Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 18 de enero de 2015 Num: 1037

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Algo sobre
Rubén Bonifaz Nuño
y Manuel Acuña

Marco Antonio Campos

Enrique Semo: las
enseñanzas de la historia

Héctor Díaz-Polanco

Los desaparecidos
ya no lo están

Eduardo Mosches

La silueta
Lenin Guerrero Sánchez

Haití: intervencionismo
y hambre

Fabrizio Lorusso

Al pobre diablo
Juan Manuel Roca

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Guillermo Samperio
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Héctor Díaz-Polanco

Foto: Luis Humberto González/ La Jornada

A finales del pasado 2014, Enrique Semo recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. Acertó Aristóteles al considerar que la “grandeza no consiste en recibir honores, sino en merecerlos”. Este es un justo reconocimiento para uno de nuestros investigadores de peso completo, quien en su faceta de historiador y economista (o historiador de la economía) ha iluminado los procesos seculares de conformación del país.

Semo no es sólo un especialista, un profesor universitario, sino además un personaje público, un militante político, un ciudadano comprometido con causas sociales. Esto es, un intelectual en el sentido preciso que lo definió Sartre. Se trata del sujeto que en el ejercicio de su actividad profesional descubre las “contradicciones” entre sus descubrimientos y la realidad social. Debe, dice Sartre, “a la vez ejercer su oficio y comprometerse en la manifestación de las contradicciones de la sociedad. Uno no es posible sin el otro”. Y al asumir y denunciar esa “doble contradicción”, el científico (o el artista, etcétera) deviene entonces en intelectual.

Fue ese intelectual (hombre de pensamiento y de responsabilidad pública) el que, en el acto de entrega de los mencionados Premios de Ciencias y Artes, envió un mensaje al presidente de la República: “Queremos hechos, no discursos” para abordar y resolver los grandes problemas nacionales.

La obra de nuestro autor está marcada por un rigor analítico que desemboca en las enseñanzas de la historia para la compresión de los largos períodos y de la realidad actual. Para ilustrarlo, tomemos como ejemplo su reciente obra de síntesis: México: del antiguo régimen a la modernidad. Reforma y revolución, editada por la unam y la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez en 2012. En varios sentidos es un libro monumental, considerando el vasto período que abarca, sus alcances teóricos y empíricos y, en fin, la potente audacia interpretativa que lo caracteriza.

Se trata de ensayos que abarcan el período que va “desde el último tercio del siglo XVII hasta la primera mitad del siglo XX” (1780 a 1940). El espacio es el territorio del Virreinato de la Nueva España, que devino lo que fue México, con sus fronteras cambiantes. No es un lapso escogido al azar. El autor aclara que dicha periodización “obedece a un concepto teórico: la transición del Antiguo Régimen colonial a la Modernidad subdesarrollada”.

Y el filo teórico también determina el trayecto de la obra, los “hilos conductores” que se despliegan a partir de “cinco grandes preguntas”, a saber: 1. ¿Cómo se hizo México capitalista?; 2. ¿Por qué adquirió esa sociedad un carácter subdesarrollado?; 3. ¿A qué se debe la desigualdad extrema que la distingue?; 4. ¿Por qué, entre todas las formas de cambio posibles, predominó la revolución?, y 5. ¿Cuáles fueron las principales corrientes ideológicas y en qué contextos surgieron y se desarrollaron?

Son probablemente las preguntas esenciales para aproximarse al conocimiento de cómo surgió el capitalismo en México y sus vicisitudes; por qué ese capitalismo, a diferencia de otros modelos, engendró una sociedad subdesarrollada y espantosamente desigual, y finalmente por qué los saltos sociopolíticos adquieren la forma predominante de revoluciones. No se descuida el papel de las ideas y concepciones del mundo en ese proceso.

Desde el arranque, el autor deja entrever su enfoque: los ensayos “son aproximaciones al conocimiento histórico concebido como proceso de múltiples determinaciones”. Se reconoce de inmediato la presencia teórica de Marx. Para Semo, en la Nueva España operan simultáneamente, pero con pesos diferenciados, formas feudales dominantes y secundariamente impulsos capitalistas. En suma, no obstante sus complejas y arrítmicas formas, el autor cree firmemente que los “modos de producción son el mejor de los modelos de análisis posible en la economía política de las grandes congregaciones y el largo plazo”.

Ese régimen antiguo llega a su punto de crisis en el último tercio del siglo XVIII; y entre 1880 y 1940, “el país comenzó a adentrarse en la era del capitalismo industrial y la modernidad”. El estudio de este desplazamiento es, en esencia, el análisis del desarrollo del capitalismo en México; una peculiar modernidad que se abre paso en la espesura de la tradición, las relaciones señoriales y los sistemas productivos no capitalistas orientados más al consumo que al mercado. Se trata de una configuración “siempre en movimiento, llena de ambigüedades y de apariciones fugaces” que, al generarse en un país subdesarrollado, se presenta como “un juego de espejos en el cual el hábito adquiere faz moderna y la modernidad se esconde en la tradición”.

