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Se pronuncia La Voz Brava
E

ntiendo que la localidad se llame Brava (por embravecida) y que el centro de reunión por antomasia sea el Café Bravo (por digno de aplauso), pero pregunto a Clarisa Landázuri, en carta a quien asumo ser la directora, cómo justifica que su irregular publicación lleve el valiente nombre de La Voz Brava cuando nunca una sola de sus líneas ha arriesgado nada para que su voz merezca tan desafiante calificativo, Brava, con comentarios sobre la realidad, paradójicos quizás o incluso crípticos, pero en su mayoría tan ubicuos y atemporales que se libran de cualquier posible confrontación, incluso la más leve y mejor intencionada.

Clarisa me contestó en su columna, que a falta de autorización no transcribo tal cual pero sí gloso, con mi observación de que, algo inusual, Landázuri sitúa su comentario en el aquí y el ahora.

En su estilo educado, decidida a decir la verdad pero con sutileza (perspicacia, astucia, penetración), ilustró con un ejemplo cómo justifica ser brava La Voz Brava al recordar la conducta de la reina consorte de Francia en el siglo XVIII, que bien pudo ser la autora (hay quienes, como Rousseau, atribuyen esta respuesta a figuras anteriores) de la célebre sentencia dirigida al pueblo hambriento que con variaciones pero en síntesis le pedía pan, Si no tienen pan, denles pastel, gesto que la Historia considera nacido de la más vil ignorancia o del más altivo, endiosado y despreciativo de los egoísmos; recordó la conducta, digo, y la relacionó con la de la esposa del alcalde de Ayotzinapa, Brava, en el siglo XXI, que, según se registra, fue la autora de la desgraciada disposición de que se deshicieran de los normalistas antes que permitirles manifestarse contra ella en la ocasión en que ella se postulaba para suceder a su marido, orden que la Historia no podrá considerar sino nacida de la más arraigada malignidad o del más salvaje, cruel e irracional de los egoísmos.

Landázuri relacionó la actitud de las dos ruines mandatarias y las encontró similares, sin evadir destacar la diferencia entre el capricho de una reina, acostumbrada a que se lo consientan, y el de una especie de salteadora de caminos vestida de domingo que de la noche a la mañana quiere todo y lo quiere ¡Ya! Y no fue sino al comparar el dictamen que la justicia pasó en su momento sobre dichas actitudes y, en especial, el castigo que impuso a cada una de las soberanas que las encarnaron, que Landázuri encontró diferencias. Mientras que a la reina consorte de Francia en el siglo XVIII sus víctimas la degollaron y acto seguido pasaron a hacer la Revolución, a la consorte del alcalde de Ayotzinapa, Brava, sus cómplices, hijos directos de su propia Revolución, la mantienen a salvo de la embravecida población solidaria de sus víctimas que quiere degollarla. Ojalá lo logren, anhela Clarisa.

Cierto que la guillotina nació en Francia a modo de último castigo; pero cierto también que las cabezas se cortan por capricho desde antes de tiempos de Salomé, que pidió a Herodes Antipas (anterior a él, Herodes el Grande fue quizás el primer mochacabezas de la Historia, al mandar decapitar a los Inocentes) la de quien después habría de ser San Juan Bautista, que recibió en charola. A Herodes lo sedujo la danza de Salomé y, hechizado, declaró: Pídeme lo que quieras y te lo daré.

Por si el ejemplo anterior no ilustrara lo suficiente cómo justifica ser brava La Voz Brava, Landázuri sugiere a los investigadores de la desaparición de los 43 estudiantes dejar de buscar cenizas o restos de cadáveres supuestamente quemados, y que se despabilen y descubran una estafa equivalente a la protagonizada en 2002 por el crematorio Tri-State de Georgia, Estados Unidos, cuando 334 cadáveres supuestamente cremados en años anteriores fueron desenterrados descompuestos o momificados en los terrenos del crematorio, apilados ahí por la familia dueña del lugar quien, tras haberse ahorrado la incineración, y al devolver a los respectivos familiares aparentemente las cenizas de sus muertos, lo que les devolvió fueron cenizas de leña quemada.

Por brutal que sea repetirlo, lo que Clarisa cree es que la desaparición de los normalistas no fue cuestión de capricho de la salteadora de caminos aspirante a alcaldesa y mucho menos de ninguna ideología; cree que fue cuestión de negocios. Y que es en este submundo en el que hay que rastrear al culpable.