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Presentan libro de la joven artista con imágenes de sus obras y prólogo de Carmen Parra

Los cuadros de Mónica Fernández están habitados por miradas ensimismadas

Recurro a niñas y adolescentes para representarme sin hacer autorretrato, dice a La Jornada

Siempre me ha agobiado buscar mi individualidad, luchar por ella y saber quién soy

 
Periódico La Jornada
Miércoles 26 de noviembre de 2014, p. 5

¿Quiénes son estas niñas y adolescentes de ojos grandes y miradas ensimismadas que habitan las telas de la pintora Mónica Fernández (Torreón, 1978)?

Es una manera de representarme a mí misma sin hacer autorretrato, contesta la artista, quien acaba de ver publicado su primer libro, Mónica Fernández, con más de 250 obras y prólogo de la pintora Carmen Parra. Utilizo a la mujer como instrumento para poder expresar un sentimiento. No es tanto ella lo que importa, sino lo que cualquier mujer representa desde mi punto de vista: las inquietudes, las miradas, los secretos, el silencio, la felicidad, la armonía. Toda esta parte que tenemos, que me identifica como mujer, que es desde donde veo la vida, dice.

Sus personajes están inmersos en una situación mágica, desde donde reflexionan sobre los papeles que les toca cumplir. Son mujeres de ojos muy grandes, transparentes y líquidos. Pueden estar llenas de flores, pájaros, toda esa naturaleza, pero la mirada siempre tiene algo inquietante, como una ausencia, un lapso en que no están realmente, están ensimismadas.

Introspección

En entrevista, Mónica Fernández dice sentir fascinación por ese momento que tienes contigo misma de abstraerte, de salirte del mundo y dejar de realizar todos estos papeles que cumplimos para de veras estar dentro de ti y saber quién eres, una búsqueda que juzga eterna. El secreto de quién eres sólo lo tienes en tu ausencia, en tu minuto de silencio, viéndote al espejo, buscando en tu mirada. Es decir, sólo tú puedes encontrar quién eres, y si sales de todo este mundo, de cómo te ven los demás.

En muchos de los cuadros de Fernández la cabellera de sus jovencitas está llena de caras, ojos y frases escritas en el pelo. Se trata de todo lo que cargamos. Todas las miradas que nos han marcado, para bien o para mal. Cargo con todo esto, pero me presento al mundo y sigo en busca de mi individualidad, luchar por ella y no dejarme ir por este papel que debo interpretar.

Desde chica, la pintora comenzó a cuestionarse: Lo primero fue como Alicia en el país de las maravillas, estar peleada con la adolescencia, o sea, esta etapa de dejar atrás la infancia, todos estos cambios y los papeles. Siempre me ha agobiado buscar mi individualidad.

Querer ser pintora en Torreón era como ser astronauta. ¿De qué hablas?, le decían, aquí todos somos lecheros. El gusanito del arte le llegó debido a su pasión por pintar ojos: Tengo cuadernos donde desde los cuatro años pinto ojos que imagino. Quería pintar, pero nunca había conocido a nadie que se dedicara a eso hasta que un tío, coleccionista de arte en Saltillo, le regaló un calendario con obra de la pintora Carla Rippey.

Con apenas 12 años de edad, Mónica Fernández supo que quería dedicarse a la pintura. Por fortuna contó siempre con el apoyo de su familia. Salir de Torreón para estudiar no era tan fácil. Terminada la preparatoria, se trasladó a Chicago a cursar inglés en un internado de monjas. Entabló buena relación con la maestra de arte, quien se dio cuenta de su talento y la alentó.

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En un mundo con miedo a la libertad, cuadro de Mónica Fernández (Torreón, 1978), en imagen incluida en el libro de la artista
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Mónica Fernández, durante la entrevistaFoto Pablo Ramos

Regresó de Chicago enamorada del arte. En Torreón empezó a estudiar para guía Montessori, pero sin dejar de decir: quiero estudiar arte. Por fin su padre le dijo, ponte a investigar dónde hacerlo si de veras quieres. A la semana tenía colegio, departamento, todo. Así fue como en 1999, a los 20 años, se marchó a la academia Lorenzo de Médicis, de Florencia, para vivir un año mágico.

De vuelta a Torreón sus padres la vieron totalmente apasionada al grado que en el jardín de la casa le acondicionaron un cuarto de pintura, en el que me pasaba todo el día. Me dormía a las cuatro, cinco de la madrugada, me levantaba, comía y volvía a pintar.

Los rostros siempre predominaron: No sé a qué se debe mi obsesión por las miradas y las caras. Empecé pintando hombres y mujeres desnudos, pero poco a poco mi trabajo me fue llevando al ojo, a esa ausencia, esa mirada, a todo el entorno que ya comenté.

Al poco tiempo realizó su primera exposición individual en el Museo Regional del Bosque (2001). Luego, en la Casa del Correo (2003 y 2005) y el Teatro Nazas (2007 y 2009), en Torreón

En 2002 y 2003 se trasladó en varias ocasiones a San Miguel de Allende a cursar estudios de escultura, grabado, batik y óleo, en la academia Bellas Artes y el Instituto Allende.

Pintar es la pasión más grande que siento, expresa la ahora madre de tres hijos. Tener un lienzo en blanco frente a mí es como tener una conversación privada conmigo misma. Es la mejor sensación. Pinto todos los días, es como una religión. El día que no lo hago en la noche estoy angustiada, siento que algo me faltó, que no completé mi día.

Para la presentación del libro, efectuada la noche del lunes en el Club de Industriales, en Polanco, la artista facilitó 12 cuadros para su exhibición en el salón Tamayo. Era la primera vez que mostraba su obra en la ciudad de México. ¿Qué sucederá ahora? Voy a pintar hasta el día que se me acaben las fuerzas. Lo que suceda, bienvenido. Para mí, pintar es ser humano, estar en contacto con mis sentimientos, con la expresión, ser libre, no tener que guiarme por tal paleta de color. Me sé todas las reglas. Lo que venga, feliz, pero si no sucede, también. Seguiré pintando, no pasa nada.

El libro Mónica Fernández, impreso por Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, fue patrocinado por Trane/Ingersoll Rand, para apoyar a artistas jóvenes.