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Victoria de la izquierda en Brasil: consecuencias mundiales
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l 26 de octubre la presidenta Dilma Rousseff, de Brasil, del Partido dos Trabalhadores (PT), ganó la reelección en la segunda ronda de votación por escaso margen contra Aécio Neves, del Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB). Pese al nombre de PSDB, ésta fue una clara confrontación izquierda-derecha, en la que los votantes por lo general eligen su posición de clase, pese a que los programas de ambos partidos estén, en muchos frentes, más centristas que izquierda o derecha.

Para entender lo que esto significa debemos analizar la política de Brasil, que es algo especial. La política brasileña está más cerca de Europa occidental que de Norte América, que casi cualquier otro país en el sur global. Como en los países del norte global, las contiendas electorales se reducen finalmente a una lucha entre los partidos de centro izquierda y centro derecha. Las elecciones tienen una regularidad y los votantes tienden a sufragar por los intereses de su clase, pese a las políticas centristas en ambos partidos principales, que comúnmente se rotan en el poder. El resultado es una constante insatisfacción de los votantes con su partido, y hay intentos constantes de la izquierda o la derecha reales por empujar las políticas en su propia dirección.

El modo en que estos grupos de izquierda o derecha emprenden sus esfuerzos, depende un poco de la estructura formal de las elecciones. Muchos países tienen, de facto, un sistema de dos rondas. Esto permite que la izquierda y la derecha hagan contender a sus candidatos en la primera ronda y después se rejunten con el voto del partido principal en la segunda ronda. La excepción importante a este sistema de dos rondas es Estados Unidos, cuyas fuerzas de izquierda y derecha entran en los partidos principales y luchan desde dentro.

Brasil tiene un rasgo excepcional. Mientras que en todos estos países los políticos cambian de partido de tiempo en tiempo, en casi todos los países esto significa un grupo diminuto. En Brasil este alternar partidos ocurre a diario en la legislatura nacional, donde ningún partido principal tiene, normalmente, más que una pequeña pluralidad de los votos. Esto fuerza a los partidos principales a invertir una enorme energía en la constante reconstrucción de las alianzas y da cuenta de una corrupción algo más visible, aunque es probable que ésta no sea mayor que la corrupción real en otras partes.

En esta elección, el PT sufría la creciente desilusión de sus votantes. Una candidata de un tercer partido, Marina Silva, intentó ofrecer una vía media. Era conocida por tres cualidades: una mujer ambientalista, evangélica, que no es blanca y proviene de orígenes muy pobres. En un principio su campaña pareció levantar. Pero en cuanto comenzó a proponer un programa muy neoliberal, su popularidad se colapsó y los votantes regresaron a Neves, un derechista más tradicional.

Las desilusiones con el PT se centran en que le ha sido imposible romper estructuralmente con la ortodoxia económica, en que no ha podido llevar a cabo sus promesas respecto de la reforma agraria, las preocupaciones ambientales y la defensa de los derechos de los pueblos indígenas. Reprimió también algunas manifestaciones populares de los movimientos de izquierda: la ocasión más notable ocurrió en junio de 2013. Pese a esto, los movimientos sociales de la izquierda unieron fuerzas y de un modo muy fuerte apoyaron al PT en la segunda ronda.

¿Por qué? Por los fuertes aspectos positivos de los 12 años de gobierno del PT. Primero que nada, el que existiera una bolsa familiar expandida grandemente, que pagaba una asignación mensual a la cuarta parte más pobre de la población brasileña, significativamente mejoró su vida diaria. Segundo, esto casi no lo menciona la prensa occidental, la política exterior brasileña fue muy exitosa –gracias a su importante papel en la construcción de instituciones sudamericanas y latinoamericanas que mantuvieron a raya el poderío de Estados Unidos en la región. La izquierda estaba segura de que Neves reduciría los programas de asistencia social del PT e impulsaría una nueva alianza de Brasil con Estados Unidos. La izquierda brasileña votó en favor de estos aspectos positivos, pese a todos los negativos.

