Opinión
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Furia

E

l presidente pide calma, dice que entiende el dolor y reconoce que se necesitan cambios mientras manifestantes –la mayoría jóvenes– colman las calles en ríos de ira para denunciar la impunidad de las autoridades al matar a jóvenes desarmados; por expresar su furia ante la violencia en su contra, los jóvenes son arrestados masivamente, acusados de violencia.

Las autoridades reiteran que no se tolerarán actos de violencia en la denuncia de la violencia de las autoridades. El presidente insiste en que nada significante, nada que beneficie, resulta de actos destructivos e invita a que todos participen en los canales políticos institucionales y reaccionen de manera constructiva. Pocos le hacen caso.

Miles de manifestantes en decenas de ciudades corean: manos arriba, no disparen al realizar actos de protesta, algunos de los cuales se expresan en actos violentos contra propiedad o en enfrentamientos con autoridades, y con ello continúan los arrestos. La furia se desató el lunes pasado por la decisión de un gran jurado de no presentar cargos contra el policía blanco que mató a balazos a un joven afroestadunidense desarmado en Ferguson, Misuri, en agosto.

Pero el asunto de lo ocurrido en un pueblito ya se ha vuelto símbolo de las injusticias que permean la vida bajo la superficie de este país. Y es que lo de Ferguson de nuevo reveló algo lejos de ser resuelto, una larga historia de opresión y represión contra las partes más vulnerables de este país, sobre todo el racismo que envina esta realidad estadunidense.

Ante una realidad en la que la policía dispara y/o mata a afroestadunidenses con casi el doble de frecuencia que a cualquier otro grupo, y donde es cuatro veces más probable que afroestadunidenses mueran estando en custodia o mientras son arrestados, que blancos, según una investigación de datos federales por Mother Jones, y donde los afroestadunidenses suman casi un millón de los 2.3 millones de encarcelados en este país, donde uno de cada seis hombres afroestadunidenses ha sido encarcelado, es difícil no concluir que hay un tipo de guerra contra esta minoría, así como contra los latinos. El hecho de que las victimas son casi todos jóvenes también indica una realidad en donde ser joven y de color se percibe como amenaza y sospecha por las autoridades y amplios sectores sociales.

Lo de Ferguson ya no se trata de sólo de la percepción de una injusticia más contra un afroestadunidense, sino de las condiciones que llevan a esas injusticias. La vieja consigna de sin justicia no hay paz, resuena de nuevo. Y es que todo esto no es nuevo. De hecho, este fin de semana arrancó una marcha de una semana con cientos de manifestantes en Misuri, justo para recordar el movimiento de derechos civiles de los 60. “Esta marcha está basada en la historia de derechos civiles y el legado… de la marcha de Selma a Montgomery hace casi 50 años”, indicó Cornell William Brooks, el presidente de la organización de derechos civiles NAACP, a los medios, como reportó La Jornada. Agregó que no sólo se busca justicia en el caso del joven baleado en Ferguson, sino una “reforma sistémica para una comunidad y un país indignados… un cambio fundamental en la manera en que se llevan a cabo las funciones policiacas”.

Pero algunos buscan un cambio aún más amplio que una reforma policiaca. El racismo no sólo se expresa en el sistema de justicia, sino también en el económico. Según el Centro de Investigación Pew, la riqueza media de hogares blancos es de 91 mil 405 dólares, pero la de afroestadunidenses es de 6 mil 446 (esa brecha se ha triplicado en los últimos 25 años). Desde 2007, el ingreso medio de afroestadunidenses se ha desplomado 15.8 por ciento, y la de latinos 11.8 por ciento, mientras la de blancos sólo 6.3 por ciento.

El viernes pasado, llamado Viernes Negro, que marca el arranque del maratón comercial navideño, manifestantes irrumpieron en malls en varias partes del país, activistas interrumpieron el servicio del tren metropolitano en Oakland, manifestándose frente a tiendas en ciudades como Nueva York, Chicago, San Francisco, Washington DC (donde brotaron protestas en el metro, en la colonia lujosa de Georgetown y en el mall de Pentagon City) y Seattle. Algunos corearon cosas como si no nos dan justicia, a ustedes no se les darán ganancias o, modificando la consigna que se ha vuelto la común en las protestas sobre Ferguson: manos arriba, no compren. Estas tácticas representan un giro, donde activistas dicen que para afectar al poder, uno los tiene que golpear donde más les duele: sus bolsillos. Subrayaron que el objetivo es no business as usual.

De hecho, estas acciones se combinaron con una serie de protestas contra Walmart por sus salarios y condiciones laborales inferiores. En un Macy’s en California, un par de empleadas de esa tienda de repente se sumaron a la protesta en frente de las puertas de la tienda departamental, al grito de: mierda, ya quemen todo esto, ante las ovaciones de los manifestantes.

El reverendo Martin Luther King, Jr, quien insistió en la no violencia como estrategia para su movimiento, declaró en 1967 que no podía condenar el uso de la violencia dentro de las comunidades aquí sin antes condenar las políticas bélicas de Estados Unidos, el mayor proveedor de violencia en el mundo. Poco después, ante una serie de disturbios en comunidades afroestadunidenses en 1968, dijo – tal como recordó la periodista Amy Goodman en su columna de Democracy Now– que sería moralmente irresponsable condenar estos actos sin condenar, al mismo tiempo “las condiciones… intolerables que existen en nuestra sociedad. Estas condiciones son las que causan que individuos sientan que no tiene alternativa más que participar en rebeliones violentas para obtener atención… es el idioma de aquellos que no son escuchados”.

Una pancarta de las protestas en Washington decía, alrededor de un dibujo de la tumba del joven asesinado en Misuri: Intentaron enterrarnos. No sabían que éramos las semillas.