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Desde el cable telegráfico hasta el Twitter, un proceso algo cómico
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Decenas de afganos se manifestaron ayer en la ciudad de Kabul contra la publicación de caricaturas sobre el profeta Mahoma en la revista francesa Charlie HebdoFoto Xinhua
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ras escuchar mi punto de vista sobre Medio Oriente y mi habitual discurso indignado sobre Internet, los alumnos de la universidad St. Brendan, en Killarney, Irlanda, me dieron un regalo por demás apropiado: un trozo de cable, de casi ocho centímetros de grueso, para transmitir telegramas que el Islamabad del Gran Brunel Este tendió hace 147 años desde la costa del Atlántico, a las orillas de la isla Valentia –que entonces era británica–, hasta Heart’s Content, en la bahía Trinity, en Newfoundland.

El interior de mi trozo de cable muestra su centro dorado hecho de cobre que servía de trasmisor, y que está forrado con gutta-percha –la resina de látex producida por árboles malasios y que se usaba como aislante–, cubierta a su vez de yute. Todo lo anterior está sujeto con alambre de acero. La labor de tender este cable a lo largo del fondo del mar recayó sobre un capitán de barco de la compañía Wicklow llamado Robert Halpin. Mi regalo está hoy montado sobre una placa hecha de la pizarra típica de la isla de Valentia.

El primer mensaje que se transmitió a través de este cable fue un editorial telegrafiado por The Times: Es un gran trabajo, decía la rimbombante nota con imperial convicción. Es una gloria para nuestra era y nación, y para los hombres que han logrado merecer un lugar de honor entre los benefactores de nuestra raza. Firman tratado de paz Prusia y Austria.

Dejo a los lectores la tarea de averiguar qué paz particular fue la que construyó la fantasmal infraestructura de la futura Alemania. El telégrafo por cable también se utilizó para dar noticias sobre la Gran Hambruna Irlandesa, el levantamiento de Pascua de 1916, y, desde luego, el tratado angloirlandés que separó 26 de los 32 condados de Irlanda de un reino y un imperio.

Pero volvamos al editorial del Times por un momento. Para estándares actuales es un exceso de grandilocuencia, pero en todo caso se trata de una entrada informativa llena de seguridad: cuatro verbos y los sustantivos trabajo, gloria, era, nación y honor. Ya no se encuentra algo así en el ciberespacio; aun cuando la frase sobre Prusia y Austria parece un encabezado contemporáneo, al dejar fuera la construcción fue firmado.

Al consultar mis archivos la semana pasada encontré una columna de opinión de 1973 de la revista Observer escrita por John Grigg, cuyo padre fue corresponsal del Times antes de convertirse en miembro del gobierno de Churchill. Conocí a Grigg hijo cuando escribía el volumen sexto de la historia oficial del Times. Él falleció hace 13 años, pero en esos días previos al correo electrónico Grigg despotricaba contra el efecto negativo de la televisión contra la corrección indiomática* y la aún más mortal influencia del teléfono. Grigg hijo aseveró que tendíamos a convertir todo en una perorata al hablar por teléfono, mientras por escrito teníamos más tacto y éramos más profesionales.

Escuchen, escuchen, digo yo. Grigg promovía la antigua y verdadera carta en papel que, sostenía, alentaba a la gente a escribir correctamente. Pero el efecto del teléfono se apropia de nuestros nervios y procesos de pensamiento. Esto es, ciertamente, muy extendido y negativo, afirmaba. Sospecho que esto mismo es lo que diría ahora sobre el correo electrónico, los mensajes de texto, Facebook o Twitter.

En cierto sentido el ciberespacio es una extensión del teléfono, no de la carta. El temor de Grigg a la televisión sería parte de la misma preocupación, pues la pantalla es el elemento constante y, por tanto, contribuye a un cierto grado de trastorno de déficit de atención. Yo estoy en contra de esas frases, pero el regalo de Navidad del escritor canadiense Michael Harris, que es el excelente libro El final de la ausencia, me convenció de que dichas frases tienen su utilidad. Harris sospecha, acertadamente, que la tecnología nos usa tanto como nosotros a ella. Sobre La guerra y la paz, de Tolstoi, señala: Leo dos páginas y luego reviso mi correo electrónico... y caigo en el abismo de la memoria.

