiquense sea mediáticamente diluida.

En ese contexto funerario adjudicable a los malos gobiernos y sus relaciones complicitarias con la delincuencia ya también gobernante, el Día de Muertos celebrado ayer tuvo una connotación distinta al alegre ingenio tradicional. Peor que la muerte es la incertidumbre y aún más si ese desconocimiento de la verdad pasa por el martirio incesante de la presunción fundada de que los seres queridos pueden estar sufriendo o sufrieron agresiones salvajes. En el ánimo nacional estuvo presente ayer el recuerdo de los muertos en general, pero particularmente el de los seis jóvenes asesinados en Iguala y la demanda incesante de que aparezcan vivos los 43 que siguen desaparecidos, al igual que los gobiernos encargados de encontrarlos y hacer justicia.

Otro mandatario local, el del Distrito Federal, logró salir adelante de una operación a corazón abierto que le fue practicada este fin de semana. Miguel Ángel Mancera ha sido un deportista aplicado y su condición física le permitió una recuperación extraordinaria, según el parte médico. Los riesgos quirúrgicos a que estuvo expuesto llevaron a Los Pinos a ofrecer a sus propios médicos y a proponer el traslado de Mancera al Hospital Militar. Sin embargo, todo se desahogó en el establecimiento privado ABC, donde horas después de la operación el propio paciente envió un comunicado e incluso habló brevemente ante la prensa por teléfono móvil, con lo que se atajó cualquier posibilidad de licencia médica y nombramiento de un encargado del despacho en el GDF.

Entre otros méritos, Jorge Saldaña tuvo el de mostrar de manera incansable y con gran profesionalismo el buen uso que los medios electrónicos de comunicación pueden tener en cuanto a difusión cultural y debate político. Con un estilo sin concesiones a lo ramplón, siempre analítico y puntilloso, el nacido en Banderilla, Veracruz, el 5 de enero de 1931 condujo programas en radio y televisión que perduran en la memoria (Anatomías, Sopa de letras, Sábados con Saldaña, Nostalgia y el postrer Añoranzas, entre otros) pero que invariablemente suscitaron la incomodidad censora de los dueños y directivos de esos medios. El ejercicio de independencia editorial y de sentido crítico de Jorge Saldaña se enaltece históricamente frente a lo que durante décadas ha sido el manejo político-empresarial de la televisión y la radio. Gracias, Jorge.

Y, mientras Eugenio Derbez, estrella de Televisa, ha expresado al periodista Jorge Ramos, en Univisión (de Televisa), su vergüenza y dolor por un México de corrupción y de impunidad en el que ‘‘ni siquiera tu presidente es capaz de poner orden’’ (http://bit.ly/1wqI8PC), ¡hasta mañana!

Twitter: @julioastillero

Facebook: Julio Hernández