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Ver día anteriorViernes 30 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tolerancia: espacio ambiguo
T

oda tolerancia se convierte a la larga en un derecho adquirido

Fijar las fronteras de la tolerancia es complejísimo en toda materia. En política es un riesgo que suele ser costoso para quien las fija. Es un tema explorado por los clásicos hace siglos. Locke la razonó en la Carta sobre la tolerancia, escrita en 1685.

Hoy vivimos una confrontación entre principios éticos y legitimidades. La convivencia social se ha vuelto un serio conflicto. Tal vez pensando en Malthus y su Ensayo sobre el principio de la población, valdría preguntar: Qué, ¿somos ya demasiados? Pues si somos demasiados, las políticas y acciones de gobierno deberían ser eficaces para todos.

Para nuestros efectos, tal sabiduría significa que con Tlatlaya e Iguala y sus iniciales disimulos, Peña Nieto metió al país en un callejón sin salida del que será dificilísimo evadirse. Nos metieron en él al no actuar ni oportunamente ni aceptando hechos terribles, y así se abrieron los infiernos. Se despertó al México bronco y Peña sigue sin pisar fondo. Reitera a diario su fe en las apariencias como remedio para todo. Confía en ello creyendo que todo se olvidará.

Está en el callejón porque, al no tomar medidas políticas y legales disuasivas, conciliatorias y oportunas, y sí montarse en la ira, incitó una terrible contradicción entre libertades de unos y derechos de otros. El pasado lunes 26, cuarto mes de desatinos, las profusas manifestaciones fueron muestra de esta contradicción.

Libertades de los que se manifiestan en reclamo de justicia, como los dolientes de Ayotzinapa, y derecho de los que exigen respeto a sus garantías constitucionales. Esta dialéctica de confrontación con bases justas para cada lado lo tiene maniatado y en riesgo de que se incendien vastas regiones del país en las campañas electorales. Su respetabilidad ha caído como piedra y es tarde para restaurarla, y eso lo hiere.

Como respuesta inmediata, el Presidente se fuga esperando que pase la tormenta, creando así un conflicto de delirio trifásico: los malos, que no está claro por qué se condena su dolor; los buenos, que es la sociedad injustamente victimada en sus derechos a la paz social, y él, que no atina una salida del callejón. Padecemos un gobierno paralizado ante dos cuerpos antagónicos: los malos y los buenos, mientras el Presidente se fuga a diario.

Peña Nieto no es un hombre de principios, sino creyente de la realpolitik. En este sentido, quisiera desatender la tolerancia como recurso obligado de la política y emplear la fuerza que la ley le permite, esto es, poner límites a las libertades, en este caso la de expresión, pero sencillamente no puede.

Desearía usar la fuerza hasta donde la ley lo permite; lo limitante para él, y es la metáfora del callejón, es que lo sujetan dos candados: 1. El fantasma de su experiencia en San Salvador Atenco, y 2. Las elecciones de junio. Por eso lleva las cosas al extremo candente de la tolerancia, no como virtud política, sino por ser su único recurso, y como tal no le está funcionando.

Dejó pasar las cosas. No promovió políticamente el orden, tardó mucho en hacerse cargo del problema del Guerrero crudo y no quiere ver los demás acosos, que son muchos: asesinan periodistas y hay violencia por doquier, bloqueos de autopistas, toma de sus casetas, robos enormes a Pemex, los innumerables conflictos en el DF, los increíbles asaltos a instalaciones militares en Iguala, el polvorín de Michoacán, millones de niños sin escuela y el estado germinal del desgobierno por doquier.

En dos palabras: cunde la anarquía y ante ella sería gravísimo el uso de la fuerza, pero, a contrario sensu, el pueblo observa azorado que esa tolerancia extrema no favorece nada. ¿Entonces? ¡Pues apuéstenle al olvido popular!, parece ser la consigna.

Si fuera un solo foco de rebeldía, como lo fue en un momento Ayotzinapa, Peña lo hubiera podido abordar con humildad, solidaridad humana y actos de justicia expedita, pero dijo que el problema no era suyo, que era de autoridades locales. Hoy el conflicto está en todas partes. En el mundo se le juzga acremente, a lo que mucho abona la corrupción que lo exhibe.

La nación, ni más ni menos, y Peña con ella, está en una situación extrema donde hacer no es aconsejable y no hacer tampoco. La tolerancia hacia unos lastima los derechos de otros. Ese es el Leviatán de Peña Nieto: una enorme fuerza que se le cae encima, amenazadora, aplastante. La nación lo observa indignada y él llama constantemente al olvido.

Hoy están enfrentadas la tolerancia oficial y la fatiga de una comunidad vejada a diario. La primera debe privilegiarse, pero a costa de qué, hasta cuándo, hasta dónde, ¿y la segunda exasperada? ¡¡Hasta dónde estirará la liga Peña Nieto!! Es la metáfora del callejón.