Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 28 de diciembre de 2014 Num: 1034

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Dos poemas inéditos
Nuno Júdice

La traducción poética
y Nuno Júdice

Blanca Luz Pulido

Una forma de atención
António Carlos Cortez

Nuno Júdice: un siglo
de poesía portuguesa

Luis María Marina

Notas sobre la poesía
de Nuno Júdice

Jenaro Talens

Ser la noche y el día
Luis García Montero

Leer

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La Jornada Semanal

 
 

Ser la noche
y el día

Luis García
Montero

Da gusto ver mirar a Nuno Júdice. Sus ojos los espían todo, lo oyen todo, se mueven sobre la realidad con el nervio de quien no quiere que se le escape nada. Van y vienen de un sitio al otro de la mesa, de un rincón al otro de la habitación, de un lugar al otro del mundo.

Da gusto ver callar a Nuno Júdice. Sus labios lo guardan todo, almacenan, toman nota, pero asumen una disciplina discreta y reservada. De vez en cuando se permiten una sonrisa. Evitan convertirse en el centro de la conversación. A este poeta le gusta más saber del mundo que pedirle al mundo atención sobre él.

Al hablar de los hermanos que tienen un carácter diferente afirmamos que son como el día y la noche. Nuno Júdice, nervioso y sereno, es hermano de sí mismo para sentirse su doble, para buscar la diferencia en su propia personalidad, para escribir en la tensión del día y la noche. Ese territorio intermedio marca su destino. Ahí le ha tocado vivir.

La poesía de Nuno Júdice es luz y oscuridad. No olvida la comunicación con el lector, defiende que la palabra, los versos, el poema necesitan dirigirse al lector pero lo que ofrecen al lector es un ejercicio de iluminación conseguido a través del trabajo en la oscuridad. Esta conexión íntima entre la luz y la noche, o la palabra y la oscuridad, es la que conforma el decir y el saber de la escritura.

Dice el poeta en su Cartografía de las emociones: “Me gustan las palabras, las que aciertan/ con el centro de las cosas, y cuando las encuentro/ es como si salieran de sus mismos adentros.” La necesidad de expresarse es también la necesidad de exprimir las palabras. Por eso aclara: “Recojo los restos, los adjetivos, los adverbios,/ artículos, preposiciones, para que sólo los que indican/ las cosas queden en el lugar que ya tenían.”

La escritura recoge palabras. La escritura siembra también un saber, la luz de un nuevo conocimiento en la oscuridad. Va del significado preciso que se hereda al significado que nace y se provoca. Por eso el autor abre esta confesión en un poema titulado “Cosecha”: “Me quedé con las palabras en su campo/ de acepciones, verdes como las hojas/ de la primavera: y al pasar bajo las ramas de/ la frase, arañándome con sus consonantes más/ ásperas, respirando el aire fresco de las vocales,/ entendí que el sentido se encuentra en el gesto/ con que lanzo a la tierra la semilla del acaso…”.

Define así su mesa de trabajo, su vida, el espacio de la escritura. Leer a Nuno Júdice supone de manera frecuente pasear con él, caminar en busca de Las reglas de la perspectiva. Como es un doble de sí mismo, su poesía procura verse desde fuera, distanciarse, tomar conciencia del personaje y de su discurso, de su historia y de las razones de su ebriedad, de sus límites y su energía.

El personaje habita en un mundo tardío: “Las manzanas se pudren en el armario donde mi abuela/ las guardó.” El personaje vive el otoño de una realidad, el latido de algo que desaparece, la herencia de unas costumbres que poco a poco pierden su dominio y su razón de ser. La voz viaja por una Europa que es ya un recuerdo, la habitación de una infancia que se quiere evocar. La voz pasea también por un mundo rural en el que las estaciones y las cosechas conservan un significado de sentir inmediato, no abstracto, que se ha perdido en las ciudades. Esta conciencia de crepúsculo se convierte en cultura, mundo hospitalario en el que pueden vivir las cosas que se pierden en la realidad.

Porque la pérdida desde luego supone devastación y espanto, pero también el esfuerzo de superar el vértigo en un ámbito de conocimiento, de cultura. Escribe el poeta en El mecanismo de la fragmentación: “Me desvío de la realidad y el silencio nace/ en los márgenes del sentimiento. Obstinadamente escribo,/ sobre la habitual interpretación del discurso, el deseo de aprender las palabras fundamentales/ de la diferencia.” Y el poeta que escribe reconoce que tiene muchos siglos de literatura a sus espaldas. Está marcado a la vez por una herencia inabarcable y una escasez acuciante. Se trata del pasado y del precipicio que la edad tardía tiene por delante, de un cultivo, una cultura cargada de ayer ante una nueva realidad.

El poeta es ebriedad y es limitación, es plenitud y es insuficiencia, es ámbito perfecto y es error. Su palabra nace de la noche y el día. Por eso el poeta es búsqueda, es música. Nuno Júdice trabaja una música en la que el verso se alarga porque debe asumir muchas perspectivas. Se extiende para fundar una geografía propia en la que deben caber las cosas que se han perdido y las cosas que se ven. Su poesía es un ejercicio de literatura comparada entre dos mundos.

En la música de Nuno Júdice caben los sentidos junto a la inteligencia. Es un efecto más de la cultura abierta a la ebriedad o de la melancolía entendida como presente. La memoria, igual que el mundo campesino, es una realidad en la que llegan a dominar los olores: “Olía a semillas en el almacén, donde los sacos/ se amontonaban esperando al tractor.” En este poema titulado “Ciclo”, aparecen después el olor del desinfectante y el olor del gasoil de las máquinas. La palabra en pretérito imperfecto se hace presente vivo a través de los olores, de los sentidos, de una poética en la que la cultura y la inteligencia forman parte de la sensualidad.

La poesía es tensión, mirada reflexiva, desdoblamiento, capacidad para verse desde fuera. La poesía es el fruto de alguien que sabe mirar y sabe callar. No tiene otro destino que la búsqueda de los fundamentos de la vida y de la condición humana. Así define Nuno Júdice su tarea: “Y regreso a la imagen del pasillo de mi infancia, que cruzo como el poema, para llegar al espejo que me restituye la imagen del mundo, por un lado, y los libros que me esperan en el otro. El poema es un espacio de travesía. No se permanece en él, nunca en él descansamos. Es por ello que está ligado a la condición humana y a su destino de errancia y de inquietud, más allá de los espejos y los libros”. Así es, como suele ocurrir entre la noche y el día.