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Número 222
Jueves 8 de Enero del 2015



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate


 

¿En dónde queda la autonomía?

Reflexión sobre la libertad de elección en el trabajo sexual


Carlos Laverde*

A comienzosdel año 2014, la Secretaría de Trabajo del DF entregó las primeras credenciales de no asalariado a trabajadoras sexuales de la ciudad. Este hecho resulta muy significativo, en primera instancia por la lucha de organizaciones civiles que dio paso, tras una larga y dura pelea, a la legislación que permitirá la garantía de derechos laborales de una población históricamente marginada y criminalizada, y por otra parte, plantea la necesidad de discutir seriamente las implicaciones de incorporar una perspectiva laboral al trabajo sexual, el cual históricamente se ha asociado con fenómenos delincuenciales como forma de negar derechos a esta población.

La coyuntura jurídica que permite a estas mujeres trabajadoras sexuales identificarse como tales implica reconocer que existen personas mayores de edad que de forma voluntaria eligen el trabajo sexual como su opción laboral, caso diferente de las personas que son obligadas por un tercero mediante amenazas, violencia y/o engaños a prestar servicios sexuales bajo coacción, lo cual se persigue y castiga fuertemente a nivel nacional e internacional, como aparece descrito, en el caso del DF, en la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos, promulgada en 2012.

En el marco de estas discusiones se han enfrentado principalmente dos posiciones, por un lado están quienes consideran que realizar este trabajo es un mecanismo degradante de opresión de las mujeres ya que las coloca en la posición de servidumbre sexual frente a los deseos masculinos. Desde esta perspectiva hablar de prostitución libre y forzada es como hablar de esclavitud voluntaria e impuesta, siendo finalmente esclavitud.

Por otra parte están quienes consideran que el trabajo sexual se puede convertir en una forma de emancipación económica al disponer del cuerpo autónomamente, pues responde a una demanda del mercado que las mujeres están dispuestas a satisfacer a cambio de una remuneración económica, considerando esta actividad como trabajo pues existen las condiciones contractuales para considerarlo de esta forma.

Sin embargo, al considerar al trabajo sexual como un trabajo se plantean diversas cuestiones. Si bien puede ser reprochable para diversos sectores, es necesario cuestionar si reprimir esta decisión autónoma de quien elige realizar este trabajo sin mecanismos de coacción, no es desconocer la posibilidad de elección y de autonomía de los/las trabajadores/as sexuales.



El género como punto de partida
En este entretejido de la discusión, el trabajo sexual no es una actividad que pueda verse neutral frente a la construcción del género. El género define con fuerza el sentido en el que las relaciones sociales entre la oferta y la demanda de este mercado se constituyen, pues la carga valorativa que se otorga a una(s) parte(s) del cuerpo que se usa para la oferta de un servicio está cargada de un significado social que pone en juego la imagen construida simbólicamente desde la dominación masculina del cuerpo de la mujer, el cual se ha definido desde el mito de la mujer pura, de la mujer como madre.

El cuerpo ha concentrado una carga discursiva que da cuenta de los mandatos de género, los cuales asignan una visión del mundo en la que se definen creencias y prácticas diferenciales a hombres y mujeres. Así, tanto la sexualidad de las mujeres como otras dimensiones del ser mujer quedan reducidas en muchos casos al rol materno.

El uso del cuerpo femenino con otros fines ha sido castigado, señalado, estigmatizado a lo largo de la historia a través de diversos dispositivos más o menos visibles pero eficientes para el control de la corporalidad y sexualidad de la mujer. El trabajo sexual femenino representa una ruptura con el ideal de la mujer como madre, además de ser transgresora por el uso de su sexualidad con fines económicos, por lo que debe castigársele, debe ser señalada y “llamada al orden”.

En este contexto, muchas de las explicaciones sobre el trabajo sexual y sus causas son atribuidas a la pobreza, la falta de capacitación, la drogadicción, la violencia. Sin embargo, ¿por qué, si existen posibilidades laborales alternativas, las mujeres se convierten en trabajadoras del sexo?

¿Cómo comprender el consentimiento en el trabajo sexual?
Uno de los puntos cruciales del debate sobre el trabajo sexual es el límite entre el consentimiento que da la persona que ofrece los servicios sexuales remunerados y la coacción.

Si bien se puede afirmar que el trabajo sexual se hace por necesidad y no por una real libre elección, ¿por qué no realizar el mismo análisis para la gran diversidad de trabajos que se realizan por una necesidad económica como el ser oficinista, cantante, profesora o cualquier otra actividad?

Si se fija la mirada desde un punto más abstracto, se puede encontrar que la discusión toma un matiz filosófico si se piensa en la idea de libertad y sus límites, que por demás son difusos cuando se enfrenta a posiciones de dependencia de alguna clase, como en las necesidades económicas. En este debate sobre la libertad, que aún sigue en disputa y abierto a nuevas interpretaciones, se juega el espacio del consentimiento que debe dar o no una persona para dedicarse al trabajo sexual.