Detrás de todo ello está la “llegada del capitalismo industrial [y comercial] a México” que se impone a partir de los años cuarenta del siglo XX en su versión subdesarrollada, y que se expresa en “dos fases”: “el salto del México tradicional al México moderno, [y] del México rural al industrial-agrícola”. Para explicar por qué las cosas ocurren de esta manera (capitalismo dominado y subdesarrollo en México, a diferencia de Europa y EU), el autor compara estos procesos discordantes, lo que lo conduce a los enfoques de la dependencia, relegados durante mucho tiempo por la irrupción de otras perspectivas teóricas.

El estudio se completa con el análisis de otra problemática central: las condiciones específicas que empujan al país a resolver las contradicciones avivadas por las herencias coloniales a partir de dos grandes acontecimientos (quizás en el sentido de Badiou): “la llegada de grandes inversiones extranjeras y las dos revoluciones mexicanas: la Reforma y la de 1910”.

Como telón de fondo, resalta una constante: el subdesarrollo del capitalismo. El autor ve el subdesarrollo como una condición que “cambia de forma, pero durante el período estudiado nunca desaparece ni es superado”. Y aquí se manifiesta uno de los atributos más interesantes de la obra de Semo: el valor de la información y el análisis históricos para la reflexión sobre las condiciones actuales del país. Veamos cómo sintetiza algunas de las características “distintivas del capitalismo subdesarrollado”: dependencia tecnológica y bajo nivel de innovación endógena; falta de impulsos internos para el ahorro y la acumulación de capital; alto nivel de desempleo y bajos salarios; fuerte desigualdad de ingresos; débil mercado interno; endeudamiento especialmente exterior; crecimiento urbano en desproporción con el desarrollo de la industria y los servicios. En lo político: inestabilidad, estados autoritarios o fallidos, y gran concentración de poder en manos de una oligarquía cada vez más reducida.

En este punto, uno puede preguntarse: ¿estos no son rasgos que persisten en el México contemporáneo, casi en su totalidad? El país ha experimentado cambios notables, pero si se observan las relaciones esenciales y la dinámica central, seguimos atrapados en el mismo modelo de profundización de la dependencia y el subdesarrollo. Y, en el campo sociopolítico, los perfiles oligárquicos son tan acentuados como en fases anteriores.

Si atendemos ahora al tema de las revoluciones (estudiado con detenimiento en el capítulo titulado “El ciclo de las revoluciones mexicanas”, que cierra la segunda parte del libro) y las modernizaciones que le preceden, encontramos también elementos inquietantes e inspiradores para el análisis de nuestra coyuntura. La tesis central de Semo es que esas revoluciones (para el caso, la Independencia, la de Reforma y la que inicia en 1910) están precedidas de otras “revoluciones”. Estas son “otra forma de cambio que podemos llamar parafraseando a Gramsci ‘revoluciones pasivas’ o más acorde con un país dependiente como el nuestro de modernización desde arriba o modernización pasiva”.

En el caso de México, el autor registra “tres períodos que corresponden como gotas de agua a modernizaciones pasivas desde arriba”. La primera en los años 1780-1810, esto es, las llamadas reformas borbónicas; la segunda un siglo después en los años de 1880-1910, o sea, el período conocido como Porfiriato, y la tercera en la fase aciaga que va de 1982 hasta nuestros días, correspondiente de manera clara a la “modernización” neoliberal.

¿Qué propiedades comunes ve el autor en estas diversas “modernizaciones”? Semo lo resume de esta manera: “Esta forma de cambio social y económico se refiere al intento en que un hombre fuerte, dictador o rey, los círculos políticos dominantes y sectores de la clase hegemónica, pretenden introducir en un país atrasado las reformas necesarias para ponerlo al nivel de los países desarrollados, sin consultar al pueblo, obligándolos a cargar con todos los costos de las reformas, recurriendo en todos los casos necesarios a la represión”.

¿No es ésta, efectivamente, una síntesis del tipo y modelo de reformas modernizadoras impuestas a sangre y fuego en el México de las últimas tres décadas, sin consultar a la mayoría de los mexicanos (a tono con su carácter autoritario y dependiente de los intereses externos) y que, como en las dos primeras modernizaciones, debido a sus efectos sobre las mayorías, han conducido a revoluciones propiamente dichas, con su fuerza transformadora y desquiciadora del orden imperante? Tenemos aquí, pues, un campo fértil para la reflexión sobre nuestra situación actual y sus perspectivas, derivado de la historia del país.