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Una tradición oral sensacional
L

as novedades editoriales a veces vienen de tan lejos que parecen eternas. De tan cerca que son de aquí y nos remiten a un pasado cargado de futuro. Así ocurre con Tradición oral indígena de México, una serie fuera de serie en cuatro volúmenes (independientes si uno quiere), recopilados, editados y entretejidos por Elisa Ramírez Castañeda, quien afirma en su nota inicial: No están aquí todas las lenguas ni territorios, pero sí todos los mitos. Faltan pocas lenguas, por cierto. Hablan casi todos los pueblos originarios, unos de vez en cuando, otros a cada rato. Dicen cómo sucedieron las cosas incluso antes de que hubiera seres. Y cosas. Los coras de Nayarit, por ejemplo, saben que un día la Madre Tierra (Luna incluida) se puso a pensar qué podría pasar y se le ocurrió hacer a los dioses. Ya luego estos se pusieron a experimentar irresponsablemente, como documentan los mitos originarios de pueblos distantes y distintos. Que el resultado final fuimos todos nosotros nos lo irá diciendo el vasto corpus de mitos ancestrales o post cristianos, modernos o intercambiables.

La colección es una enciclopedia portátil de prodigios de la civilización popular. Mitos indígenas mexicanos, cuentos de animales tramposos, flojos, compadres y otros pícaros, así como las historias verdaderas o fabulosas de héroes fundadores, reyes subterráneos y seres extraordinarios (además de otros cuentos maravillosos venidos de ultramar) que reinciden en bromas pesadas, castigos terribles y sexo explícito. Relatados ante grabadoras, o en torno a la fogata y tamaños los ojos de la audiencia cuanto el mago, el abuelo, la madre, el maestro o el informante enhebra las palabras del hechizo, la organizada multitud de historias que se cruzan en Tradición oral indígena de México (Pluralia Ediciones, México, 2014. Unas 800 páginas, centenares de historias). Una lectura altamente pedagógica sobre los avatares de animales y personas en los pueblos originarios, cada uno contemplándose desde el corazón del Universo.

Poeta traductora y recolectora, Elisa Ramírez tiene una vida cosechando directa o indirectamente esta tradición oral del país, a veces con su propia grabadora o su block de notas, otras en las páginas de antropólogos, viajeros, historiadores o bichos parecidos que desde finales de siglo XIX y a lo largo del XX recorrieron las distancias de México en trabajos de campo que fundamentarían ambiciosas monografías, opúsculos, conclusiones taxidermistas, estructuralistas o indigenistas. Elisa Ramírez sustrae de libros, archivos, fonotecas y de la voz viva, las historias tradicionales, sólo las historias. Con ellas arma la suma de pueblos al habla, y el producto es literatura. A tal guisa apunta en su presentación: El paso de la oralidad a la escritura es un asunto de literatos, no de científicos sociales. Y adelanta: Esta antología no es para niños y pocos lectores querrán leerla de corrido. Es útil porque reúne un sólo lugar muchas fuentes dispersas.

Asume que a principios del siglo XXI parecen haberse mitigado la sed recopilatoria y el prestigio académico derivado de remontarse a los lugares más inhóspitos o indagar en los rincones más lejanos. Tampoco están en boga los literatos que escribieron en clave indígena (Henestrosa, Mediz Bolio). En cambio, en las últimas décadas la escritura se practica en casi todas las lenguas. Son los nativos quienes relatan y permiten la reproducción de dicha tradición con la potestad que les da su tránsito fluido entre dos lenguas y dos culturas. Ya no hacen falta los etnólogos. Los relatores son los indios mismos y lo que hacen es literatura. Su panorama ya queda fuera de la colección de Ramírez Castañeda. Ella concede que los científicos sociales son ahora acompañantes, colegas, coordinadores de equipos, miembros de colectivos; mas la autonomía completa permitirá a los indígenas prescindir de ellos como referentes para relacionarse entre sí como pares y usando el español como puente para los vínculos que juzguen necesarios.

Los escritores indígenas actuales no hablan solamente de sus culturas, lo mismo que cualquier otro escritor del mundo. La tradición oral queda en otra parte (pero cerca). Tendrán escritura propia hasta tener un público lector en sus lenguas o en las comunidades de cualquier lengua; cuando los mexicanos que no hablan las lenguas indígenas tengan una sensibilidad y conciencia más abiertas hacia las raíces indígenas de su propia identidad. Pero corresponde solamente a los autores indios preservar, dar nueva vida a lo existente o producir algo distinto. Nosotros, ya somos fuente, admite la recolectora.

Las bestias engañan, aconsejan o son unos transformers de verdad. El horizonte, más que sagrado es mágico, sin fronteras, donde todo puede suceder. Como en la literatura. Para el pima, su padre primero se paró en el barro y se puso a cantar. De allí sale todo: el maíz, el tlacuache, las hembras seductoras, la lluvia, la muerte.