Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 16 de noviembre de 2014 Num: 1028

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Revueltas y Paz:
la confrontación
postergada

Evodio Escalante

Pájaros de barro
Juan Antonio González León

Neoliberalismo,
educación y juventud

Miguel Ángel Adame Cerón

Ayotzinapa
Mariángeles Comesaña

Las normales
de Warisata y
Ayotzinapa: puentes

Boris Miranda

Columnas:
Perfiles
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
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Twitter: @JorgeMoch

La puerta abierta

Sin ley y orden (cámbiese aquí por ‘instituciones’ u ‘orden y respeto’) no existiría el crimen organizado.” Aporema sutil, esa frase pronunciada con sevicia por Carmine Falcone en la nueva serie estadunidense –y precuela de Batman–, Gotham (Fox Television, 2014, creada y producida por Bruno Heller y Danny Cannon), de no haber nacido en una ficción de cómic sería ideal para resaltarla en letras doradas en cualquiera de las cámaras de lo que llamamos parlamentos en México, esas vergonzantes buhardillas que acuartelan auténticos pandilleros como Don Falcone (alguno hay de larga trayectoria en el cochinero político, apodado de forma parecida) o en la fachada del edificio de inepcias que esconde los aposentos del exhausto procurador general, Murillo Karam, o en el frontispicio que guarde las negras togas de negras conciencias de la inefable pequeña corte o, claro, en el de Palacio Nacional con todo y puerta indemne y su presidente ausente aunque no ande de viaje.

Los mexicanos solemos bromear, amargos, que nos gobierna el crimen desorganizado. Ése de corbata y discurso y almuerzo anual con los industriales apapachados o los empresarios favoritos del sexenio; Ése para el que irresponsabilidad es no largarse de viaje de promoción artística justo cuando el país se hunde en una crisis espiral de violencia y enojo generalizado; el que en los hechos es culpable, como penitente en misa, por hecho y por omisión, aunque el sofisma sea esférico y termine, en mítines de campaña o discursos televisados, llenándosele el buche con la frase “la ley y las instituciones”, aunque todos sabemos del divorcio entre una y otras que se traduce en este infierno de violencia, prepotencia, corrupción e impunidad que dura desde que existen las siglas de los partidos políticos en México, más las del PRI que la de cualquiera de sus malas actuales copias. Los mexicanos solemos bromear, pero la verdad es que ya estamos hartos. Ya nos colmaron el hígado con sus transas y cochupos que van desde sobres con dinero hasta mansiones de ochenta millones de pesos; ya estamos hasta la coronilla de sus jetas graves hablando de transparencia en la televisión mientras en los rincones de la administración pública se abandonan al estraperlo de jugosos cheques con cargo al erario; estamos hasta la madre de que asesinen a los que levantan la voz y se oponen a la trapacería, la trácala y el saqueo. Estamos hasta el carajo de que nos mientan en los noticieros, de que se use la televisión para avivar odios de clase o azuzar la opinión pública en contra de la disidencia política y social, de que se porfíe en anestesiar a la sociedad con espectáculos cutres y circos abominables que son en sí un turbio negocio, allí el futbol o el exacerbamiento de la afición deportiva que alimenta la sucia industria de las apuestas, clandestinas o lícitas. Estamos hasta la chingada de niñas robadas y maleantes armados, con uniforme o sin él, y de que nosotros seamos las víctimas propicias que siempre aportan muertos, desaparecidos, violadas, golpeados y cualquiera de las muchas secuelas que el miedo va dejando en la gente.

Por eso se tienen que ir. Por eso este país tiene que cambiar, pero ya, ahora mismo, no en las próximas elecciones que seguramente, si no cambiamos nada, serían otro circo esperpéntico que volvería a entremezclar con mentalidad de cuarto de guerra promesas que no se cumplirán nunca a cabalidad con catapultas de mierda y un lucrativo negocio para los mismos perversos de siempre. La democracia debe dejar de ser un simulacro en la sociedad mexicana. Y debe dejar de ser un negocio para blandengues mafiosos. No debe haber caciquillos, ya no, ni secretarios de Estado con las manos metidas en los negocios de su cartera ministerial. Basta de Azcárragas, Salinas o Pedros Joaquines. Basta de títeres parlantes en la silla presidencial. Basta de alfeñiques petulantes, de principitos prepotentes. Acabemos de una buena vez con la arrogancia de los mirreyes.

Cuarenta y tres muchachos suman sus rostros ausentes y sus nombres evocados con dientes apretados a cientos de miles de desaparecidos en una lista que no debería existir. Sabemos que muchos de esos miles, aunque no podemos demostrarlo, fueron asesinados por esa cruza repugnante entre servidores públicos y delincuentes. Pero su desaparición y nuestro hartazgo pueden ser la llave que descalabre la odiosa cerradura. No hay más que sumar, juntar las manos y dar el paso. Sin miedo. Con fuerza y coraje, que sobran.

La puerta está abierta.