Opinión
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Vida y muerte de Zósimo Ortega González
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ay muertes que cuando ocurren se llevan pedazos del alma, sobre todo cuando son inesperadas y quien la sufre tenía una vida plena por delante. Así fue la de Zósimo Ortega González, un indígena triqui que fue asesinado el día 7 de enero pasado por la mañana, en el municipio de Nicolás Romero, estado de México, cuando unos delincuentes asaltaron el autobús urbano donde viajaba para dirigirse a su trabajo, como lo hacía todos los días. Cuando la luz de un nuevo día comenzaba a alumbrar el horizonte, Zósimo fallecía de la manera más absurda, dejando en el desamparo a su esposa y cuatro hijos. Su muerte dejó en sin guía a su pueblo y a nosotros, sus compañeros de camino, sin su compañía, su consejo siempre oportuno y la claridad de su pensamiento.

Originario del pueblo de Santo Domingo, en el municipio de Putla de Guerrero, en el estado de Oaxaca, donde nació en el año de 1973, vivió una vida muy parecida a la de muchos indígenas que buscan la superación en la preparación. A la edad de tres años su padre lo sacó del pueblo y lo trajo a la ciudad de México, pensando en que era la manera en que podría superarse. Así comenzó a vivir la difícil vida de los migrantes y cuando tuvo edad, entró a las escuelas primaria y secundaria para recibir las primeras enseñanzas. Concluidos sus estudios básicos presentó su examen de ingreso a la Universidad Nacional Autónoma de México, pero no lo aprobó, porque no es fácil que un niño que no habla bien el español, que se comunica y piensa en su lengua, que tuvo que trabajar para mantenerse y ayudar a sus padres a mantener a la familia, pueda salvar ese obstáculo.

Ese tropiezo no anuló sus ganas de preparación. Unos amigos le informaron que en el municipio de Tecomatlán, en el estado de Puebla, el CEBTA 110, contaba con internado para estudiantes de escasos recursos y allá fue a parar con sus ansias de aprendizaje; de ahí pasó a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, donde estudio derecho y se tituló con una tesis sobre el derecho triqui en Xuman li, que es como en su lengua nombran a su pueblo; después cursó una maestría en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se tituló con la tesis: Comunidad indígena: la otra nación; a la hora de su asesinato preparaba su tesis de doctorado en esa misma institución, estudiando la criminalización de la población indígena en la ciudad de México y el sistema de justicia.

Combinó su interés por la academia con el ejercicio de su carrera y, principalmente, el servicio comunitario, sin olvidar las actividades deportivas y culturales. Desde 2007 fue agente del Ministerio Público en la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, institución a la que ingresó en el mismo año, cuando se crearon las agencias especializadas para atender a población indígena; también profesor en derechos indígenas; integrante del equipo de basquetbol Guerreros Yuman li y vocalista del grupo musical Emigración Triqui; pero donde más destacó fue en la Asamblea de Migrantes Indígenas de la Ciudad de México y la Red Interdisciplinaria de los Pueblos Indios de México, donde fue dirigente.

En su pueblo de origen fue mayordomo, un cargo de alta responsabilidad y al momento de su muerte era representante de los triquis de Santo Domingo radicados en el valle de México y estaba comprometido a volver a desempeñar otra mayordomía.

Su muerte nos sorprendió a todos los que lo conocimos desatando muchos sentimientos: incredulidad, indignación, rabia, desesperación, imponencia entre muchos otros. No podíamos creer que fuera cierto lo que había sucedido, que a un compañero le hayan arrancado la vida justo cuando más estaba aportando, junto con otros, para construir un futuro distinto para los pueblos indígenas y el país.

Después nos dimos cuenta que no se trataba de nada excepcional: lo que a él le sucedió sucede a diario y le puede pasar a cualquiera, por el clima de inseguridad e impunidad en que vivimos, que permite a los delincuentes pensar que sus actos no serán castigados por ninguna autoridad. Sus familiares, compañeros y amigos despedimos a Zósimo al día siguiente, en casa de su padre, en el mismo municipio donde fue asesinado, de donde partió el cortejo fúnebre que lo llevó a su tierra natal, en donde le rindieron dos días de homenaje antes de entregarlo a la madre tierra.

Zósimo partió dejándonos su ejemplo, pero también el compromiso de seguir trabajando, porque los derechos de los pueblos indígenas y un México distinto algún día lleguen a ser una realidad y la gente no viva con el temor de ser la próxima víctima. Una tarea difícil, sin duda alguna. Por eso lo recordaremos siempre, para que su palabra y su pensamiento nos sigan iluminando. Para que siga viviendo entre nosotros.