Opinión
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Del brazo de Ernesto Cardenal
¡C

laro que me sumo a la cauda que felicita a Ernesto Cardenal por su nonagésimo aniversario! Así como Daniel Viglietti decía que si la Iglesia cantara una cierta tonadilla, él se habría hecho cura, si la Santa Madre tuviera más respeto por sacerdotes como este gran poeta nicaragüense, yo también estaría mucho más cerca de ella.

Pero no es así. Entre muchas ofensas, no puedo olvidar que el tal Juan Pablo II, en 1983, lo haya increpado públicamente y frente a la prensa de todo el mundo por su pertenencia a la Teología de la Liberación y su compromiso con las clases populares. Wojtila hizo gala en aquella ocasión de lo que verdaderamente estaba hecho.

El orden alfabético me dio el inmenso privilegio de estar muy cerca él, en muchas de aquellas periódicas sesiones relacionadas con el Quinto Centenario de 1492. La M de México estaba codo con codo con la N de Nicaragua.

Él estaba ahí porque en su calidad de ministro de Cultura de su país habían asumido directamente la presidencia de la nacional correspondiente. Este servidor, en su calidad de secretario técnico por ausencia del presidente.

En cuanto tuve la oportunidad de explicarle el planteamiento de los mexicanos de soslayar la idea de celebrar el descubrimiento de América y establecer con ánimo descolonizador la conmemoración del encuentro de dos mundos, como no podía ser de otra manera, contamos con su solidaridad. Así lo demuestra el texto decisivo de su posición, que leyó en Puerto Rico en 1996, cuyo original conservo con su dedicatoria de puño y letra.

Una vez llegamos tan lejos como se pudo. Ahora sí, de acuerdo con la Comisión española que había perdido ya el tufo franquista con que empezó, dimos la batalla para evitar que la homóloga de Estados Unidos formara parte con pleno derecho (voz y voto) de la Conferencia de Comisiones Nacionales. Por más empeño que pusieron sus partidarios, no obstante contar entre ellos el entusiasmo del representante de Colombia, que era ni más ni menos que don Germán Arciniegas, se logró dejar a los gringos como simples observadores, con voz y sin voto, con el consecuente berrinche del cubano aquel que encabezaba la representación estadunidense, además de vender llantas en Miami.

Vale recordar que, gracias a ello, la dicha Conferencia de Comisiones Nacionales derivó en las reuniones Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno, que se han sucedido desde Guadalajara en 1991 hasta la fecha, aunque con muy poco éxito real.

¡Cuánto gozo ir p’arriba y p’abajo con Ernesto en cada reunión! Máxime aquella vez, en Puerto Rico también, en que coincidimos en desairar con nuestra inasistencia una recepción que se ofreció en Fortaleza, la casa de gobierno de Borinquen, en honor del rey de España. Primero, por la obligación que establecieron de que se saludara al casquivano monarca con una marcada reverencia y, segundo, que se obligara sin la antelación suficiente, siguiendo el protocolo de los güeros, el uso del toxido. Sabedores de que nadie iba prevenido, el gobierno boricua proporcionó a última hora un vale para alquilarlo… Todos los representantes fueron, menos el de México y el de Nicaragua, quienes cenaron solitos, cerca del hotel, un espléndido asopado de jueyes y lucieron ambos una espléndida guayabera que habían puesto en su equipaje para una ocasión solemne.