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Memorias de la Torre Azul o el Libro de los lamentos
B

orges decía que Hawthorne era un hombre refractario al pensamiento, no digo que fuera estúpido, digo que pensaba por imágenes, por intuiciones, como suelen pensar las mujeres. Yo me pregunto si es cierto lo que dice Borges, que las mujeres no tenemos la posibilidad de organizar el pensamiento, que nos inclinamos a no pensar, que nos dejamos guiar solamente por nuestras intuiciones. Vuelvo a preguntar ¿será un lugar común? He intentado en mis ensayos revindicar este tipo de pensamiento y despojarlo de su halo peyorativo. A pesar de esto y de reiterar que es obviamente otra forma de pensar, otra forma de enfrentar la realidad, si, como dice Borges, Hawthorne pensaba como mujer, quizá se debiera a que vivió solo con su madre y sus hermanas cuando su padre murió y ellas se encerraron en diferentes habitaciones de su casa sin hablarle, ignorándolo completamente. Al cabo de 12 años comprendió que era un recluso voluntario y al entenderlo quizá escribió Wakefield, cuento recontado por Borges en un ensayo totalmente racional.

Este largo preámbulo me parece pertinente para entender una vieja lectura: Memorias de la Torre Azul, de Leonora Christina Ulfeldt, hija del rey Christian IV de Dinamarca-Noruega y una dama de distinta clase social, por lo cual Leonora nunca recibió el título de princesa, sino el de condesa. Por intrigas familiares y desaciertos políticos de su marido estuvo encerrada 22 años en una prisión de Copenhage por orden de los reyes de Dinamarca, a partir de 1663.

Y esa mujer, en ese encierro forzoso, perseguida por los cortesanos, la reina, el rey, por sus carceleros y el ominoso olor que exhalaba su celda, repleta de excrementos, orines, pulgas, ratas y toda una serie de animales rampantes, al cabo de 10 años de prisión logró obtener que le proporcionaran papel, plumas y tinta a fin de ordenar su pensamiento no sólo con imágenes –como quería Borges–, sino con reflexiones maravillosas que definen a la perfección su afición por la escritura, entendida como posibilidad de salvación y como análisis de la condición femenina.

Estas memorias se aproximan a otras, escritas casi siempre por varones, las de ciertos autores del siglo XVIII, Giacomo Casanova, encerrado en un cuerpo ya obsoleto y retirado en un castillo de Bohemia o el Marqués de Sade, prisionero en La Bastilla largo tiempo, por obra de su suegra, y luego en manicomios.

Sin embargo, a pesar de ello, aunque (tres negaciones contundentes que deben perdonárseme) sea cierto, Leonora Cristina Ulfeldt escribe de manera distinta, como mujer, porque está en la cárcel como tal y su condición de prisionera surge precisamente de ello.

Está en la cárcel porque la odia la reina y porque su marido, mucho menos inteligente que ella, pero a quien debe obediencia, la ha mandado a recobrar un dinero prestado al rey Carlos II de Inglaterra durante su destierro, sin tomar en cuenta que, como decía Leonora, no se puede exigir gratitud a los ingratos, sobre todo si son poderosos.

En Inglaterra el rey la entrega a sus perseguidores: supuestamente su marido ha conspirado contra los reyes de Dinamarca –quizá fuera cierto–, pero éste ha huido y la ha dejado sola rodeada de enemigos. Leonora escribe para probar su inocencia, pero en verdad lo hace para poder subsistir, para entenderse como ser humano y, lo más bello, para liberarse, porque, como decía Sor Juana, libra prisión mi fantasía. En su pugna por liberarse se juega un reconocimiento y se adquiere un poder, el que la escritura convoca, y a través de ella logra expresar sus estados de ánimo, sus crisis, sus humillaciones, su admirable disciplina para afrontar la desgracia y demostrar cómo se fue fortaleciendo su fe religiosa, la que la indujo a adoptar un tono profético y aniquilar por medio de la palabra a sus enemigos, inscribiendo su muerte de manera lapidaria.

Su libro, publicado en 1868, es considerado una de las obras clásicas de la literatura danesa.

Twitter: @margo_glantz