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Economía Moral

Múltiples tendencias anuncian que el capitalismo ha llegado a su fin /V

Contradicción valor-valor de uso (paradoja de Lauderdale) y crisis ambiental

E

n su contribución al Seminario Internacional Pobreza y Persistencia Campesina en el Siglo XXI (El Colegio de México, 2012), el destacado sociólogo ambiental mexicano Enrique Leff dice que “el problema de la teoría del valor de Marx es que la naturaleza no es valuada y que la naturaleza no determina el valor ni la plusvalía”. Más adelante añade que de las citas de El Capital, que yo incluí en el Documento de Base de dicho seminario, resulta evidente que:

“Es no sólo que el tiempo no-estacional [tiempo de no trabajo en el cultivo] para la reproducción de la fuerza de trabajo no sea valuado por el capital ni por la teoría del valor, sino también que no son valuados los procesos naturales involucrados en la producción plena de las mercancías y en la reproducción de los campesinos. El problema es muy claro: ¡la naturaleza contribuye a la producción pero sólo el tiempo de trabajo contribuye al valor!...Dicho de manera simple: la naturaleza ha sido externalizada por la economía; la naturaleza contribuye a la producción, pero no determina el valor en la manera en que la teoría del valor y de la plusvalía ha sido estructurada.”

La naturaleza está muy presente y es muy activa en la producción agrícola (lo que genera diferencias fundamentales entre agricultura e industria y crea dudas conceptuales sobre la valoración social de la producción agrícola) y está siendo destruida por el capitalismo, de manera que para entender y poder frenar la crisis ambiental, es necesario entender las relaciones de la naturaleza con el ser humano, empezando por la teoría del valor. Por ello no es extraño que en el libro The Ecological Rift. Capitalism’s War on the Earth (Monthly Review Press, 2012), John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York (FCY) titulen el capítulo 2 La paradoja de la riqueza y empiecen señalando que la economía ortodoxa está ahora, supuestamente, abordando un nuevo tema: salvar al planeta de la destrucción ecológica. “Un creciente grupo de autollamados ‘economistas del desarrollo sustentable’ argumenta que no hay contradicción entre la acumulación ilimitada de capital y la preservación de la Tierra”, lo que según ellos se lograría haciendo que la eficiencia del mercado influya en la naturaleza y su reproducción.

“Detrás de esta tragedia-cum-farsa, señalan, está una contabilidad [una forma de dar cuenta, de valorar] distorsionada, profundamente enraizada en el funcionamiento del sistema, que ve el valor enteramente en términos de valor generado mediante el intercambio. En tal sistema sólo cuentan realmente las mercancías que se venden en el mercado. La naturaleza externa –agua, aire, especies vivientes– fuera del sistema de intercambio es vista como un ‘bien gratuito’” (p.53). Una vez que alguien se pone esas anteojeras, dicen FCY, es posible hablar de un crecimiento relativamente sin obstáculos por un siglo más como ha hecho el conocido economista climático W. Nordhaus, contradiciendo los pronósticos de catástrofe de los científicos del clima. Esta amplia disparidad en las predicciones se explica, anotan FCY, por el “hecho que, en los cálculos usuales del sistema capitalista, tanto las contribuciones de la naturaleza a la riqueza como la destrucción de las condiciones naturales, son invisibles. La falla fatal de la teoría económica dominante se deriva de sus fundamentos conceptuales:

“El surgimiento de la teoría económica neoclásica a finales del siglo XIX y principios del XX se suele asociar con el rechazo de la teoría del valor de la economía política clásica y su reemplazo con nociones de utilidad/productividad marginal. Lo que rara vez se reconoce, sin embargo, es que otra perspectiva crítica fue abandonada al mismo tiempo: la distinción entre riqueza y valor (valor de uso y valor de cambio). Con ello se perdió la posibilidad de concepciones más amplias de la riqueza: ecológicas y sociales. Estas anteojeras de la teoría económica ortodoxa, excluyentes del mundo humano y natural más amplio, fueron desafiadas por críticos como James Maitland (Conde de Lauderdale), Karl Marx, Henry George, Thorstein Veblen y Fredrick Soddy. Hoy, en un tiempo de destrucción ambiental, tales visiones heterodoxas están de regreso” (p.54).

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Portada del libro de Foster, Clark y York citado en el texto

En el resto del capítulo, FCY analizan las ideas de estos autores, empezando por el Conde de Lauderdale, para culminar con lo que consideran el retorno de sus ideas. Al hacerlo logran algunas percepciones muy profundas sobre la compleja dialéctica riqueza-valor o valor de uso-valor. “Las contradicciones ecológicas de la ideología económica prevaleciente se explican mejor, argumentan, en términos de lo que se conoce en la historia de la teoría económica como la ‘paradoja de Lauderdale’, formulada por James Maitland, Conde de Lauderdale, en 1804 en su libro Una investigación sobre la naturaleza y origen de la riqueza pública y sobre los medios y causas de su aumento. Así explican FCY las ideas de Maitland:

En la paradoja que terminó siendo asociada con su nombre, Lauderdale argumentó que había una correlación inversa entre la riqueza (wealth) pública y las riquezas (riches) privadas, tales que un aumento en éstas últimas servían con frecuencia para disminuir las primeras. ‘La riqueza pública’, escribió, “puede ser definida con precisión diciendo que consiste de todo lo que el hombre desea, como deleitable o útil para él’. Tales bienes tienen valor de uso y constituyen la riqueza (wealth). Pero las riquezas privadas (riches), en oposición a la riqueza (wealth) requieren algo adicional y consisten en “todo lo que existiendo con un grado de escasez, el hombre desea como útil o deleitable para él”. (p.55)

Lauderdale sostuvo que al aumentar la escasez de bienes necesarios para la vida (y previamente abundantes como el aire, el agua y los alimentos), y al añadirles valor de cambio, aumentarían las riquezas individuales privadas (riches), y también las riquezas (riches) de un país (concebidas como la suma de las riquezas individuales (riches), pero sólo a expensas de la riqueza (wealth) común, relatan FCY. FCY explican que si uno puede monopolizar el agua que previamente había estado libremente disponible, poniéndole una tarifa a los pozos, las riquezas (riches) de la nación habrían aumentado a expensas de la sed creciente de la población. Aunque Lauderdale señaló que el Sentido común de la humanidad se rebelaría ante cualquier propuesta de aumentar las riquezas individuales creando la escasez de un bien de utilidad general y necesario para el ser humano, era conciente que la sociedad burguesa en la que vivía estaba haciendo ya, de muchas maneras, algo similar. Terminan así los autores la exposición de la paradoja de Lauderdale. Señalan que desde el principio, la riqueza (wealth) como algo opuesto a las meras riquezas (riches) se asoció en la economía política clásica con lo que John Locke llamó el valor intrínseco y que los economistas clásicos llamarían valor de uso. Concluyen diciendo que mientras los valores de uso materiales siempre han existido y han sido la base de la existencia humana, las mercancías producidas para la venta incorporan también el valor (valor de cambio), de manera que las mercancías tienen un doble aspecto: valor de uso y valor. La paradoja de Laudardale no es otra cosa que la expresión de este doble aspecto de riqueza/valor, que genera la contradicción entre riqueza pública total (suma de valores de uso) y la agregación de riquezas privadas (la suma de valores de cambio) (p. 56). Seguiré con el análisis de esta contradicción.

Una disculpa a mis lectores. Por error mío, en la entrega pasada usé este mismo subtítulo cuando debió ser: De nueve límites planetarios, tres han sido rebasados.

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