20 de diciembre de 2014     Número 87

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

La ciudad y el campo

Tradición agrícola y revolucionaria
de los pueblos del sur del DF

La mesa La Ciudad: Memoria y Revolución fue espacio para que académicos hablaran de los encuentros y desencuentros entre lo rural y lo urbano; la “intromisión” de la cosmovisión indígena en el mundo citadino –al referirse ni más ni menos que la Ciudad de México, la urbe más poblada de México-, con una emergencia cada vez más rica de las tradiciones y la cultura de los pueblos originarios, más allá de los más de 160 que existen en esta capital.  He aquí algunas reflexiones de esta mesa:


FOTO: Ivan Gomezcésar

Iván Gomezcésar, académico de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Si vemos con cuidado, la Ciudad de México es una ciudad en donde se mueven los pueblos, donde hay un renacimiento de ellos; hace 20 años los investigadores pensábamos que había unos cien pueblos aquí, la mayoría en la zona sur. Hoy la contabilidad va por 160 pueblos. ¿Qué pasó? Una parte de los pueblos originarios, los rurales y semi-rurales como los de Milpa Alta, Xochimilco, Tláhuac y Tlalpan, constituyen apenas la tercera parte de todos los pueblos de la ciudad. Más de cien son plenamente urbanos. Es decir, no dependen de la agricultura y sin embargo siguen subsistiendo, y un porcentaje importante de ellos ha reafirmado su existencia en estos 20 años, ha recuperado espacios, especialmente en el plano cultural.

Además la ciudad ha sido receptora de migrantes –muchos expulsados de sus lugares de origen por condiciones económicas y sociales injustas-, que llegan a reconstruir las condiciones de sus pueblos aquí. Es el caso de pobladores nahuas de Chilacachapa, Guerrero, que llegaron al norte de la ciudad y han venido comprando –de a poquito y en condiciones de mucha pobreza- una colonia completa. Allí conviven con nahuas de Veracruz y mixtecos de Oaxaca.

Esta gente cuenta con una casa de la cultura que tardó ocho años en construir y que funciona en algunos aspectos como forma de gobierno; esta casa hace las funciones de juez de paz. Los tres grupos indígenas que viven en esa colonia tienen una suerte de asamblea donde se reconocen los pesos específicos de cada uno y resuelven asuntos que competen a la comunidad. Es decir, sin perjuicio de la ley, estos migrantes indígenas tienen experiencias de reconstitución de pueblos en plena ciudad. Y así como esa colonia debe haber muchas más.

De esta manera, a cien años de la entrada de Villa y Zapata a la Ciudad de México, esta urbe tiene un perfil originario muy fuerte, no reconocido y que apenas empieza a tomar su verdadera dimensión. Y esto se profundiza si se considera que hay muchas poblaciones urbanas y rurales que no se consideran indígenas pero que comparten elementos culturales muy fuertes con la población indígena, en comida, tradiciones, la fiesta, el carnaval…

Estoy estudiando la colonia Buenos Aires, en pleno centro de la capital, y lo que he encontrado me asombra; ellos tienen una fiesta patronal muy grande que es una suerte de carnaval, pero resulta que hay una especie de correspondencias entre la colonia y varios pueblos de la propia ciudad. Por ejemplo, pueblos de Xochimilco prestan un niño Dios a una familia de la Buenos Aires año con año. El pueblo Santa María Aztahuacan (en Iztapalapa) aporta carros alegóricos a la fiesta patronal… ¿Qué pasa aquí? Que muchos sectores populares de la capital comparten elementos culturales con esta población. Esto representa entonces una emergencia de las identidades indígenas del país.
Un factor importante es el hecho de que, no obstante la tradición de enfrentamientos entre pueblos que existe en la región central de México –fundamentalmente por conflictos agrarios-, cuando hay ceremonias, conmemoraciones, se distienden los conflictos. Por ejemplo, el 6 de enero miles de milpaltenses van a Chalma y atraviesan zonas de pueblos con los que tienen problemas, pero en esa ocasión todos son hermanos. Esto indica que hay elementos que permiten a los mexicanos superar sus diferencias, permiten puntos de encuentro. Y la parte religiosa es muy importante. En este país en algún lugar en este momento mismo hay miles de personas caminando hacia un santuario. No ha de haber un solo minuto en que esto no ocurra. Existen en el país 200 lugares sedes de peregrinación.

Armando Bartra, académico de la UAM-Xochimilco. En los cinco siglos recientes, el campo del Altiplano y la Ciudad de México han tenido una relación mala. Es un mal matrimonio pero allí está. Es el campo el que ha sufrido. La parte urbana despoja a la rural sistemáticamente del agua, de la tierra, de la cultura… es una pésima relación.

