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Entre lo dicho, lo hecho y por hacer
T

eníamos el monstruo en casa y no nos dimos cuenta. Ni siquiera mi esposo, que el monstruo lo traía adentro, se dio cuenta. Es la historia de Teresa, una de las protagonistas de los monólogos de la obra Ferite a morte (Heridas a muerte), de la italiana Serena Dandini. La obra fue presentada en México el pasado 8 de noviembre en el Palacio de Bellas Artes. La ministra Olga María del Carmen Sánchez Cordero de García Villegas y la magistrada María del Carmen Alanís Figueroa, entre otras personalidades, hicieron propias las historias de mujeres víctimas de violencia y feminicidio, como Teresa, asesinada por el marido al séptimo mes de su quinto embarazo, después de años de violencia física, sexual y sicológica.

Historias de ayer y de hoy, a pesar de que la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, también conocida como Convención de Belém do Pará, se adoptó dos décadas atrás, y que el 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 17 de diciembre de 1999.

La violencia contra la mujer tiene diversas aristas, que se hacen visibles a través de actos de agresión sicológica, física y sexual, la prostitución forzada, la trata, el acoso y abuso sexuales, el secuestro, la tortura y la violación.

La convención destaca el derecho de las mujeres a una vida sin violencia, al ejercicio pleno de sus derechos civiles, políticos, sociales, culturales y económicos, y a ser educadas y valoradas libres de patrones estereotipados y de prácticas sociales basadas en la minimización y la subordinación.

De acuerdo con ONU-Mujeres, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual, principalmente por parte de un compañero sentimental. En 2012, una de cada dos fue asesinada por su pareja o un miembro de la familia; por el contrario, sólo uno de cada 20 varones fue asesinado por una mujer.

El problema cobra dimensiones que asustan, pues de cuatro millones y medio de personas explotadas sexualmente en el mundo, 98 por ciento son mujeres y niñas.

La violencia contra la mujer es transversal, pues afecta a todas las clases sociales, razas y etnias. Se oculta atrás de las paredes de una mansión o dentro de una vivienda con techo de cartón; en la visibilidad de una calle y en la penumbra de una agencia del Ministerio Público, un tribunal, una cárcel, una oficina o una respetable empresa.

La violencia no siempre se inicia con arrebatos, agresiones o ensañamiento; pensemos en los famosos piropos, sintomáticos de un fenómeno que, en sus manifestaciones más exacerbadas, llega al feminicidio, pues prevalece la idea de que el cuerpo de las mujeres es un objeto social, una mercancía lista para el uso, vituperio y violación.

No debemos olvidar que la violencia es gradual; en una primera etapa se manifiesta sutilmente, luego se hace evidente y, finalmente, cuando es demasiado tarde, es una de las causas de muerte más recurrentes a escala mundial.

En materia legislativa, México, al igual que otros países de América Latina, ha avanzado. Se han formulado acciones afirmativas para promover el adelanto de las mujeres en el ámbito de la educación, la política y la economía. No falta quien, hombre o mujer, se incomode por ese trato preferencial a las mujeres, tal vez desconociendo que el principio de no discriminación obliga a implantar medidas dirigidas a grupos específicos en aras de combatir y revertir la desigualdad estructural, mas no implica actos de marginación.

Nuestro país ha tenido candidatas presidenciales, gobernadoras, una procuradora, mujeres ministras y consejeras de la Judicatura. Mujeres que han roto el llamado techo de cristal; es decir, el límite impuesto por regulación explícita o por normas culturales y consignas de género, normalmente asociadas al papel de madre-esposa.

Aun así, no podemos olvidar que México es el teatro original de los feminicidios, como tampoco se puede silenciar que personas de todos niveles se involucran en redes de trata o emiten pronunciamientos que nos remiten a la idea de las mujeres como objeto sexual y, por si fuera poco, se nos responsabiliza de la violencia recibida.

Entre lo dicho y lo hecho queda un largo por hacer. No existen soluciones mágicas ni inmediatas para revertir años de prácticas interiorizadas. La socióloga Françoise Héritier habla de disolver la jerarquía y romper la matriz de la valencia diferencial de los sexos. En otras palabras, romper la dicotomía asimétrica entre hombres y mujeres.

A la par que la importante y difícil lucha por alcanzar la igualdad formal y sustantiva, debemos perseguir con todos los medios la lucha por las mentalidades y las creencias. Las más duras de vencer y las más fáciles de reproducir. Reconocer los logros y seguir trabajando en los retos es la única manera de poner punto final.

¡La violencia no es natural! ¡La violencia genera violencia!

Unamos nuestras voces y entonemos un ¡ya basta! para que el por hacer finiquite de una vez y para siempre el grito de dolor de las heridas a muerte y de la sociedad que clamamos por una vida libre de violencia.

* Magistrada federal y académica universitaria