Afirmar que el trabajo sexual surge de un pacto puro en el que la relación entre el cliente y el/la trabajador/a sexual se da en un espacio de equilibrio sería un error y una ilusión, pues en el comercio sexual no se contemplan consideraciones constitutivas de las relaciones sociales. Condiciones como la construcción social de género y sus implicaciones, en especial para la mujer trabajadora sexual, la clase social o la pertenencia étnica son factores que pueden interferir en la capacidad de consentir de forma equilibrada. Esto pone entredicho la igualdad de la relación consentida.

La discusión que surge sobre la libertad de elección en el trabajo sexual se puede constituir en un punto de no retorno, en el que el concepto de libertad siempre estará condicionado por alguna disparidad que imposibilita la concreción en estado ideal del consentimiento tanto de quien presta el servicio sexual como de quien lo solicita. Ante este problema de definición del consentimiento, considero pertinente llevar la discusión hacia el nivel de la autonomía de quien toma una decisión en un contexto relacional, es decir, de la autonomía al dar el consentimiento.

El filósofo Kwame Appiah ha profundizado ampliamente el concepto de autonomía, al cual relaciona con la libertad. Ante la arbitrariedad constitutiva de la autonomía entre la libertad de elegir y las posibilidades sociales, económicas, culturales o cualquiera sea la restricción, al autor considera que “estamos confinados a las opciones que tenemos a nuestro alcance, las cuales, a su vez, se caracterizan por su inmovilidad sustancial: constituyen un nexo de instituciones y prácticas que nosotros no creamos” (2007:98).

El trabajo sexual puede resultar no ser la opción óptima, pero la decisión estará en constante diálogo con otro tipo de opciones laborales en un contexto que no podría señalar como ideal por las posibles implicaciones sociales negativas a las que se está expuesto. Sin embargo, desde una perspectiva racionalizada, el trabajo sexual puede ser la mejor opción dado el marco de elección de quien evalúa y decide aceptar la relación sexual a cambio de una remuneración económica.

Como lo demuestran las investigaciones de Rosen & Venkatesh en la ciudad de Chicago en 2008, la decisión de ejercer este trabajo es completamente racional como una respuesta alternativa ante los bajos salarios en otros mercados laborales. Incluso los autores encontraron que para las y los trabajadores sexuales este trabajo representa una elección significativa que puede proporcionar una opción laboral con altos niveles de autonomía e incluso realización personal, en contraste con un escenario de precarización laboral.

El consentimiento, si bien siempre plantea cuestionamientos difíciles de zanjar, se puede comprender –con sus  matices analíticos– en el trabajo sexual como una elección racionalizada de quien lo realiza, en escenarios en los que la mayoría de las veces se desarrolla como la mejor elección laboral. Esto no implica una apología al trabajo sexual como trabajo óptimo, sino que más bien es una invitación a la reflexión y respeto sobre la autonomía que se cuestiona a las mujeres y hombres que libremente deciden identificarse como trabajadores/as sexuales.

En este sentido, las posiciones que ven el trabajo sexual como una forma de explotación de la mujer no tienen en cuenta, como lo mencionó Marta Lamas en 2003 en su estudio "La marca del género: Trabajo sexual y violencia simbólica", que “olvidar la fisiología es no darle el peso debido a la ‘ventaja’ de la receptividad de la anatomía femenina frente a la ‘exigencia’ de la fisiología masculina” (p. 241). Sin embargo, por las construcciones culturales mediadas por la construcción del género, esto que puede ser una ventaja se convierte en un peso castigado por el estigma.

Consideraciones finales
El uso del cuerpo en el trabajo sexual es concebido como algo denigrante, por lo que la mujer que lo ejerce es asimismo agraviada, desvalorada y marginada mediante la estigmatización al separarse de la imagen de la mujer “buena” que sigue los mandatos de género.Lo que no se tiene en cuenta en estos discursos es la posibilidad de la mujer de elegir libremente una opción laboral, haciendo uso para ello de su condición biológica que le permite percibir ingresos con el uso de su cuerpo.

Es necesario replantear los discursos respecto al uso del cuerpo que reproducen el estigma del libre uso del cuerpo de las mujeres, discursos que colocan a la mujer en la condición de víctima sin tener en cuenta la posibilidad de agencia y decisión.

Es necesario dejar atrás una doble moral en la que se sigue mistificando la vagina como el centro sagrado de la feminidad, como aquello que es intocable, entrando en lógicas de dominación que instauran en los cuerpos modos de actuar, pensar o sentir que se despliegan en diversas formas de poder sobre los cuerpos, como el campo jurídico que prohíbe y criminaliza en muchos casos una actividad decidida libremente, ya que al ser de forma contraria se hablaría de explotación sexual.





Bibliografía
-Appiah, K. (2007). La ética de la identidad (1a ed.). Buenos Aires: Latingráfica
-Rosen, E., & Venkatesh, S. A. (2008). A “Perversion” of choice: Sex work offers just enough in chicago's urban ghetto. Journal of Contemporary Ethnography, 37(4), 417-441. doi:10.1177/0891241607309879
-Lamas, M. (2003) La marca del género: Trabajo sexual y violencia simbólica. Tesis para optar al título de Licenciatura con grado de Maestría en Etnología. Escuela Nacional de Antropología e Historia. México


* Estudiante doctorado en Ciencia Social con especialidad en Sociología en El Colegio de México

 

 


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