El despojo lo hace la ciudad igual que las mineras, como las grandes presas, y esto tiene que cambiar, por el bien de todos, de los chilangos de banqueta y de los chilangos de surco. Necesitamos cambiar la crónica desavenencia y construir un acuerdo mutuamente ventajoso. Tenemos que aprender a llevarnos bien, debemos diseñar un futuro para el Distrito Federal.

Y es más fácil imaginar este hermoso futuro, si vamos al pasado. Porque hubo un tiempo feliz, vivido por los abuelos o más allá de los abuelos, para recordarlo en su plenitud, en que esta región era un prodigio de agricultura, en que era un suntuoso vergel que alimentaba, y bien, a todos los habitantes de Tenochtitlan, que era la mayor ciudad del continente.

Años en que esta cuenca, que llamamos valle, no era el paraíso, pero sin duda era mucho más armónico y más equilibrado de lo que es ahora. Los chilangos éramos gente del agua, esto era un lago, pero las grandes aguas se fueron, las expulsamos de hecho. En el sur del Distrito Federal y en la zona de Texcoco la gente sigue siendo del agua, gente lacustre, de tradición campesina, y persisten en el espíritu, en la fiesta patronal y en el carnaval. Xochimilco, Tláhuac, Milpa Alta, Tlalpan, Álvaro Obregón, Cuajimalpa, y los municipios mexiquenses de Chalco, Tlalmanalco, Amecameca… En todos estos lugares se capta el agua que luego mandan a los chilangos sedientos de la parte seca. Y secar a los pueblos del agua es matarlos. Nosotros se las estamos robando. El agua que ellos aún vigilan y conservan es el agua de la que vivimos los resecos chilangos de banqueta.

Los xochimilcas desarrollaron sutiles y elaboradísimas técnicas agrícolas, que hoy podemos ver todavía. Las chinampas –islotes con las que se amplían las zonas de cultivo y las zonas de pendiente para evitar que al desmontarlas el agua corra y deslave la tierra- se volvieron terrazas con tierra volcánica. Son un lujo de productividad: las chinampas pueden tener entre tres y cinco cultivos agrícolas ciclos anuales, que pueden ser de hasta cuatro toneladas por hectárea.

Lo que hoy queda son unos 200 kilómetros de canales, casi todos contaminados por aguas negras, muchos intransitables por el lirio acuático; el viejo esplendor se perdió y con él se esfumaron el pescado blanco, la almeja de Xochimilco y otras especies.

Esto es una destrucción, un crimen y debería hacernos reflexionar. América Latina es el continente más urbanizado del mundo, somos fabricantes de ciudades y ocho de cada diez pobladores de la región vivimos en urbes. De las ciudades de América Latina, la de México destaca, es la mayor y tenemos el privilegio de tener muchísimo suelo de conservación y lo debemos preservar. Dentro de esto quizá 300 kilómetros cuadrados son de tierras potencialmente agrícolas. En pocas palabras, nuestra ciudad es campo, y esto es privilegio mientras lo conservemos. El territorio del Distrito Federal es mayoritariamente rural.

El problema es que este suelo agrícola o potencialmente agrícola no se aprovecha adecuadamente. Y preservarlo ante la amenaza de la urbanización anárquica y de las invasiones ilegales, sería imposible si el territorio enorme está despoblado. Si el entorno rural no es ocupado por comunidades campesinas dispuestas a preservarlo y aprovecharlo no podrá haber fuerza pública u organización que pueda defenderlo. Sólo la agricultura sostenible y otros aprovechamientos amables con el medio ambiente pueden frenar el crecimiento depredador y suicida de la mancha urbana. Aunque muchos campesinos deploran que sus hijos –con estudios logrados gracias al esfuerzo en el campo- ya no quieren cultivar la tierra, también hay experiencias de jóvenes que alcanzan altos niveles de estudio y que sin embargo sienten amor y apego al campo.


Insurgencias campesinas y
anarquismo: Ricardo Flores Magón, Emiliano Zapata, Nestor Makno

Los campesinos son naturalmente anarquistas, decía Bakunin. Y efectivamente en muchas de las grandes rebeliones agrarias del XX estuvo presente el pensamiento ácrata. De algunas de ellas se habló en el panel Anarquismo y Campesinado de las Jornadas en Defensa de la Tierra, el Agua, la Vida y la Memoria. La cita que encabeza esta nota es tomada de la ponencia “Sobre ilusos y utopistas”, presentada por Carlos Albertani, académico de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Y resulta muy oportuna en momentos en que en México se señala a los anarquistas como violentos y se les confunde con encapuchados anónimos.


