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El otro muro que separaba a los socialistas
E

l viernes 25 de abril de 1980 a las 9:30 horas presenté las cartas credenciales al ministro Isidoro Malmierca y me vi en el caso de explicarle, aun cuando él ya lo sabía, por supuesto, que ya el propio presidente del Consejo de Estado y Consejo de Ministros, comandante Fidel Castro Ruz, en un acto verdaderamente excepcional de amistad y consideración hacia México –fue la única vez que hizo algo así en 21 años que tenía en el poder– me había recibido personalmente los originales de las cartas entre la noche del martes 15 y la mañana del miércoles 16 en su oficina de Palacio de la Revolución (La historia que viví, GMC, pág. 179).

Después de una breve plática, un poco formal, presenté en el salón protocolar del palacio a Carlos Rafael Rodríguez, vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros, las mismas copias que había entregado a Malmierca, lo cual fue motivo de risa para los dos.

De alguna extraña manera la imagen del vicepresidente Carlos Rafael Rodríguez y la de Salvador Allende me parecieron superpuestas en el momento de decirle: El presidente de los Estados Unidos Mexicanos me ha nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario ante el gobierno de Cuba. Después el apretón de manos y la conversación más cálida y más a fondo con Malmierca. Seguramente la costumbre de su encargo lo hizo verlo como algo común, lo que no sucedió entre Fidel Castro y yo, puesto que a él yo ya lo había conocido personalmente y había estrechado ya su mano, cuando el 26 de julio de 1959 acompañé al general Lázaro Cárdenas para asistir a la primera celebración del ataque al cuartel Moncada. Una visita llena de anécdotas vivas y muy interesantes que llegaron y dejaron muy adentro una marca que había de durar para toda la vida. Hasta ahora mismo.

Al llegar a la plaza –muy hermosa por cierto–, nos detuvimos en la escalinata a escuchar el himno cubano, para luego seguir en medio de una guardia que presentaba armas con toda solemnidad. No pude evitar el recuerdo por asociación de ideas –injustamente, lo reconozco– de los carabineros chilenos presentando armas en el Palacio de la Moneda, el primero de septiembre de 1972, mismas que luego dispararon contra Salvador Allende también en ese mismo lugar. Ironías de la historia que ahí en Cuba no se darían. La experiencia y la preparación que ellos mismos decidieron hacerla en los campos ignotos de México, la mayor parte, en Tuxpan, pero también en el Distrito Federal, donde fueron apresados por Fernando Gutiérrez Barrios. El comandante me confió que al ser detenidos le encontraron en las bolsas de su pantalón nombres, direcciones, teléfonos y todos los datos de los demás compañeros de aventura; él mismo justificó la aprehensión de la que fueron objeto, pues estaban violando las leyes mexicanas en muchos aspectos y, sin embargo, una vez que el general Cárdenas hizo algunas gestiones en el más alto nivel político, fueron liberados. Entonces compraron en Tuxpan un barco chico y viejo al que el estadunidense que era su dueño le puso el nombre de Grandma (abuela), que conservó durante toda la travesía, y luego después, cuando fue puesto en exhibición en el Museo de la Revolución para resaltar la importancia que tuvo para ellos –el grupo 26 de julio– una trascendencia definitiva.

En 1959 Fidel Castro no tenía oficina, sino que, de carácter nómada, a bordo de un jeep, de los que habían usado en el periodo de guerra contra el dictador Batista, después lo utilizó para trasladarse adonde fuera necesario que estuviera, en cualquier parte de la isla, y a bordo llevaba a los colaboradores y los documentos que hacen falta.

Qué responsabilidad tan especial entraña el cargo de embajador extraordinario y plenipotenciario, y cuánta emoción me produjo, invariablemente, todo este ceremonial, primero el himno cubano al entrar y después el mexicano, que cuando se escucha en suelo extranjero, sabiendo que representa precisamente a la patria, conmueve y estremece. La primera vez fue en Santiago de Chile, un primero de septiembre a las 13 horas; precisamente en ese mismo día a esa misma hora, también se tocaba en México, en la Cámara de Diputados, en el informe presidencial.

No por ser aquella la segunda vez me emocionó menos; siempre habrá una razón distinta para que ciertamente se les dé a estos actos igual importancia a unos y a otros. Los primeros cubanos que se hicieron presentes en la embajada de México en La Habana, después de la presentación de cartas credenciales, fueron el pintor René Porto Carrero y el comandante Faustino Pérez, presidente de la Cámara de la Amistad con México.

Habría que identificar las categorías comunes para poder analizar más a fondo lo que en su conjunto se llamó un proceso histórico latinoamericano, y sobre todo encontrar la solución de continuidad que a primera vista no era fácil distinguir, para así poder definir los elementos que constituirían el llamado sistema latinoamericano.

