Opinión
Ver día anteriorViernes 9 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fuenteovejuna
D

ice don Lope de Vega, que para huir de una mujer, no hay tal consejo como tomar la posta en otra, y trote o no trote, huir hasta que diga la voluntad, que ha llegado a donde quiere y que no quiere lo que quería. Impetuosidad desmedida, violenta, de este cínico genial que se salva por su portentosa sinceridad en la búsqueda de esa, la otra… en la vida y las palabras y su doble significado.

Naturalidad y sencillez en el decir de las cosas. Giros personales en los que aún parece oírse su voz, con su estilo cortado, a menudo conciso, rápido, con ausencia de verbos, para dar fluidez a la descripción; porque la premura de su tiempo interno no le daba espacio para más, acompañada por una despreocupación retórica que tendía a expresarse sin esfuerzo y la permita ir más allá, de las palabras y los conceptos, en crítica lingüística al sistema de su época.

Lope, contrario de Cervantes, Quevedo, Góngora. Siempre inquieto y antojadizo de mujer, inconsciente se dejaba llevar por poderosa vitalidad, ajena de razón y razones, pero cargada de autenticidad desbordadora de la realidad, en que brotaba un manantial interno incontenible que ahogaba y desbocara como río que todo lo arrasa.

La obra en verso de Lope no está sometida al sistema clausurado de los conceptos, peculiar de su época. Su escritura, juego de entrelazamientos, que liga y desliga. Giros en los que se desplaza, sin percibir límites, ni importarle, dejándose llevar por viva imaginación y memoria en memoria, sin poderla detener, irse a la deriva, deslizándose en ansia genial de decir, de comunicarse, de búsqueda de esa otra interna que le acompañó toda la vida llena de magia e intuición lírica, sorprendente, no se frenaba, ni al referirse a sí mismo, ni hacerlo de otras personas.

Frases a modo de relámpago todo lo iluminaban, arrastradas por torbellino que lo movía y llevaba a tratar las ideas con luces diferentes, a veces mezclados los sucesos y las interpretaciones y la experiencia, en versos espaciosos y móviles, en que se enredaba para desorganizar el lenguaje y dislocar las oposiciones, como en Fuenteovejuna (la mexicana) y arrastrarlos en movimientos en juego que se propagaba a la obra y daba fuerza crítica; la crítica a él mismo, con desfases, desigualdades, desplazamientos, aceleraciones bruscas, pero siempre, inexorablemente, acompañados de ritmo interno.

Nada tan ausente en la vida de Lope como la serenidad. El ideal de mesura le fue desconocido. Desmedido en los sentimientos, fue un romántico. Rebelde en la técnica teatral, despreció las normas sobre la comedia y acabó por enfrentarse consigo mismo, con su otro yo. Lenguaje que dejaba escapar adelantándose cuatro siglos a su época, en el juego semántico, el desliz del espíritu por la superficie de su prosa y verso, el doble juego de las palabras en su significado y significante, que estudiaron Freud, Nietzche, Heidegger, y los filósofos franceses como: Foucault, Derrida, Deleuze, Artaud, que se quedan de juego en juego en las palabras, en circulares en el que el origen es el no origen.

Su vida y obra son la impetuosidad desmedida, rica en ingenio, multiforme y noticiosa, donde todos los matices del espíritu humano brillan con los colores claros o sombríos, pero reales y rutilantes, desde el amor hasta el odio de este genial artista, inexplicable y misterioso, complejo amasijo de vicios, y virtudes, alegrías y pesares. Lope fue un ser, prototipo singular, desconcertante, tornadizo e innombrable, que se resignifica día a día. A través del tiempo, al irse por entre las palabras en busca de esa que nunca encontró; al revés de sus contemporáneos, que creyeron encontrar un mundo nuevo.