Opinión
Ver día anteriorMartes 11 de noviembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Octavio Paz en la mira
O

jalá sobreviniera, pero no me refiero a lo que es la Paz, sino en lo que puedo inmiscuirme sin pretender ninguna verdad, pero sí con base en mis quehaceres habituales. Esto es la exposición en el Palacio de Bellas Artes titulada de acuerdo con un versículo paciano En esto ver aquello.

Más que la visión prejuzgada de lo que uno ha escuchado o leído al respecto, creo que lo que el visitante debe hacer es intentar calibrar las realidades de la exposición, hay que visitarla con disposición de ver lo que hay.

Si conocemos criterios básicos del propio premio Nobel mexicano, la exposición tiene o tendría que criticarse a sí misma, como reflejo que intenta ilustrar sobre lo que Paz entendió por modernidad: una sucesión de presentes.

Salta la pregunta, ¿qué pensaría Octavio si la viera? Como editor, que lo fue de sus propias obras, le encontraría varios peros, no obstante es obvio que se sentiría profundamente halagado ante el tiempo, el financiamiento y la variedad de préstamos, tanto nacionales como internacionales, que se le dedican.

La muestra es un monumento a su nombre dentro de otro monumento nacional. ¿Objetaría, por obvia, la circularidad física de que fue objeto su poema circular? No podemos estar ciertos.

Octavio Paz (1914-1998) como curador y cualquier otra persona o equipos coordinadores de la muestra, hubiesen dado como resultado algo distinto pero igualmente, como sucede ahora, sujeto a discusión, a conformidades y embelesos tanto como a inconformidades y rabietas sin fin.

Pero lo que hay expuesto es lo que podemos ver y si se nos da la capacidad, quizá aprehender y hasta estudiar con sus pros y sus contras.

No pretendo hacer crónica, sólo llamar la atención sobre algunas de las piezas que se exhiben a efecto de que los posibles lectores visitantes busquen en ellas ciertos detalles, particularidades o hasta defectos que hacen de las obras ser lo que son.

Por ejemplo, de entrada el hálito conmina a centrar la atención en dos grandes cuadros que se vislumbran tras un cristal a tiro visual. No pueden verse bien, porque se colocó una mampara que los obstruye, pero que a la vez funciona como ventana de esas dos obras: una es de Robert Motherwell y la otra, anexa, es un formidable cuadro de Manuel Felguérez, Orden suspendido, de 2004.

Tal vez se come al Mo-therwell, porque en ese cuadro hay acumulación de conocimientos de su autor, pero resulta que Rostro de la noche, de Motherwell, fue dedicado por el pintor a Octavio Paz.

Quizá no es uno de sus cuadros mayormente contundentes, como lo son sus elegías a la República Española, pero ilustra el intercambio directo que se dio entre el pintor y el poeta.

El equivalente hubiera sido acompañarlo de un Felguérez de la época de El espacio múltiple (los hay en otras secciones y en una es vecino a otra pintura de Motherwell).

Al recorrer la primera sección, cualquier visitante, sea o no conocedor, recibe su buen bautizo de cubismo, empezando con Bracque y maravillándose de que un cuadro de tan pequeñas dimensiones, como el de Juan Gris, pueda resultar monumental en su concepción.

Otro Bracque resulta por lo menos inusitado y rompe un poco la secuencia, me refiero a Mujer con pincel, 1939; parecería arbitrario incluirlo allí, pero hay una razón: alude a otras culturas.

En cambio resulta muy pertinente el retrato de Diego Rivera, de Martín Luis Guzmán, y aunque no se conozca con pormenores el periodo en el que se inscribe, puede entenderse que el cubismo de Diego resultó (según ilustra el decurso del propio cubismo, atípico en su momento y no sólo debido a la inclusión de una semblanza de sarape de Saltillo.

Son este tipo de detalles los que provocan comparaciones que recuerdan escritos, tanto de Octavio Paz, como de otros.

A partir de esa venturosa semibienvenida y debido al circuito propuesto, uno se adentra en el ámbito vecino dedicado primordialmente a Marcel Duchamp.

La no fácil arquitectura del Palacio de Bellas Artes determina que allí se haya hecho la museografía de ese apartado, eje creativo de Paz en su momento, aunque tal vez hoy día lo que entonces pergeñó resulte en cierto modo muy superado.

Se atisban los Etants donnes a través de unos orificios por los que uno puede espiarlos. Costó trabajo y tiempo simular esa obra tardía expuesta en el Museo de Filadelfia e inamovible.

En cambio, resulta lógico mostrar el ensamblaje editorial de Vicente Rojo para la edición maleta del primer texto de Paz sobre Duchamp.

Al regresar a la Sala Nacional, se admira un gran cuadro de Joan Miró al que tiempo después, si se sigue el recorrido propuesto, se le rencuentra en cierto modo su analogía a través de una pieza que de algún modo lo preconiza, me refiero a Cabeza de guacamaya de Xochicalco proveniente del Museo de Antropología.

Teniendo en cuenta la insistencia de Octavio Paz –paralela a la de William Rubin– en cuanto a considerar vecinas otredades las creaciones antiguas parangonadas a las vanguardias del siglo XX.