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Penultimátum

Morir con dignidad

B

rittany Maynard, murió en su casa el pasado 2 de noviembre a la edad de 29 años, luego de ingerir voluntariamente una dosis letal de barbitúricos. La joven se había graduado con honores en una universidad de California y apenas un año después de casarse los médicos le encontraron un tumor cerebral maligno muy avanzado. Le dieron unos pocos meses más de vida.

Luego de comprobar que no había posibilidad de prolongar su existencia, Brittnay decidió poner fin a su vida. Para ello se trasladó de su natal California a Oregon, primer estado del vecino país en legalizar en 1997 la prescripción de drogas letales a pacientes con enfermedades terminales. Unos 800 se han acogido a ella.

La muerte de Brittnay compartió atención mediática con la campaña electoral para renovar parte del Congreso y varias gubernaturas. Mientras ella pugnaba junto con varias organizaciones por legalizar la muerte asistida en los estados que no la permiten, Pro Vida y otros grupos ultraconservadores y religiosos manifestaron su oposición alegando que abre el camino a que la muerte asistida se aplique a enfermos que no se encuentran en estado terminal.

El derecho a una muerte que evite la degradación física y mental, el encarnizamiento terapéutico con el que lucran la industria farmacéutica, médicos y hospitales, lo expresó Brittnay en el mensaje que escribió en Facebook para despedirse de familiares y amigos. Escogió, dice, morir con dignidad, ante un cáncer que la hizo sufrir y que con el tiempo lo haría muchísimo más.

Su decisión fue, siempre, suficientemente meditada y en pleno uso de sus facultades mentales. Como exigen también en varios países europeos donde se permite la muerte asistida, digna, a quienes padecen una enfermedad irreversible. Cabe aclarar que es algo muy diferente al Testamento vital, que existe en México, por medio del cual una persona que sufre una enfermedad terminal o está en agonía pide no prolongarle artificialmente la vida.

La diputación del PRD propuso legislar para permitir la muerte asistida. Protestaron varios obispos y organizaciones que patrocina la Iglesia católica alegando que nadie es dueño de la vida, sólo Dios; y que es reo de asesinato el que la ejecute y de suicidio el que la pide. Agregaron que en muchos casos el sufrimiento de un enfermo une a la familia en la caridad, redescubre el valor de la salud y la presenta como un don de Dios. Si se habla de caridad, ella también consiste en mitigar el dolor o el sufrimiento de un ser humano.

Sin embargo, y como ha ocurrido en los casos del matrimonio entre personas de un mismo sexo, poco a poco se aprueban en el mundo medidas que permiten una muerte digna para evitar la degradación, el dolor y la pérdida de autoconciencia que se producen al final de algunas enfermedades.