Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 14 de diciembre de 2014 Num: 1032

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Narrar para resistir
Esther Andradi entrevista
con Nora Strejilevich

Las posadas
Leandro Arellano

Tres poetas:
Antony Phelps,
Horacio Benavides y
Xavier Oquendo

Marco Antonio Campos

Bestiario adentro
Adolfo Echeverría

El nuevo Tao o
la iluminación final

Alejandro Pescador

Después de la Muestra
Carlos Bonfil

Algunos encuentros
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
Galerķa
Ingrid Suckaer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 


Cartel promocional de Ninfomanía, de Lars von Trier

Carlos Bonfil

En México existen más de ochenta festivales de cine, la mayoría muy pequeños y distribuidos azarosamente en el interior del país. El fenómeno es singular y sorprende a más de un observador extranjero. Su proliferación se explica no sólo por la inquietud e incesante actividad de los promotores culturales, sino también por la necesidad de romper con el centralismo político que mantiene a Ciudad de México como la capital de las mudanzas e intercambios culturales y artísticos, y de la toma de decisiones políticas. Considérese tan sólo lo que tradicionalmente ha sido en el país la distribución y exhibición de cine. Las cifras son elocuentes: setenta y ocho por ciento del público mexicano no asiste al cine, en parte por razones de poder adquisitivo y también por dificultades de ubicación geográfica (cientos de poblaciones en el país no cuentan siquiera con una sala cinematográfica). De esta manera, cuando se habla de un incremento en la frecuentación a las salas de cine se alude a un fenómeno predominantemente urbano, concentrado en un puñado de ciudades grandes, y a una población en su mayoría de clase media. La ausencia casi total en diversas regiones del país de una oferta fílmica ajena a las rutinarias fórmulas de entretenimiento masivo, ha propiciado la multiplicación de festivales que de manera valiosa pero aún insuficiente compensan por esa carencia endémica de estímulos culturales para amplios sectores de la población.

En el caso de la Muestra Internacional de Cine sucede algo parecido al fenómeno de la proliferación de festivales regionales. Desde sus primeras ediciones, cuando el evento se conocía como Reseña Mundial de Cine, lo que se intentaba con la organización de una pasarela anual de cintas de calidad en principio indiscutible, películas de autor avaladas por los festivales de cine extranjeros más reconocidos, era compensar parcialmente por la raquítica dieta de cine de calidad a la que tenían derecho los espectadores locales. La cita anual en funciones especiales, promovidas casi como ceremonias de gala, simbolizaba el triunfo puntual y provisorio del cinéfilo sobre una censura siempre acechante o sobre la falta de imaginación o audacia de la cartelera comercial. La Muestra era así un oasis, una tierra prometida; en rigor, la dádiva anual de los funcionarios culturales de esos primeros tiempos que así justificaban un resto del año marcado por la mediocridad.

Muchas cosas han cambiado desde entonces, de modo especial el paisaje de una modernidad tecnológica que con la irrupción de internet y las redes sociales ha vuelto obsoleta y totalmente inoperante a la censura y también a la administración vertical, y a cuenta gotas, de estímulos culturales por parte del Estado. La programación fílmica de calidad que las autoridades se muestran hoy reacias o incapaces de ofrecer satisfactoriamente a un público masivo, éste se las procura por medios muy diversos que van desde las descargas por la red hasta un comercio informal que se transforma así en una insospechada red de divulgación paralela de las ofertas audiovisuales más novedosas. Las concesiones del viejo paternalismo oficial las remplaza hoy ventajosamente un tácito pacto de estímulos artísticos revigorizados, difundidos y compartidos por una sociedad civil en la que los cinéfilos no dependen ya para ver cine de calidad del capricho o la buena voluntad de las burocracias culturales en turno.

Esta nueva realidad señala que un evento como la Muestra Internacional de Cine, un ritual que ahora se realiza dos veces al año, se vea obligado a diversificar su propuesta de origen, replanteársela incluso, y en todo acaso adaptarla lo mejor posible a las necesidades de una nueva generación de espectadores que, aun colmando las salas donde se proyecta, exige todavía más de ella. No basta atenerse al esquema tradicional de una Muestra como puente de pre-estrenos prestigiosos que las distribuidoras exhibirán poco después en las salas de arte de las dos grandes cadenas exhibidoras, Cinépolis y Cinemex, y en el circuito cultural al que pertenece la Cineteca Nacional. Tampoco basta con limitarse a integrar la selección de dicha Muestra con películas premiadas en diversos festivales de cine como criterio indiscutible y aval máximo de su calidad. En otras épocas, cabe repetirlo, esa opción parecía ser la única o en todo caso la más atractiva. Actualmente el acceso cada vez más inmediato a cintas de calidad a través de la red electrónica, del comercio informal y los espacios alternativos de exhibición, exige de las instituciones culturales dinámicas de promoción fílmica menos rutinarias y más novedosas.

No es un azar que una parte significativa de la prensa nacional haya dejado de cubrir la Muestra Internacional de Cine como solía hacerlo en épocas recientes. Además del evidente desdén de algunas redacciones de diarios hacia la actualidad cultural, existe la percepción de que dicho evento ha dejado de ser noticia, excepto cuando proyecta cintas controvertidas como Ninfomanía, del danés Lars von Trier. Lo que alguna vez fue un evento excepcional y atendible por todos los medios, se ha trivializado paulatinamente por el hecho de que la propia Cineteca garantiza hoy, a lo largo del año, una programación de calidad que incluye cada uno de los títulos que la Muestra ofrece como novedad o en calidad de pre-estreno. El atractivo anzuelo de otros tiempos es una fórmula con claros signos de agotamiento. El espectador que no pudo llegar a tiempo a la Cineteca o a otros circuitos paralelos para apreciar cintas notables como Leviathan, Sueño de invierno, Ida, Güeros, Tan negro como el carbón, Mommy, Fuerza mayor, Adiós al lenguaje, Mapa a las estrellas, Dos días, una noche o Cenizas del pasado, sólo debe esperar unos días o semanas para verlas con mayor comodidad en la misma Cineteca o en el circuito comercial. A eso ha quedado hoy reducida la novedad original del evento. Es necesaria una renovación radical del mismo o su sustitución por algo más sugestivo y trascendente, posiblemente un competitivo Festival Internacional de Cine de Ciudad de México que complete y enriquezca todavía más el paisaje de la cinefilia en el país.