Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de diciembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Guerra económica
L

as monedas luchan entre sí en los mercados internacionales. Puede parecer exagerado decir que la guerra es tanto una confrontación entre distintas economías, como una entre distintos ejércitos. Pero no lo es. En la historia reciente hay dos periodos que ilustran esta condición. El primero fue a partir de 1914 cuando la I Guerra Mundial minó la efectividad del patrón oro que se hundió en 1933, al cancelar el presidente Roosevelt los pagos en oro de los bancos y su exportación. El segundo ocurrió en 1971, cuando el presidente Nixon canceló el patrón dólar-oro y, así, la convertibilidad de esa moneda en el metal tal y como se instauró al final de la II Guerra Mundial. El sistema que consolidó formalmente la hegemonía del dólar como dinero mundial terminó. Hoy, el sistema monetario no se basa en la relación con un metal, lo que era una forma de superstición y se ha sustituido por la confianza o la seguridad intermitente en una moneda, que es otra quimera.

El estado de la confianza en el valor de las monedas es hoy sumamente volátil. Lo es en la cabeza de los inversionistas y de los agentes financieros que manipulan las transacciones. Además de ser esencialmente especulativo, trata de preservar la capacidad de compra actual y futura del dinero que emite un determinado banco central. Ya que la capacidad de opera las transacciones es muy rápida, la volatilidad tiende a extenderse como un reguero de pólvora. La depreciación súbita del peso en los días pasados es sólo una de las expresiones de este fenómeno. Es una manera de fuga hacia la calidad de los activos que se poseen. Esto lo pueden hacer quienes tienen con qué fugarse y esos recursos están muy concentrados.

En una guerra convencional, si es que tal término tiene una acepción concreta, los generales y los políticos controlan a sus fuerzas. En la guerra económica estos son los bancos centrales y los ministerios de hacienda o del tesoro (otras expresiones de fetichismo). Pero no tienen un control sobre sus fuerzas, dependen de las expectativas, y hay rebeliones constantes. Mandan señales por medio de la gestión de la cantidad de dinero que hay en una economía y, también, a escala mundial; mueven las tasas de interés para atraer capitales y los tipos de cambio para reforzar la competitividad de las mercancías que exportan o importan. Aplican la política fiscal para asignar los recursos entre el gobierno y el sector privado. Asignan desigualmente los costos, o la capacidad de fuego, fijan las estrategias monetarias y financieras con las grandes instituciones financieras y conglomerados industriales.

El periodo iniciado en 2007 –con la crisis financiera aún en curso– puso de relieve el activo papel de los bancos centrales en los países desarrollados al emitir cantidades billonarias de dinero que no tiene ningún respaldo productivo. El argumento predominante es que así se previno el colapso de los sistemas bancarios y conservó el lubricante que representa el dinero y, en mucho menor medida el crédito, para las transacciones económicas. Las tasas de interés se han mantenido en niveles cercanos a cero por varios años para renovar las inversiones en la producción y la creación de empleos.

El proceso ha sido muy lento o fallido y la recuperación como la de Estados Unidos es incipiente y no necesariamente duradera. Las condiciones entre los países no son coincidentes. La fragilidad productiva y financiera global sigue extendiéndose. El mercado petrolero se suma ahora a la debilidad estructural de la economía. La fuerte caída de los precios es un fenómeno que no se daba hace muchos años y la OPEP no ha reaccionado como solía hacerlo, es decir, recortando la producción. Ahora ofrece lo que sea necesario al precio vigente. La operación para determinar el ingreso privilegia la cantidad sobre el precio y eso distorsiona el mercado del crudo y de la energía. El acomodo es parte de la guerra económica y una de las víctimas directas va a ser Pemex y de refilón la reforma energética. La geopolítica mundial de la energía será diferente.

El peso no es una moneda fuerte, quienes así lo cacareaban han quedado expuestos. Como moneda no tiene un suficiente respaldo productivo y pierde atractivo como divisa eficaz para el carry-trade (cuando se compra una moneda para invertir en títulos que rinden un mayor interés que en la moneda que se vende). Eso sólo duró hasta que la Reserva Federal ha tan sólo insinuado que puede elevar las tasas de los bonos del Tesoro. Ahora la inflación en México crece, el peso de deprecia frente al dólar y los capitales se fugan hacia la calidad, y todo esto en un escenario de creciente incertidumbre interna y externa.

El gobierno compró coberturas para el precio del petróleo que sirven para compensar las pérdidas presupuestales del año entrante. Además dice que la mayor recaudación de impuestos compensará también la caída del precio del crudo. Pero Pemex no va a resistir y sustituir el ingreso petrolero por impuestos es un pésimo negocio para la economía y la gente pues golpea al consumo y la inversión. 2014 termina con un entorno muy complicado, distinto diametralmente al que se plantearon el gobierno y la cúpula empresarial al inicio. 2015 va a ser muy difícil y no hay detonadores de corto plazo de la recuperación del producto y del empleo. Mientras son las lujosas casas o no, los trenes rápidos o no, vaya que se necesita replantear la gestión de esta economía.