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EU y Cuba: el desbloqueo
E

l presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el gobierno de Cuba llegaron a un acuerdo para restablecer relaciones diplomáticas y propiciar opciones de intercambio comercial. Permanecen las condiciones básicas del embargo económico y las sanciones previstas en las leyes de 1992 (Torricelli) y de 1997 (Helms-Burton). Sin embargo, se trata sin duda del comienzo de un giro en las relaciones entre ambos países. La noticia tomó al mundo por sorpresa, con excepción del Vaticano. Los dos gobiernos reconocieron (y agradecieron) la labor empeñada por el papa Francisco durante año y medio para facilitar el acercamiento. El primer gesto del viraje ha sido el intercambio de espías que permanecían en cárceles, respectivamente, de Estados Unidos y Cuba: Gerardo Hernández, Ramón Labañino Salazar y Antonio Guerrero Rodríguez, por la parte cubana; Alan Gross, acusado de instalar conexiones clandestinas para Internet en La Habana, por la estadunidense. Un gesto típico de la diplomacia que caracterizó la guerra fría, cuyo fin –ahora en nuevas circunstancias– parece no llegar.

En la prensa estadunidense, los primeros comentarios sobre las probables razones de la decisión de Obama han coincidido en un mismo tema: las elecciones presidenciales de 2016. La derrota que los republicanos infligieron al Partido Demócrata en los comicios intermedios de este año tuvo su origen, en gran medida, en el desplazamiento del voto latino. Con las nuevas medidas de inmigración y la apertura hacia Cuba, Obama estaría tratando de recuperar el voto perdido. La ironía es que hoy intentar recobrar la simpatía de la minoría cubano-estadunidense –y una amplia franja del centro latino– pasa por una política exactamente contraria a la de todos los presidentes en turno en la Casa Blanca desde principios de los años 60. Las razones de este cambio son bastante complejas, pero todo indica que las nuevas generaciones de cubano-estadunidenses quieren ver, a diferencia de sus padres y abuelos, una actitud de apertura y negociación hacia La Habana. Una opinión muy distinta a la de los representantes ultraderechistas por Florida en el Capitolio, que acusaron al presidente Obama de traición. Y en efecto, es la primera vez que Washington reconoce formalmente al régimen que emanó de la Revolución Cubana, el cual –en la esfera política– se mantuvo prácticamente de manera idéntica al que se forjó en los años 60.

La historia que va del embargo económico de 1961 a 2014 es larguísima. Después de la reforma agraria (muchas de las plantaciones cubanas pertenecían a firmas estadunidenses) y las nacionalizaciones de 1960, el nuevo régimen isleño, lejos de ceder a las presiones de Washington, decidió entrar de lleno, como protagonista central, a la escena de la guerra fría. La revolución optó por una alianza con el antiguo bloque soviético. De haber prosperado la invasión a Bahía de Cochinos, la historia de Cuba no habría sido distinta a la de República Dominicana o cualquiera de las otras naciones del Caribe y Centroamérica. Los saldos de esa alianza fueron asimétricos: Cuba logró preservar su soberanía, pero acabó instaurando un socialismo de Estado bajo el modelo del partido único, muy lejos de la idea original que albergó la revolución de construir un orden nuevo (sobre todo con respecto a la experiencia soviética).

En los años 70 y 80, la economía gozó del apoyo de los antiguos países socialistas, el cual se vino abajo con la caída del muro de Berlín. Los 90 fueron probablemente los años más inclementes para la sociedad cubana. Sobre todo porque Estados Unidos creyó que podía doblegar a un orden que mostró que tenía raíces propias.

Estas raíces muestran una paradoja: Cuba es el país en América Latina con los menores índices de mortalidad infantil, desnutrición y analfabetismo; su promedio de vida es mayor incluso que el de la población de Estados Unidos; pero no existe el menor indicio de que el régimen opte por una democratización de la vida pública. El aislamiento, por su parte, no sólo ha deparado escasez y carencias, sino también ciertos beneficios. Es una de las naciones con uno de los menores índices de criminalidad, lo cual no es poco hoy día. No obstante, hace rato que dejó de ser un paradigma para las sociedades latinoamericanas. Su defensa de la soberanía fue única y admirable. Pero sin libertad, el socialismo del siglo XXI es inconcebible.

A partir de 2006, con la llegada de Raúl Castro al poder, se inició un periodo de reformas graduales para reanimar la producción y la llegada de inversiones de Europa y China. Hoy circulan celulares, hay empresas individuales, prospera el crédito. Algo parecido a lo que pasó en China a partir de los años 70. Es probable que la apertura hacia Estados Unidos fortalezca esta tendencia.