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¿Entenderán los que no entienden?
E

l arroz se les batió, diría Laura Esquivel en su famosa novela. El tema de Iguala y los estudiantes de Ayotzinapa, desaparecidos o muertos, fue mal manejado desde el gobierno federal. No fue sino hasta el 27 de enero (cuatro meses después) que se supo, aparentemente con precisión científica, lo que pasó. La espuma de la inconformidad sigue subiendo y no hay respuestas. El asunto del tren México-Querétaro y el del aeropuerto huelen mal, así como otros negocios y negocitos de las élites gubernamentales. De la inseguridad ya no se sabe qué decir, salvo que no tienen idea de cómo resolverla o que no quieren disminuirla pese a los estragos que ya ha hecho en la economía y en la población en general.

El ya famoso artículo de The Economist (24/1/14), El pantano mexicano, toca los aspectos mencionados en el párrafo anterior, con su muy peculiar óptica de derecha. Pero bajo cualquier punto de vista no está equivocado, aunque se puede decir mucho más. En Estados Unidos la percepción es más o menos la misma: Peña Nieto ha perdido liderazgo, no está haciendo bien las cosas, la corrupción ha salido a flote o no puede ocultarse, los derechos humanos no se respetan y, lo más importante, no tiene respuestas efectivas para los grandísimos problemas que atraviesa el país. Se nota improvisación y negligencia, escasa pericia de gobierno.

¿Podemos hablar de una crisis de gobernabilidad? Quizá sería un adjetivo exagerado, pero no lo es decir que, junto con los factores económicos de origen externo, como el precio del petróleo y sus consecuencias internas, los programas de gobierno no están a la altura de las necesidades del país. Si todavía no estamos en el fondo de una gran crisis, nos estamos acercando y nada buen resultará de ello. El gran problema lo resume el semanario británico ya citado con una elocuente e irónica frase: No entienden que no entienden, es decir, no se quieren dar cuenta de que no saben qué hacer, y tampoco parecen intentar saberlo. Los asesores de Peña, que debe tenerlos, deberían de ser cambiados por otros o, si es el Presidente el que no les hace caso, pues que el Congreso tome en sus manos una investigación a fondo y que obligue al Ejecutivo a rectificar.

No quiero dar la impresión de que confío en el Congreso de la Unión y en la mayoría de sus componentes, pero debe haber senadores y diputados que, así como los gobernadores se juntaron desde hace tiempo para presionar al gobierno federal (la Conago: Conferencia Nacional de Gobernadores), podrían formar una comisión que responsabilizara al titular de la Presidencia de los errores que está cometiendo y las propuestas para corregirlos. Es sólo una idea, ingenua y quizá improcedente, pero no se me ocurre de momento otra a corto plazo que pueda evitar que terminemos ahogados en el mencionado pantano.

Alguien me dirá que la sociedad puede tomar en sus manos la rectificación de las políticas erráticas del gobierno federal. Ojalá así fuera, pero lamentablemente la sociedad es demasiado heterogénea y dispersa como para poder hacerlo. No lo ha logrado en ningún país del mundo. Suele mitificarse a la sociedad y otorgarle atributos que dista mucho de poseer. Hay desde luego sectores sociales más conscientes y organizados que otros, pero son minoritarios y tampoco están de acuerdo en sus principales demandas, ni siquiera sobre el tema de la inseguridad.

Se vienen encima las elecciones intermedias. Pueden ser también un buen punto a atacar, por ejemplo con un masivo voto de castigo a los partidos de derecha, es decir al PRI y al PAN, más sus aliados menores. El PRD, me adelanto a decirlo, no merece mucha confianza por haber participado, entre otros errores cometidos, en el Pacto por México (ya obsoleto). Pero aun así, podríamos exigirle que actúe como lo que dice ser y que limpie su casa de corrupciones y oportunismo, que se refunde como ha prometido varias veces sin haberlo cumplido hasta ahora. Morena, como también lo sugiere The Economist, podría ser el beneficiario del cinismo de Peña Nieto, pero muchos quisiéramos que fuera (sea) una alternativa política de centro-izquierda por sí mismo, y no sólo por los errores del gobierno federal.

No es cierto, como dijo Peña Nieto, que se olviden fácilmente las cosas buenas del gobierno ( La Jornada, 27/1/15), el problema es que esas cosas que él llama buenas no han resultado así o son percibidas de otra manera. Lo que sí se entiende es que la pobreza ha aumentado, incluso la indigencia (Cepal); que el desempleo no es abatido, que las desigualdades sociales siguen en aumento, que se hace negocio político hasta con televisores, que nadie está seguro en la calle o en las carreteras, que la educación deja mucho que desear, que crece el número de comunidades con problemas cada vez mayores y que el crimen organizado, por más que le cortan cabezas, resurge todos los días con nuevas cabezas o sin ellas, da lo mismo, o quizá sea peor.

Si creyera en Dios, le pediría que ilumine a Peña para que entienda lo que no entiende. Sería un buen comienzo.

rodriguezaraujo.unam.mx