El mismo fin de semana hubo otras tres elecciones –Uruguay, Ucrania y Túnez. La elección en Uruguay fue bastante semejante a la de Brasil. Fue la primera ronda de elecciones presidenciales. El partido gobernante, desde 2004, ha sido el Frente Amplio y su candidato, Tabaré Vázquez. El Frente Amplio es en verdad amplio, de la centro izquierda a los comunistas y los ex guerrilleros. Vázquez se enfrentó con el candidato de la derecha clásica, Luis Lacalle Pou, del Partido Nacional, pero también a un candidato, Pedro Bordaberry, de uno de los dos partidos –el Partido Colorado–, que gobernara Uruguay, represivamente, por más de medio siglo.

En la primera ronda, Vázquez obtuvo 46.5 por ciento de los votos contra cerca de 31 por ciento de Lacalle, lo que no es un margen suficiente para evitar una segunda vuelta. Bordaberry, con apenas 13 por ciento, ahora a cedido su respaldo a Lacalle, pero parece probable que Vázquez ganará más o menos por las mismas razones por las que triunfó Rousseff. Además, a diferencia de Brasil, su partido controlará la legislatura. Así, Uruguay también reafirmará el esfuerzo por construir una estructura geopolítica autónoma en América Latina.

En Ucrania fue totalmente diferente. Lejos de construirse en torno a una lucha de clases izquierda-derecha con dos partidos centristas que intentan asegurar votos, la política de Ucrania está ahora dividida alrededor de una fractura regional etnolingüista. En estas elecciones el gobierno, orientado a Occidente, cargó los dados a su favor con tal de excluir a los llamados movimientos separatistas de Ucrania oriental de cualquier papel real. Como tal, estos últimos boicotearon las elecciones y anunciaron que mantendrían sus propias instancias regionales. En las elecciones que promueven a Kiev, parece que aquellos que ahora gobiernan –el presidente Petro Poroshenko en alianza con su rival, el primer ministro Arseniy Yatsenyuk, de otro partido– se mantendrán a sí mismos en un tándem de poder, excluyendo de cualquier rol al verdaderamente ultranacionalista partido del Pravy Sektor (el sector de la derecha).

Finalmente, Túnez es también bastante diferente. Túnez es considerado el impulsor de la llamada primavera árabe, y hoy parece ser su único sobreviviente. Ennahda, el partido islámico que ganó las elecciones, perdió fuerza considerable al impulsar muy pronto un programa en pos de la islamización de la política tunecina. Hace unos meses se vio forzado a ceder su lugar a un grupo interino tecnocrático, y perdió un gran número de votos (aun de islamistas) en esta segunda elección.

El ganador fue Nadaa Tunis (el Llamado de Túnez). Su política es clara en un sentido. Es un partido laico. Su líder es el venerable político de 88 años Beji Caid Essebsi, que sirvió en los llamados gobiernos Destourian (por el Partido Socialista Destourian, que gobernó el país tras la independencia) hasta que se convirtió en un disidente importante. Su problema es poder mantener unida a una coalición muy fragmentaria de muchas fuerzas laicas –primordialmente la gente joven que encabezó el levantamiento contra el presidente Zine el Abidine Ben Ali en 2011, y varios miembros de ese mismo gobierno, que ahora volvió a entrar a la arena política.

En cualquier caso, aunque Nadaa Tunis tenía una pluralidad de 85 escaños de 217 y Ennahda se reducía a 69, los otros están repartidos en muchos partidos más pequeños. Habrá un gobierno de coalición, posiblemente aun una coalición de todos los partidos. Así que mientras los jóvenes revolucionarios tunecinos de 2011 celebran su victoria contra Ennahda, nadie sabe a dónde va a conducir todo esto.

Yo digo ¡hurra! por Brasil, donde ocurrió la más importante de estas elecciones. Pero ahí, como en el resto de países, el juego no ha terminado. ¡Para nada!

Traducción: Ramón Vera Herrera