FOTO: Martha Olivares

Ilusos, utopistas, nos gritan. (…) Y sin embargo, lo que se llama civilización, ¿qué es sino el resultado de los esfuerzos de los utopistas y de los ilusos? Los soñadores, los poetas, los ilusos, los utopistas tan despreciados de las personas “serias”, tan perseguidos por el “paternalismo” de los gobiernos, ahorcados aquí, fusilados allá, quemados, atormentados, aprisionados, descuartizados en todas las épocas y en todos los países, han sido no obstante los propulsores de todo movimiento de avance, los videntes que han señalado a las masas ciegas los derroteros luminosos que conducen a cimas gloriosas.
Ricardo Flores Magón

Claudio Albertani convivió en este panel con Rubén Trejo, de la UACM, y con Lorena Paz Paredes, investigadora del Instituto Maya. Trejo delineó elementos de una investigación que está realizando actualmente sobre la relación entre el magonismo y el zapatismo durante la Revolución Mexicana, y Lorena Paz habló de un movimiento insurreccional encabezado por el guerrillero anarquista Néstor Makhno, en Ucrania, que se mantuvo en acción de 1918 a 1921 bajo el fuego de ejércitos invasores y contrarrevolucionarios y de fuerzas militares soviéticas, tema que es central en el libro recién editado Tierra y libertad. Populismo y marxismo en las revueltas campesinas rusas de los siglos XIX y XX, de la propia Lorena Paz.

A continuación, algunos extractos de las palabras de Albertani:

Enterrado muchas veces, calumniado y denigrado siempre, el anarquismo vuelve a surgir una y otra vez, particularmente en tiempos de crisis. Su trayectoria larga, accidentada y no exenta de contradicciones, muestra la veracidad de las palabras de Ricardo Flores Magón: el ejemplo de nuestros utopistas generosos, su obstinada voluntad de cambiar las cosas aquí y ahora, nos anima a luchar y a encarar esta época de empobrecimiento creciente y represión criminal. Contrario a lo que muchos creen, ser anarquista, no implica ser violento o extremista, ni creer ingenuamente en la posibilidad de implantar la sociedad perfecta. Implica, más bien, una actitud, una manera de estar en el mundo, pero sobre todo formas de lucha diversas que no pueden enclaustrarse en ninguna doctrina cerrada.

De formación juarista, Ricardo Flores Magón y sus compañeros llegaron muy pronto al anarquismo, del cual elaboraron una interpretación original que combinaba la lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz con la resistencia indígena, el liberalismo anti-imperialista y el comunismo libertario de matriz kropotkiniana.

El Partido Liberal Mexicano (PLM), la organización de Ricardo, reclutaba a sus militantes por tres medios: el periódico, la creación de clubes y sociedades culturales y el contacto directo. No era un partido en el sentido tradicional, sino una red en donde cada grupo gozaba de autonomía a partir de un credo común cuyo eje central era la insurrección armada contra la dictadura. Gracias al periódico Regeneración –que apareció de manera intermitente entre 1900 y 1918-, la palabra revolucionaria se difundió en México vía cuentos, poemas y obras de teatro que inauguran el filón de la literatura de agitación.

Cientos de clubes liberales implantados en todo el país fomentaron huelgas (como las de Cananea y Río Blanco) y organizaron rebeliones que contribuyeron a la caída del viejo régimen empujando la lucha social más allá de un mero cambio de gobierno.

Cuando el 20 de noviembre de 1910, inició el movimiento armado, Regeneración había alcanzado un tiraje de 30 mil  ejemplares que circulaban clandestinamente por todo México. Integrantes del PLM llevaron a cabo acciones armadas en todos los estados del norte, así como en Oaxaca, Yucatán, Jalisco, Tlaxcala, Veracruz y Tabasco. Empezaba la corta pero heroica epopeya de lo que se ha llamado “la otra revolución” para diferenciarla de la revolución meramente política que impulsaba Francisco I. Madero.

Los magonistas mantenían relaciones estrechas con los pueblos indios, particularmente los yaquis y tarahumaras.

El 29 de enero de 1911, guerrilleros del PLM tomaron la ciudad de Mexicali, Baja California, declarando, acto seguido, que era su intención construir una república socialista en donde los hombres y las mujeres gozarían del producto de su trabajo.

En abril de 1911, el PLM llamó a luchar contra “el capital, la autoridad y el clero”, bajo la consigna “Tierra y libertad” que les llegaba de los anarquistas españoles. El 25 del mismo mes, los maderistas firmaron con los representantes del gobierno federal los Tratados de Ciudad Juárez que estipulaban la renuncia del dictador y el cese de las hostilidades. Los liberales que ya habían roto con Madero, lo tacharon de traidor. El 26 junio, las tropas federales aplastaron a los insurgentes bajacalifornianos contando con la complacencia de Madero. El día 14, Ricardo, Enrique, Librado Rivera y Anselmo L. Figueroa habían sido detenidos en Los Ángeles bajo la acusación de violar las leyes de neutralidad de los Estados Unidos. El 23 de septiembre los cuatro refrendaban su postura anarco-comunista desde la cárcel: “a escoger, pues: o un nuevo gobernante, esto es, un nuevo yugo, o la expropiación salvadora y la abolición de toda imposición religiosa, política o de cualquier otro orden”. Pasarían los siguientes tres años tras las rejas.

