Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 23 de noviembre de 2014 Num: 1029

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La sangre de Antígona,
de México a Madrid

Alessandra Galimberti

A la sombra del paraíso
Edgar Aguilar entrevista
con José Luis Rivas

En la cima del
Mönchsberg

Marco Antonio Campos

París, centro del arte
Vilma Fuentes

Toulouse-Lautrec,
el pintor poeta

Germaine Gómez Haro

Pintores en el cine
Ricardo Bada

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Perfiles
Mariángeles Comesaña
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

El humor como arma

Ricardo Guzmán Wolffer


Agosto tiene la culpa,
Ricardo Ancira,
Samsara,
México, 2014.

Entre la sátira (en el caso de Ancira, en la faceta de esa justificada indignación hacia un sistema insostenible en muchos aspectos, con un afán lúdico y burlesco) y el sarcasmo (al caso, la burla mordaz para manifestar el compartible desagrado por ese sistema político y sus habitantes), los cuentos de Ancira hablan sobre una misma realidad: la del país político que apenas es defendible, pero que el autor ha logrado captar con la claridad compartida por muchos que, sin ser expertos observadores como Ancira, pueden ver lo inocultable.

Cuentos variados que hablan de lo mismo, pero sin repetirse. Inicia la recopilación el premiado “Y Dios creó los USA”, ganador del concurso internacional Juan Rulfo 2001, donde Tim Martín (en realidad llamado Timoteo Martínez) termina de hartarse del american way of life y revienta contra los usuarios de un pequeño restaurante, cosiendo a balazos a los usuarios. Luego nos enteraremos de este inmigrante modelo y su doloroso despertar a la conciencia de que comer y poseer bienes no es suficiente para vivir con plenitud; lo terrible es que compra ese sueño con esfuerzos, trabajos como ilegal, riesgos familiares y concluye que nunca dejará de ser una supuesta minoría que apenas importa a los estadunidenses. Un sistema vecino que tiene eco en el mexicano, donde los políticos, como el personaje de “Vivir en el error”, son los mismos desde hace décadas: un vivales que domina el amplio espectro de aparentar, que en política es tan importante: aparenta que sabe lo que hace, que se interesa en el locutor, que entiende de lo que habla y siempre es capaz de caer parado, incluso perdiendo en las urnas. Tal vez sea éste el relato más eficaz por incontenido: Ancira se burla del “funcionario”, su familia y los tristemente verosímiles métodos para estar presente en todos los foros políticos, sin importar el partido o la corriente.

El júnior abusivo que repite la rutina para encamar a la cajera del supermercado; el esposo que intenta todos los métodos para asesinar a su esposa y que logra su objetivo por casualidad, sólo para sufrir la pérdida con arrepentimiento; la mujer engañada por el otrora buen hombre que ha terminado asesinado y descuartizado por sus oponentes delincuentes; el cantante que se pierde en las cirugías plásticas y otros personajes desfilan por la cortante pluma de Ancira. Muchos logradamente humorísticos, unos más incisivos que otros, pero todos muestran a un autor con la pluma puesta en la dirección que quiere: divertirse y divertir. Destaca el juego tipográfico para realzar las diferencias entre significado y significante, y evidenciar qué marcas y frases han anidado ya en el inconsciente colectivo, pero que no por ello pueden dejar de usarse para el regodeo literario. Se cuida el autor, entre tanto delincuente, de no caer en la narcoliteratura.

Su literatura va a las figuras básicas de la iconografía humorística literaria.


Más (y mejores) lectores

Germán Iván Martínez


Para leerte mejor. Mecanismos de la lectura y
de la formación de lectores capaces de escribir,

Felipe Garrido,
Paidós,
México, 2014.

Leer y escribir son otros modos de escuchar y hablar, refiere Felipe Garrido en su libro Para leerte mejor. En él considera que las habilidades lingüísticas deben trabajarse unidas y no desvinculadas como hace hasta ahora un sistema educativo incapaz de concebir la lengua como totalidad. Sugiere por ello “escuchar lo que leemos, leer de lo que hablamos, hablar de lo que escribimos, escribir de lo que escuchamos”. Bajo su óptica, es urgente superar una lectura elemental y utilitaria para llegar a otra, letrada, esto es, placentera y autónoma. Lectura a la que se llega por contagio pero también por emulación, interés y necesidad. Lectura que ha de comenzar en la casa y llegar a las aulas, a la biblioteca, a la calle.

