Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 23 de noviembre de 2014 Num: 1029

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La sangre de Antígona,
de México a Madrid

Alessandra Galimberti

A la sombra del paraíso
Edgar Aguilar entrevista
con José Luis Rivas

En la cima del
Mönchsberg

Marco Antonio Campos

París, centro del arte
Vilma Fuentes

Toulouse-Lautrec,
el pintor poeta

Germaine Gómez Haro

Pintores en el cine
Ricardo Bada

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Perfiles
Mariángeles Comesaña
Cinexcusas
Luis Tovar


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Miguel Ángel Quemain
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David Olguín, relectura e invención de Coriolano I

Coriolano i, de Shakespeare, traducida por Otto Minera como parte de un gran proyecto, es el tercer y último montaje que presenta la CNT en su ciclo Patrimonio Universal del Teatro. Le anteceden, según ya referimos aquí: Coriolano II, de Brecht, dirigida por Alberto Villarreal, y Coriolano III, o Los plebeyos ensayan la insurrección, de Grass, puesta en escena por Martín Acosta.

La dirección de David Olguín es de una sobriedad y rigor que permite una multiplicidad de visiones en un presente que obliga a una lectura política de Shakespeare. Olguín lo sabe y su enorme repertorio de recursos se concentra en ofrecer un mural, susceptible a la lupa y a la visión de conjunto.

No deja a un lado una visión crítica, historicista, de la obra de Shakespeare a la luz de creadores que han vivificado la recepción del poeta inglés entre nosotros: Harold Bloom, Jan Kott y el poeta W. H. Auden. Y mantiene el misterio y la pregunta sobre una heroicidad anómala en la obra de Shakespeare.

La obra se inicia con un motín en Roma, propiciado por una turba de plebeyos que, en situación de hambre y no de venganza, se rebelan contra los patricios o senadores. El Estado romano vela por sus propios intereses y se coloca por encima de una miseria que asuela al pueblo hasta los límites de su extinción. En ese punto de quiebre tiene lugar la rebelión y Olguín insiste en ver, con los ojos de hoy (¿son posibles otros?), una lucha de clases.

Para Olguín, esta es una obra que presenta una de las primeras victorias democráticas, consistente en que los patricios le “dan a los plebeyos la posibilidad de tener un representante popular. Lo que refleja también la primera gran victoria de la democracia, en términos de lo que es una república”.

El tema de la guerra civil, las fronteras (la armada de los Volscos) y el crimen, donde el asesinato equivale a una escalinata hecha con cuerpos que se emplea para ocupar el poder y garantizar la repetición del ciclo, con el crimen en calidad de motor de la sucesión, están en la constancia conceptual del trabajo de Olguín.

El director ha abolido el fantasma del anacronismo en favor de una visión que muestra el desprecio de los poderosos por las masas y, en su versión, el propio Coriolano es un personaje menos desbordado, más apegado a una visión de Estado que el presentado por Villarreal. Como señala el propio director, con un profundo sentido de la aristeia y del heroísmo propio del imaginario grecolatino, “una mentalidad que sería el cimiento de los valores del ideal aristocrático de vida, pero también el gran drama sociopolítico que Shakespeare desentraña: el divorcio profundo entre la masa y el individuo, entre el humanismo renacentista y las colectividades incapaces de elegir, entre los ciudadanos”.

En el plano actoral hay que mencionar como sobresalientes a: Oscar Narváez, quien hace un trabajo de sostén, entre la puesta de Villarreal y de Olguín, con un Menenio que si bien tiene un texto casi idéntico, los matices del actor y su solvencia le dan una continuidad al espectador que hilvana ambas obras.

Aquí Coriolano es Juan Carlos Remolina, contenido, complejo, cargado de incertidumbres que despojan al personaje de rasgos arquetípicos y estereotipados, lo cual le permite al director plantear el tema de la subjetividad y el albedrío, la alienación y el deseo, con todo y lo recortado del mundo interno del soldado que, a diferencia de la visión de Brecht, no está interesado en el baño de sangre.

Julieta Egurrola es una actriz cada vez más poderosa y extraordinaria, y en el papel de Volumnia disminuye notablemente el esfuerzo inútil de una Adriana Roel insegura y desmemoriada en la obra de Villarreal. Es doloroso decirlo; debe serlo también permitir que una actriz de su trayectoria resbale constantemente estando a cargo de un personaje tan medular.

Si bien la compañía tiene actores que en cualquier descuido se dirigen solos, la mano y la autoridad moral y estética de Olguín es notoria en la ejecución melódica de Diego Jáuregui y Enrique Arreola, Emma Dib, Érika de la Llave y Ricardo Leal. Es particularmente notable el esfuerzo y el logro de Arreola, pues en este proyecto es un ejemplo de la capacidad creadora de un actor y su vínculo con la propuesta de dirección.

La dupla con Jáuregui es una de las líneas fundamentales que sostienen la obra. Una de las virtudes de Olguín consiste más bien en orientar las subjetividades actorales (que sin duda son la base de sus trabajos con los actores siempre cercanos a El Milagro), aprovechando las cualidades técnicas de un elenco.