Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 21 de diciembre de 2014 Num: 1033

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Ciencia bajo el puente
Manuel Martínez Morales

La Babel de las siglas
Vilma Fuentes

Felipe la boa
Guillermo Samperio

De nuevo Operación Masacre
Luis Guillermo Ibarra

Artículo 84
Javier Bustillos Zamorano

México hoy:
necropolítica e identidad

Ricardo Guzmán Wolffer

En el taller
de Cuauhnáhuac

Ricardo Venegas entrevista con Hernán Lara Zavala

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Ricardo Yáñez
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Verónica Murguía

La lista de deseos

De nuevo es Navidad. No lo puedo creer. Como dice todo el mundo, cada vez los años duran menos. O será que éste estuvo tan lleno de plagas como aquél en el que Jehová dejó caer su cólera sobre los egipcios y por eso nos ha parecido una caída en el abismo: breve, dolorosa, puro vértigo.

En las noches de este diciembre polvoriento, me asaltan los recuerdos de la infancia, cuando la Navidad me parecía la época más bonita del año. En diciembre la escuela cambiaba: los maestros perdían el mal humor y todos decorábamos el salón y poníamos el árbol. Supervisados por una monja distraída, hacíamos intercambios de regalos y posadas. Los que tenían buenas calificaciones eran elegidos para personificar a la sagrada familia o a los ángeles en la pastorela. El mejor actor, aunque reprobara todas las materias era, siempre, el Diablo. El resto salíamos de pastores genéricos y lo mismo daba si éramos niños o niñas, así que uno se podía ir de pinta y nadie decía nada. En las escapadas, sentadas alrededor de mesas de lámina, las niñas de Sexto hacíamos listas de lo que deseábamos para la Navidad y la vida. Porque esa era la característica más acusada de la Navidad: pedíamos cosas. En Año Nuevo se hacían listas de propósitos; en Navidad, de deseos. Mi mejor amiga de entonces era una niña sin imaginación: quería casarse. Tener una casa con alberca, hijos guapos y coche. Logró todo menos la alberca.

Yo quería un caballo porque es un animal indispensable en los libros de aventuras y, confusamente, ver el mundo. Quería que mi casa estuviera llena de gatos, perros y hámsters; quería ya no tener miedo en las noches; quería (sin poner nada de mi parte, así son los niños) sacarme dieces sin estudiar.

Ahora mi lista de deseos me parece todavía más ingenua que las planas de esos años. Parece un discurso de ésos que recitan las Miss Universo cuando desfilan en traje de noche y farfullan muy sonrientes: “Mi mayor deseo es que haya paz en el mundo y que el hambre desaparezca del planeta.”

Digamos que no quiero paz mundial, pero que me conformaría con un poco de paz nacional. Deseo justicia, y que quienes la han hecho, la paguen, estén en el crimen organizado, en puestos gubernamentales o donde sea. Que quienes le hayan levantado la mano (léase macana, objeto contundente, revólver, arma larga, arma blanca o de grueso calibre) a un inocente, sea condenado al infierno. A un infierno como el que describe la literatura religiosa de la humanidad entera: que sufran en el Mictlán, en Gehenna, en Xibalbá, en el Hades, en el Tártaro, en el Lago de Fuego de los antiguos egipcios, en la Estepa de Hielo de los tibetanos, en los círculos del Infierno cristiano  que Dante describió como nadie.

Que la comida no les sepa, que Freddy Kruger los espere en sus pesadillas. Que el agua no les quite la sed. Que se les vuelva el corazón de pollo y cada noche se les aparezcan sus víctimas.

Ya encarrerada, que soñar no cuesta, como dice el dicho, quisiera con todo el corazón que una mañana decembrina y vaticana de este 2014, el Papa se despertara con el alma sacudida, presa del viento paráclito. Entonces, dictaría una urgente reforma a los Diez Mandamientos. Nada de que “no matarás” siga en el ¡quinto lugar! Es absurdo que ocupe su lugar después “santificarás las fiestas”. Ése, fuera. No vayas a misa, pero no mates. Mucho mejor. Hay que reformar “No consentirás deseos impuros”. Ten los deseos que quieras, pero aguántatelos.

El primer mandamiento, con apenas dos atenuantes será “no matarás”, con mayúsculas y en negritas, seguido de “no te aprovecharás del puesto”, que sustituirá a “No codiciarás bienes ajenos”. Este mandamiento que tiene una parte rara: la que prohíbe expresamente codiciar a la mujer y al burro ajeno. Se vale codiciar, sobre todo al burro, pero hasta ahí. “No extorsionarás ni secuestrarás”, suplirá a “No cometerás actos impuros”, ya que estos delitos son crueldades asquerosas.

Las prohibiciones de robar y dar falso testimonio quedan como estaban. Todo lo anterior garantiza el cumplimiento de “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. ¿Por qué? Porque si no matas, ni mientes, ni robas, ni te aprovechas; si no dañas a nadie, no ofendes a Dios. Eso es mejor que amarlo y andar fregando al prójimo. Así, quedarían Diez Mandamientos acordes a los tiempos que corren.

Amarás a Dios sobre todas las cosas. No al dinero, ni al poder. A Dios.

Y ahora sí, feliz Navidad.