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Bioy Casares, la juventud y la muerte
E

n 1991 nos visitó Bioy Casares. Hubo algunas presentaciones, una en la Facultad de Filosofía y Letras en la que participé. Leí un texto que reinscribo en parte aquí, modificado; quizá sea interesante recordarlo, ahora que recientemente se conmemoró un aniversario de su muerte, el 15 de septiembre de 1999.

Al releer El sueño de los héroes, pude revivir sin ninguna cursilería una pegajosa vivencia de mi pasado: aquella época en que con el corazón hecho pedazos leía novelas de folletín y a Julio Verne, oyendo tangos y comiendo chocolates rellenos de cereza, cuyo sabor era la réplica perfecta y aguardentosa de Carlitos Gardel cantando La copa del olvido.

Recuerdo también una frase de Borges –maravillosa, pero casi inevitable por manoseada–, pretendía que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. No hay remedio, vuelvo a emplearla para subrayar el empeño con que ambos autores transforman en literatura cualquier argumento filosófico o matemático. Entiendo de manera apresurada que en Borges los problemas filosóficos vuelven a replantearse en términos metafísicos, descarnalizados, convertidos en los maravillosos argumentos de la Historia de la eternidad, mientras que en Bioy se reiteran los temas de la inmortalidad del cuerpo: la idea metafísica se corporeiza y las diversas entonaciones de sus metáforas ensayan desde múltiples facetas esa obsesiva preocupación.

En El perjurio de la nieve, Vermerhen, uno de los personajes, decide imponer a todos los demás una vida escrupulosamente repetida, para que en su casa no pasara el tiempo: la muerte interrumpe la teatralización. Una idea semejante dio origen a La invención de Morel: la cinematografía perfecciona el procedimiento, la repetición se ha mecanizado, pero la muerte destruye a los personajes a los que se pretende eternizar: La invención se destruye a sí misma. No hay eternidad posible.

La pérdida de la juventud y la muerte son dos temas reiterativos en Bioy. El narrador del cuento Clave para el amor dice de Johnson, el protagonista, Era serio, apasionado, sin duda un artista, muy joven y transparente... Esta palmaria simplicidad o pureza no creo que cubriera a una íntima penuria espiritual, sino a su juventud. Johnson pasaba por ese momento en que la confusa, ilimitada, la proteiforme adolescencia ha terminado y el ser, ya definido, muy poco sabe del ajetreo de la vida, que desgasta y empareja. Caritativo, y para no destruir esa figura de juventud, y tan cara para Gombrowicz mata Bioy a Johnson, en un cuarto salto mortal de trapecio, así como en El sueño de los héroes Gauna cumple con su última pelea.

En una entrevista de 1970, en ocasión del Premio Nacional de Narrativa por el Diario de la guerra del cerdo, le preguntaron: ¿Habría un arte de envejecer que se perdió? Bioy contestó: En China, tal vez. El que yo conozco es el arte de una persona atada a un poste, a la que arrojan piedras: el arte de evitar algunos cascotazos y prolongar la agonía.

En otra conversación pública de Bioy en México, quizá en Bellas Artes, creí entender que para él uno de los antídotos contra el envejecimiento –si no tomamos en cuenta La crítica de la razón pura de Kant– es perpetuar el proceso de crecimiento.

Por eso, en el cuento La muñeca rusa, una gigantesca oruga azul con ojos de gato da muerte al dueño de una extensa empresa que en Suiza produce daños ecológicos irreversibles. En otro cuento, el Dr. Guibert, quizá una parodia del prodigioso inventor creado por H.G. Wells en La isla de Moreau, convierte hombres en salmones para preservar el amor. En fin, la niña Margarita, personaje de El poder de la farmacopea demuestra con creces que un tónico milagroso es suficiente para curar a un inapetente y diminuto personaje quien después de ingerirlo con determinación y firmeza busca la comida, ha crecido, se ha ensanchado y manifiesta una voracidad satisfactoria, casi diría inquietante.

Y no es para menos, su apetito lo lleva a devorar a todos los miembros de su familia...

Twitter: @margo_glantz