La primera conversación con quien ya era embajador de México fue sumamente impactante. Desde la llegada, el lunes 14 de abril, fui objeto de distinciones y de demostraciones de trato amistoso, franco y muy directo, que me hacían sentir en un ambiente muy grato y muy prometedor para ejecutar las funciones diplomáticas sin obstáculos protocolarios. Se me advirtió, ya en esa ocasión con mucha amplitud, acerca de la delicada situación que prevalecía, en general, en toda América Latina, tema que yo tenía ya como experiencia dolorosa, hacía unos cuantos años, pues acababa de registrar de una manera muy directa en Chile, el 13 de septiembre. Habían culminado las acciones golpistas, demolieron estrepitosamente, hiriendo, matando, encarcelando y torturando, nada menos que en el Estadio Nacional de Santiago, para perfeccionar el golpe de Estado tan sangriento. No podíamos solamente preocuparnos, como era indudablemente nuestra obligación, en esos momentos de atender las amenazas a la libertad y a la vida, establecidas en el Tratado de Caracas de 1954, para los ciudadanos mexicanos, temporal o permanentemente radicados en la isla.

Debíamos también procurar la seguridad y la tranquilidad, aunque en esos momentos –de la manera más sangrienta imaginable– se atentaba contra las mujeres, los niños, los hombres, nacionales chilenos y toda clase de extranjeros, incluyendo al turista, que estaba ahí por pura casualidad.

La situación que prevalecía hacia donde quiera que uno mirara mostraba una gran crueldad y una evidencia de rencor que se desplegaba con una fuerza que hacía parecer increíble que eso estuviera sucediendo en la realidad, allí mismo, en cualquier parte, en la calle, en las casas y los sitios públicos.

El acoso a la embajada de México era sólo una de las demostraciones de saña, pero también, por otra parte, durante la visita de Fidel Castro a Chile, mostró un gran interés y una clara visión de lo que en ese país hermano podía suceder. Hay evidencias, cinematográficas incluso, de ello.

Para mí, a pesar de la experiencia chilena, que no había que olvidar, ni tampoco subestimar, la alternativa de la coexistencia, razonablemente pacífica, era todavía posible. No hay que confundir la violencia revolucionaria, que se configuró desde el siglo XIX por teóricos como Sorel, desde luego, Carlos Marx, Antonio Gramsci y Federico Engels. Antoni Gramsci jugó en esa etapa un papel sumamente importante en el armado de la estructura del comunismo italiano, fuertemente atacado estando en la cárcel por el Partido Comunista italiano, quien le atribuía muy cercanos atributos desde el punto de vista ideológico.

Finalmente muere en la prisión a causa de una congestión cerebral para dejar el paso libre a Sorel e incluso al marxismo, desde que los principios y la ideología pura, cuando Lenin pasa la frontera para fortalecer al marxismo, según sus conceptos, estableciendo una lucha que pierde los líderes soviéticos, pues empiezan su ofensiva en contra directamente de todo politicismo, el que es derrotado también para establecer la Primera Internacional, dirigida por Lenin.

Esta Primera Internacional agrupaba a sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses, e italianos republicanos; el fin principal de dicho organismo era la organización política del proletariado en Europa y el resto del mundo.

Fidel Castro y el movimiento 26 de julio, respaldándolo, dan fuerza recíprocamente en el sector de liderazgo a las masas y éstas a su vez a los líderes que estaban conduciendo el movimiento. Mueren trágicamente Camilo Cienfuegos y otros líderes más, así como el Che Guevara, a la sazón presidente del Banco Nacional de Cuba, con sus desapariciones en diferentes épocas, obedeciendo diferentes causas, van tomando algunas posiciones importantes y una parte clave en su distribución. Por lo tanto queda en realidad, poco a poco, sólo en buena medida actuar con toda la responsabilidad y después de retener la dirigencia del consejo de mando y estrategia, de esta manera, retienen también la definición del mando en Cuba y, después de tocar la música para un baile, hacen ya el primer inventario definitivo del articulado.

Por vez múltiple se inicia y se termina la corriente nacionalista con una gran influencia en su campo, para que luego pudiera incluso volver a desaparecer.

Parece ser, a veces, que puede incluso desaparecer, pero la mano fuerte y el saber hacer, sumado todo en ese gran edificio de experiencia y sinceridad, y el que no hay engaños para nadie que ha hecho posible el liderazgo de los Castro, Fidel y Raúl, esperamos su beneficio al mundo para secundar las fuentes mexicanas, y se constituirán los nuevos conceptos junto con sus respectivos andamiajes estratégicos.