“Nuestros estudiantes saben leer, pero no los hemos hecho lectores”, sentencia Garrido. Y no se equivoca. La escuela debe preocuparse no ya por alfabetizar, sino por formar lectores letrados; no basta la descodificación, se precisa mirar la lectura y la escritura como actividades sociales que vinculan aprendizaje y pensamiento. Afirma que la formación de lectores sólo se da cuando éstos descubren los placeres (sensitivos e intelectuales) que la lectura trae consigo. Gracias a la lectura es posible experimentar lo que los personajes padecen y compartir con ellos. A partir de la lectura podemos (re)conocer, aceptar o rechazar, asimilar y transformar lo que somos y el mundo en que vivimos. Lectura y escritura son vías de acceso a la cultura escrita y son, por eso, conversación y conversión; alteración, modificación del propio sujeto, transformación del lector y del mundo en que se halla inmerso.

Contar con más y mejores lectores es, para nuestro autor, una necesidad imperativa, y para padres de familia, maestros, promotores, bibliotecarios y autoridades debe ser una prioridad. Lectura y escritura son quehaceres que no se adquieren de una vez y para siempre, sino que se perfeccionan con la práctica; destrezas que han de efectuarse frecuentemente, con disciplina, gozo y libertad. “Los lectores no nacen, se hacen”, subraya Garrido, y sugiere conformar comunidades lectoras donde los mecanismos de lectura que aborda en este libro (muestreo, anticipación, inferencia, formación de imágenes, memoria, confirmación y corrección) se emulen y ejerciten constantemente.

Debemos hacer de la lectura y la escritura una costumbre familiar, escolar y social. Para ello, la orientación y guía de un lector experimentado, el tino con que elija el material de lectura, el entusiasmo con que lea textos diversos, la lectura en formatos heterogéneos y recursos diferentes, todo esto será fundamental para llevar a cabo una “ceremonia de iniciación y de encantamiento”. Dice al respecto: “Los niños no necesitan sermones sobre la importancia de la lectura y la escritura. Lo que hace falta es demostrársela.”

Leer con intensidad y emoción, explorar libros, visitar bibliotecas y librerías, leer en silencio o en voz alta, entregarnos voluntariamente a la lectura que hacen otros, darnos la oportunidad de escuchar, hojear y ojear materiales diversos, atender y entender lo que leemos, entusiasmarnos y compadecernos, sentir como propios las ideas y los sentimientos ajenos, participar de la lectura y la escritura en soportes electrónicos hoy tan de moda, hacer asequibles los libros, frecuentarlos, disfrutar de sus letras e imágenes, de su papel, colores y diseño, descubrir ideas e ideales, filias y fobias de autores pasados y presentes, pensar y sentir mientras leemos, hacer silencio, escribir o dibujar a partir de lo leído, vincularlo con lo vivido, retener, significar, buscar sentido… Todo esto, sugiere Felipe Garrido, no es un conocimiento sino una práctica ligada a la comprensión; y ésta, remata, no puede medirse porque al ser un estado de conciencia no es cuantificable. Por eso menciona que cuando “se intenta acercar a los niños –y a los adultos– a la lectura obligándolos a leer textos a los que no logran atribuir sentido ni significado, lo que se provoca es la visión en túnel: ansiedad, confusión y aburrimiento”.

Nuestro autor está convencido de que “entre quien lee algo –por elemental que sea– y quien no lee, hay un abismo”. Piensa sin embargo que sería irresponsable afirmar que da lo mismo leer lo que sea. La lectura, dice, “es un medio privilegiado para ampliar la experiencia de toda persona, para ensanchar y reafirmar su teoría del mundo”. Defiende entonces la idea de que la formación de lectores, en la escuela, deberá darse “por curiosidad, por placer, por interés de cada alumno, desligada de cualquier asignatura [pero siempre como] un recurso cotidiano”, regular y gozoso.