Y el abismo de la memoria no tiene restricciones. El correo electrónico también es correo de odio; lo que solíamos llamar cartas con veneno, cuando se escribían en papel.

El cotidiano Alain de Botton’s Philospher’s Mail, sitio web que emplea los principios de la escritura a la antigua, señala: “La habilidad de publicar comentarios al final de una noticia online ha revelado algo inesperado de nuestros conciudadanos: la mayoría de ellos parecen ser bastante agradables y educados, pero luego los conocemos cuando hacen comentarios en línea y son muy diferentes: envidiosos, furiosos, vengativos, despiadados, sin capacidad para el perdón y muy cercanos a la locura”.

Aún soy de la opinión de que el problema con esta locura proviene de la capacidad, que luego se vuelve necesidad, de expresarse en los extremos. Esto lleva de manera natural al reflejo irracional que atrae a un alma demente. Observen el efecto del ciberespacio en los combatientes islamitas (o asesinos); o bien, en dos ejecutivos de Hollywood que hicieron comentarios racistas sobre Obama el mes pasado. Uno de ellos dijo más tarde que se suponía que los comentarios fueran cómicos, pero que a la fría luz del día resultaron desconsiderados e insensibles, escritos con prisa, sin pensarlo mucho y olvidando toda sensatez.

Exactamente. Sin darse tiempo para pensar. Sin tiempo para reflexionar. Demasiada prisa. Y miren cómo se excusó el ingeniero Jordi Mir después de publicar en la red el video del asesinato a sangre fría, en París, del policía Ahmet Merabat, cerca de las oficinas de Charlie Hebdo. Aseguró que difundió el video en Facebook por miedo y debido a un reflejo estúpido –aquí vamos de nuevo– desarrollado tras varios años de estar en redes sociales. Estaba en un estado de pánico total, yo solo en mi departamento. Publiqué el video en Facebook. Ese fue mi error.

Esa fue su mejor explicación. Aseguró que lamentaba mucho haber ofendido a la familia de Merabat, pero el daño estaba hecho. El reflejo ya había hecho lo suyo. Desconsiderado e insensible, como dijo el ejecutivo de Hollywood. Muy cercano a la locura. Jordi Mir cayó al abismo de la memoria. La tecnología tuvo un efecto en su proceso de pensamiento, como hubiera dicho Grigg.

Esa es la alegría que se desprende del obsequio que me dieron los alumnos de la Universidad St. Brendan, porque a través de ese pedazo de cable las noticias y opiniones podrían transmitirse a una velocidad de sólo ocho palabras por minuto. Le daba a uno tiempo para reflexionar sobre palabras como gloria y honor. Le daba a uno tiempo para pensar.

Un mejor pronunciamiento para la actitud desafiante de Hebdo

En lugar de publicar más caricaturas pueriles del profeta, ¿no podía la edición de Charlie Hebdo, posterior a la matanza, llevar en su portada esta canción de alegría de Medio Oriente que hubiera confundido a más de una conciencia islamita?

Si crees que voy a dejar de beber en la estación de las flores, me niego. ¿Dónde está el músico?

Para que así todos los resultados de mis obras pías y de mi aprendizaje se apliquen al sonido del arpa y la flauta.

Me aburren las peroratas de las escuelas religiosas.

Sólo por un momento, quisiera hacerle un servicio a mi amada y al vino.

No temo ser juzgado, porque el Día del Juicio, con la gracia y la bondad de Dios, seré perdonado de 100 pecados.

La traducción la hizo un amigo. El autor es nada menos que el poeta persa del siglo XIV Hafez de Shiraz, quien, desde luego, era musulmán.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca