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Ver día anteriorLunes 17 de noviembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cantiga
S

u mirada luminosa atraía de inmediato. La suave elegancia de todas sus maneras lo señalaban. El sonido de su voz venía de un tiempo ido, casi legendario. Al contar, la ironía en su conversación ritmaba sus historias, la afilaban. Todo en él era tersura. Al estar a su lado uno sabía por fin lo que era sentirse junto a un hombre que encantaba. En su mesa aprendí a tomar vino, probé por vez primera la mostaza, cultivé el gusto por el café fresco de cafeteras italianas y, de sus pequeñas tazas, fui retirando poco a poco las cucharadas de azúcar para apreciar su sabor y su aroma. En su sobremesa supe lo que era ser un hombre de su tiempo.

Corrían los últimos años de la década de los setenta y en la mesa de centro de su sala se podía encontrar Cambio 16, Le Monde, L’Express, Le Nouvel Observateur, Vuelta, las novedades literarias de por lo menos tres países y, allí, las conversaciones versaban lo mismo sobre asuntos de Francia o España que de los peligros de la crítica en la Unión Soviética, de sucesos en los países del bloque comunista o de la picaresca de la vida cotidiana en México, donde contar la historia de las formas como defraudaban los vendedores de gas a su futura nuera lo hacían reír a carcajadas.

Allí, con Annie, su mujer, claro, escuché por vez primera los nombres de Jorge Ibargüengoitia, Roger von Gunten, Joy Laville, Juan García Ponce y tantos otros que siguen acompañando mis días.

Nació en Galicia. Leía y leía. Sabía de música –en mi recuerdo le encantaba Pau Casals–, de política, de artes visuales. Es uno de los grandes humanistas que conozco. De profesión era ingeniero mecánico electricista. Jacinto Viqueira Landa murió a los 93 años hace unos días en la ciudad de México.

Llegó a nuestro país en agosto de 1939, cuando tenía 17 años. Gracias a los archivos del Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos Españoles que conserva la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, podemos saber que salió de la España franquista el 2 de febrero de 1939 por Cerbère, viajó a París, a Londres, y en Southampton, gracias a la ayuda de cuáqueros ingleses, inició su travesía en el vapor Statendam, del que desembarcó en Nueva York el 4 de agosto, acompañado de su madre Jacinta Landa y de sus hermanas Carmen y Luisa, personajes esenciales todas.

Tomaron un autobús a Laredo, donde hicieron noche y, a pesar de haber vivido las terribles penurias de la guerra, al pasar a Nuevo Laredo se impresionaron de verdad. Desde ese lugar de la frontera hicieron un viaje interminable a la ciudad de México en un autobús Flecha Roja. Al llegar a la capital del país, los Viqueira vivieron en el departamento 207 del modesto edificio de Peralvillo 80 bis.

Como no consiguió que le revalidaran sino hasta la secundaria, Jacinto presentó todas las materias de preparatoria en lo que se llamaba entonces exámenes a título de suficiencia, y así pudo inscribirse en la vieja Escuela Nacional de Ingeniería de la UNAM que estaba en el Palacio de Minería, y que después se llamó Facultad de Ingeniería. Allí, a partir de 1958 impartió clases a los jóvenes estudiantes de licenciatura y a los de posgrado. Para él sus clases eran sagradas. No las interrumpió nunca.

Aunque desde 1994 fue nombrado profesor emérito de su facultad, durante 56 años, hasta marzo de 2014, cada día de la semana manejaba su automóvil, modesto, y llegaba a las aulas o a las conversaciones personales con sus estudiantes. Su especialidad era la electricidad. Para ellos escribió libros esenciales para la enseñanza y el pensamiento: Redes eléctricas en dos volúmenes; Operación de los sistemas de energía eléctrica y su Introducción a la ingeniería: ingeniería, sociedad y medio ambiente. Cuando en 1994 la Asociación de Ingenieros Universitarios Mecánicos Electricistas le otorgó el Premio Anual a la Excelencia Profesional en su primera edición, uno de sus estudiantes recordó que el maestro Viqueira en aquellos cursos enseñó, sin mencionarlo nunca, que la solución de una ecuación, el diseño de un modelo matemático complejo y hermosísimo, la realización de una pequeña obra o la construcción de una instalación magna no tienen justificación alguna si su objetivo es diferente al de la satisfacción de las necesidades de los hombres, al del mejoramiento de la vida de las comunidades y, en casos como el nuestro, al rescate de hombres y mujeres que viven en condiciones infrahumanas de miseria, de hambre, de libertad y de dignidad.

México le debe mucho. Desde la vieja Compañía de Luz y Fuerza y la Comisión Federal de Electricidad, gracias a su sapiencia se iluminó, textualmente, nuestro país. Cuidando nuestro entorno, desde la honestidad, la modestia y el recato planeó el fundamento de lo que hoy es nuestro sistema eléctrico nacional.

Jacinto Viqueira Landa fue siempre un hombre de su tiempo. Un humanista crítico más cerca de Albert Camus que de ningún otro pensamiento. Si quisiéramos conocer la esencia de la textura de su vida tendríamos que mirar con atención la obra cinematográfica de Víctor Erice. Allí, en El espíritu de la colmena, El sur y en El sol del membrillo vislumbro el gran misterio de su sabiduría. Desde la primera vez que la miré, su sonrisa ilumina mi vida. Por su pudor y el mío nunca le dije lo que aquí digo. Gracias, Jacinto.

Twitter: @cesar_moheno