Muy golpeado y disminuido, el PLM, nunca se disolvió. El último número de Regeneración, el 262 de la cuarta serie, salió el 16 de marzo de 1918. Contenía dos textos memorables: un saludo a la revolución rusa que refrendaba la vocación internacionalista de sus autores y un manifiesto dirigido a los anarquistas de todo el mundo y a los trabajadores en general que llamaba a “la insurrección de todos los pueblos contra las condiciones existentes” y concluía con palabras proféticas: “para lograr que la rebeldía inconsciente no forje con sus propios brazos la cadena nueva que de nuevo ha de esclavizar al pueblo, es preciso que nosotros, todos los que no creemos en gobierno, todos los que estamos convencidos de que gobierno, cualquiera que sea su forma y quienquiera que se encuentre al frente de él, es tiranía, porque no es una institución creada para proteger al débil, sino para amparar al fuerte, nos coloquemos a la altura de las circunstancias y sin temor propaguemos nuestro santo ideal anarquista, el único humano, el único justo, el único verdadero”.

He aquí un extracto de la ponencia de Rubén Trejo, donde enlazó magonismo con zapatismo.

Regeneración, el periódico de combate del Partido Liberal Mexicano (PLM), publicó en enero de 1911 la primera noticia de la insurrección campesina en Morelos.

No ha habido periódico que dé cuenta del levantamiento que hace varias semanas ocurrió en Cuautla de Morelos. Sin embargo, en correspondencia que hemos recibido de fuente fidedigna, se nos comunica que los rebeldes de Cuautla siguen sobre las armas, operando con buen éxito en aquella región.

De esta forma, Regeneración tuvo la primicia de la irrupción campesina suriana en el escenario de la Revolución Mexicana. Es probable, por la fecha señalada, que el periódico ácrata hubiese recibido información de que a finales de 1910 los habitantes de Anenecuilco, Villa de Ayala y Moyotepec estaban repartiéndose las tierras que reclamaban como suyas. El campesino que encabezaba esta obra justiciera era Emiliano Zapata, calpuleque de Anenecuilco. El despojo de tierras por parte de las haciendas había condenado a sus antiguos propietarios a la más angustiosa miseria. La situación se había vuelto insoportable y los campesinos decidieron tomar medidas extraordinarias y llevaron a cabo dos repartos de tierras en ese convulso año de 1910.

De la ponencia de Lorena Paz, tomamos esto:

El ejército popular de Makhno llegó a ser tan irregular y a la vez tan eficaz como el de Emiliano Zapata, que casi por los mismos años operaba en Morelos al sur de México: el Ejército Libertador del Sur, donde muchos de los guerrilleros después de los combates cambiaban armas por azadón y amanecían pacíficos campesinos en sus pueblos. Pero a diferencia de los morelenses, los aldeanos ucranianos alzados en armas, no tuvieron descanso, y quienes se enrolaban en la guerrilla difícilmente volvían a sus campos, pues estuvieron constantemente bajo fuego: a veces combatiendo en las fronteras a las tropas “blancas” del movimiento dirigido por oficiales zaristas y a fuerzas extranjeras de ocupación, otras veces luchando contra los “rojos” que los presionaban en la retaguardia. En el levantamiento comandado por Néstor Makhno, sólo se dejaba el ejército muerto, preso o derrotado, a esos guerrilleros la vida no les dio para más. Y es que cuando este ejército campesino ganó la guerra contra los invasores y los Blancos, de inmediato fue aplastado por el Ejército Rojo que había sido su aliado. Y Maknho tuvo que huir del país, mal herido.

En un volante de los insurrectos dirigido a la población trabajadora de la ciudad de Alejandrovsk, se lee:

“Hasta ahora se les ha dicho que los makhnovistas son bandidos, bandoleros y pogromistas [saqueadores antisemitas]. Sepan que es la más artera calumnia. Los miembros de nuestro ejército insurreccional son honestos campesinos y obreros revolucionarios [...] La población pacífica de la ciudad [...] tiene que sentirse en seguridad, puede seguir tranquilamente su trabajo sin considerarnos como sus enemigos.

“El ejército insurreccional revolucionario tiene como meta ayudar a los campesinos y los obreros en su larga y penosa lucha por la emancipación…de todas las formas de yugo del capital y del poder político [...] Por eso, nuestro ejército aparece como el amigo y el defensor de los obreros, los campesinos y los pobres en general. El ejército no sólo cuenta con la simpatía y la confianza de éstos, sino con su colaboración y su participación”.

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