Opinión
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Mi México

N

ací en la Ciudad de México en la primavera de 1917, me llamo Teresa Castelló Yturbide, pero cuando dibujo o escribo para los niños uso el seudónimo de Pascuala Corona, en recuerdo de la nana de mi abuela, una viejecita adorable que me dio el gusto por los cuentos. Así se describe en uno de sus libros doña Tere, que es como le decíamos con cariño y respeto, los que tuvimos el privilegio de conocer a esta mujer austera y discreta, enamorada de lo nuestro.

En su búsqueda de continuidad cultural nos entregó obras fundamentales, como Presencia de la cocina prehispánica (Fomento Cultural Banamex, 1987), que, de acuerdo con Fernando Gamboa, está respaldada por años de erudita investigación documental, de tenaz recolección de testimonios populares y de viajes realizados de acuerdo con las estaciones y las cosechas del año. Fue la tónica de libros como Arte plumario en México (Fomento Cultural Banamex, 1993) y Tejedora de vida, en coautoría con Carlota Mapelli Mozzi, (Serfin, 1987); también de sus artículos en La chaquira en México (Museo Franz Mayer, 1998) o El rebozo (Artes de México, 2010).

Sus textos académicos son antecedidos, en ocasiones, por libros para niños. Así La seda, escrito para colección Piñata en 1985, cuyos textos e ilustraciones son de su álter ego, Pascuala Corona, anuncia a Historia y arte de la seda en México (Fomento Cultural Banamex, 1990), y Tres colorantes prehispánicos (Editorial Patria, 1985) anticipa a otro clásico: Colorantes naturales de México (Industrias Resistol, 1988).

Para honrar a una de las poblaciones que conoció cuando ilustraba El traje indígena en México, que publicó con Carlota Mapelli, con el auspicio del INAH en 1968, escribió Mi abuela Romualda: Ese fue el Yalalag que yo conocí y que añoro. Un lugar alegre y tradicional, de buenas costumbres, donde se celebraban fiestas patronales y municipales, un pueblo unido y progresista.

Dos de sus últimos libros infantiles fueron Quetzalcóatl y la hormiga maicera y Xochimilco: caminos de agua; aquí sus dibujos fueron bellamente interpretados por la maestra popotera Leticia Cárdenas (Conaculta/Ediciones Tecolote, 2012).

Mi México, solía decir, con un dejo de tristeza al ver que por momentos perdemos el camino. Que nuestra cultura y tradiciones más profundas, la herencia de los antiguos mexicanos, se transmitan y permanezcan para valorarlas, mantenerlas y enorgullecernos por lo que somos, es la intención de la fructífera obra de Teresa Castelló. Hoy que su velita se apagó, después de darnos luz brillante hasta el último día, estamos convencidos de que para resguardar su memoria, esa es la ruta a seguir.