Después de Ayotzinapa
la guerra sigue

La acumulación de abusos, despojos, engaños, amañes, cárceles, muertes, no comenzó la noche de Iguala, ni en Ayotzinapa se detiene. Lo que sí existe ahora es un masivo descontento que se pronuncia y moviliza. Más allá de la violencia criminal, pero sin dejar de incluirla, no cesa la cadena de agresiones e invasiones institucionales contra los pueblos indígenas del país. Si ponemos en el mapa focos rojos, coinciden con casi todos los territorios reales y simbólicos de los pueblos originarios. Y esto sin registrar los delitos y discriminaciones que se cometen a diario contra migrantes y residentes indígenas en las ciudades.

La maquinaria de la información puede seguir sus propios derroteros, fijaciones, intereses o la inevitabilidad de la nota. Los conflictos en (y en contra de) los pueblos simplemente continúan. No es retórico señalar que la emergencia y la autodefensa son parte de su existencia cotidiana. Y ahí no queda la cosa. Justamente en decenas de regiones, en centenares de comunidades y pueblos, donde se practica la resistencia efectiva, casi siempre pacífica, incluso desarmada, y nunca hostil, es donde el poder aplica sistemáticamente la receta de agresión, divisiones deliberadas, represión, persecución. Leyes secundarias, decretos perversos, acuerdos incumplidos.

No olvidemos que los yaqui siguen en lucha contra un gobernador cuatrero y sus cómplices; a los wixaritari en Jalisco, Durango y Nayarit los amagan y agreden narcos, caciques, policías estatales, soldados, y no se dejan. En la meseta purépecha la vida quedó profundamente alterada por el violento desgobierno nacional. Lo mismo en las costas, valles y montañas de nahuas, mixtecos, tlapanecas, zapotecas y ñahñú. En las Huastecas, la sierra de Zongolica y la norte de Puebla, al que baja la guardia se lo lleva la corriente. Todos reivindican además sus presos, asesinados, desaparecidos, desplazados; gente admirable todos ellos. Las transnacionales y los inversionistas colaboran con el despoblamiento (exterminio) planeado para los mayas de Campeche, los ijkoot y zapotecos del Istmo, los otomíes mexiquenses. La guerra contra el maíz nativo equivale al exterminio de los búfalos para colapsar a los pueblos indios de Norteamérica.

El descontento es generalizado, aunque no en todas partes se manifieste igual ni siempre logre articularse. Se registran casos de gran sometimiento, como los mazahuas bajo el priísmo en el estado de México (con especial crédito al ex gobernador Enrique Peña Nieto, el mismo de Atenco). O los pimas, los mayo-yoreme. O de cooptación absoluta como los lacandones. Enumerar gobernadores responsables resultaría redundante: son todos, no sólo los Ulises, los Padrés, los Aguirre, los Duarte. En el aparente caos de “casos aislados” se reconocen las costuras del método. Es una verdadera construcción bélica. El escenario “contrainsurgente” de una guerra insidiosa, lenta pero segura, para vaciar de indios la tierra útil. Así se ganó el Lejano Oeste. Así se domó la Pampa. Así se destruye la Amazonia cada día. Los neoliberales abrieron en México un escenario escalofriante: la guerra contra todos a un tiempo. A mayor escala que en Colombia, donde la estrategia anti-indígena es radical y la practican todos los poderes reales (gobierno, narco, paramilitares, guerrilla).

A éstas, las resistencias y autonomías mexicanas sostienen “vivires mejores” a costa de esfuerzos multiplicados para reivindicar sus territorios. Los mayas y zoques de Chiapas, con sus Juntas de Buen Gobierno, son la experiencia más elocuente, un faro clave para el movimiento indígena. Otros modos de gobierno propio se trabajan en Oaxaca, Guerrero y Michoacán. A todos se les echa montón. En Chiapas la guerra lleva décadas de aplicación tenaz, corrosiva, costosa, inmoral. Esta resistencia vence una y otra vez los recurrentes pronósticos y diagnósticos de su fin. El grito de los pueblos zapatistas en sus propias tierras es renovado (juvenil), multitudinario como ninguno, y sigue irradiando.

Los poderes, esa guerra que se traen, no la han ganado. Que ni crean.