Opinión
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Revueltas y los días terrenales
E

n México se puede sepultar a un escritor de diferentes maneras: 1) proscribiendo su lectura por sus declaraciones políticas como le ocurrió a Salvador Novo por su cercanía con el régimen represor de Gustavo Díaz Ordaz; 2) publicando sus obras completas hasta volverlo casi ilegible en un mar de papel como le ha pasado al gran Alfonso Reyes a quien Borges consideraba toda una literatura; 3) ninguneándolo, ejercicio frecuente en el mundo literario donde se pondera la amistad sobre la calidad de la escritura o, finalmente, 4) resaltando su coherencia política por encima de su calidad literaria.

A José Revueltas le ha pasado todo eso. Lo expulsaron del Partido Comunista y de la célula Espartaco que él mismo había creado por libros como Los días terrenales y Los errores donde criticó a fondo al comunismo mexicano como escribió José Agustín. Aunque suene increíble llegaron a considerar su narrativa como una literatura de extravío.

Tirios y toyanos lo proscribieron y, al paso del tiempo, unos y otros terminaron resaltando en Revueltas su coherencia ideológica, su pureza política: como si la importancia de un escritor residiera en sus convicciones políticas más que en la calidad literaria de su obra.

No me sorprende que esto último se repita cíclicamente. Me sorprende que escritores de izquierda formen parte de ese coro que ve en Revueltas más al militante que al escritor, así se haya convertido él mismo en casi un personaje de sus cuentos y novelas.

En La palabra sagrada, antología que José Agustín preparó sobre la obra de Revueltas, apunta que cuando lo conoció se encontraba muy mal cotizado en la bolsa de valores literarios, que era vilmente subestimado y cuando no, francamente vetado. Recuerda que en el establishment literario se decía que escribía muy mal.

Narradores como Gustavo Sáinz, Juan Tovar, René Avilés Fabila, Parménides García Saldaña, Jorge Portilla y él mismo, escribe más adelante, se dieron cuenta que se trataba a Revueltas de manera injusta y con una definitiva falta de respeto. Eso los decidió a escribir con entusiasmo sobre sus libros.

Ese grupo de escritores, continúa Agustín, consideraban a Revueltas a la misma altura de Juan Rulfo, Martín Luis Guzmán, Juan José Arreola o José Vasconcelos. ¿Exageraban? No creo. Julio Cortázar dijo incluso que debería haberse incluido a Revueltas dentro del famoso boom latinoamericano. Y El Gran Cronopio no hablaba por hablar. Son conocidas sus cartas con Arreola en las que se queja del pésimo nivel de la narrativa latinoamericana, de lo necesario que resultaba impulsar sólo lo que valía la pena.

La originalidad de la prosa de Revueltas es, quizá, la intensidad de las sombras que la habitan. Su vocación de subsuelo tensada por adjetivos y largas reflexiones.

En un mundo más estricto, escribió el poeta Marco Antonio Montes de Oca, todos seríamos fantasmas. En el estricto mundo narrativo de Revueltas todos somos una de esas sombras monstruosas que nos definen en las situaciones límite.

Véase si no: en esa obra maestra que es El apando un tuerto y tullido adicto, El Carajo, delata a su madre porque trae en las verijas la droga que consume. Delatar a su madre no es cualquier cosa. Delatar a su proveedora, menos. Sobre todo sabiendo que ya no tendrá acceso a ese mundo paralelo que le permite olvidarse del que vive.

En esa novela Revueltas también nos regala una metáfora poderosa: los de dentro y los de fuera de la cárcel están presos. Ninguno puede ejercer su libertad. La única diferencia de un lado y el otro es que adentro no hay coches.

Para el novelista que padeció la cárcel desde joven y en varias ocasiones (Los muros de agua surge en su confinamiento a las Islas Marías y publica El apando en 1969 cuando se encuentra en el Palacio Negro de Lecumberri) la realidad siempre resulta más fantástica que la literatura.

Habría sido aleccionador ver al reportero de nota roja José Revueltas adentrarse en los crímenes de Tamaulipas, Michoacán o Ayotzinapa. Saber cómo mirar a ese horror más oscuro que las cenizas que, nos dicen, pertenecen a los normalistas.

En el centenario del poeta que se cumple en unos días, acercarnos a sus cuentos, ensayos, novelas puede ayudarnos a entender qué cosecha un país que siembra calaveras.