Opinión
Ver día anteriorViernes 6 de febrero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Dioses inseguros?
¿E

s posible disminuir la discriminación y la violencia desde el aula escolar? Tal parece ser el cuestionamiento de fondo en el segundo Foro sobre Educación Ciudadana Global convocado por la Unesco en sus oficinas centrales de París. Se trata de una pregunta de gran vigencia, considerando el ambiente de conflicto que se vive en tantas regiones del mundo, incluyendo la propia capital francesa, que apenas sufrió los brutales asesinatos de los caricaturistas de la revista Charlie Hebdo.

Entre las tensiones actuales que reconoce la propia Unesco están las contradicciones entre solidaridad global y competencia global; entre identidades (e intereses) locales e identidades globales; entre patrones jerárquicos que prevalecen en escuelas y aulas escolares frente al papel de la educación como formadora de pensamiento crítico y habilidades de cooperación.

Es un hecho, la escuela y los salones de clase siguen siendo en muchas ocasiones espacios antidemocráticos; los y las docentes suelen reproducir prejuicios y actitudes discriminatorias en vez de contribuir a la solidaridad y al ejercicio de los derechos humanos. A veces se argumenta que promover los derechos humanos puede colocar al docente en conflicto con intereses locales o nacionales. Sin embargo, el reto de la educación es mejorar las condiciones de la sociedad, construir habilidades que fortalezcan la paz y el entendimiento, en especial donde hay pluralidad étnica, religiosa o cultural. Respetar la pluralidad exige trabajar con gran sensibilidad y compromiso, a fin de colaborar y no amenazar la estabilidad de una nación.

En la mesa sobre diversidad y diálogo interreligioso, la profesora Lynn Davis, de la Universidad de Birmingham del Reino Unido, fue contundente: la religión no puede ser cómplice del conflicto; fortalecer el laicismo hoy es vital para fortalecer la seguridad de las naciones. La también profesora emérita, especialista en educación para la paz, contra extremismos e islamofobia, ha realizado investigación en Malasia, Sri Lanka y otros países asiáticos; actualmente trabaja por la democracia e igualdad de género en Afganistán. Su mensaje principal es que la religión en la política es un ejercicio peligroso y que un sistema político laico es la mejor esperanza para la seguridad. Los conflictos son peores cuando se basan en la religión, ya que las identidades se hacen más fuertes, es casi imposible abrir el intercambio de ideas o de compromiso sobre las creencias si ambas partes piensan que Dios está de su lado. Cuando una religión levanta la mano a la hora de tomar decisiones políticas, se retira la posibilidad de igualdad para todos o ninguno de los credos. Las escuelas son espacios claves para aprender a vivir sin violencia, manteniendo una política laica.

El último libro de la doctora Davis tiene un título muy provocador: Dioses inseguros: seguridad, secularismo y educación ( Unsafe gods: security, secularism and education, IOE Press, London, 2014). El texto muestra cómo tanto la religión como el secularismo pueden ser inseguros o peligrosos, aunque la religión presenta la mayor amenaza. La religión ha sido cómplice en muchos conflictos del mundo; actualmente vemos cómo la tensión sunita-chiíta divide en zonas del Medio Oriente, conocemos las tensiones históricas entre católicos y protestantes del norte de Irlanda, la de budistas-hinduistas en Sri Lanka, de ortodoxos-musulmanes en Bosnia-Herzegovina, de cristianos-musulmanes en Nigeria y en la República Democrática del Congo; la lista es interminable. “Ciertas versiones del secularismo son también inseguras o peligrosas, como fue el caso de la dura versión del comunismo ruso, o del secularismo de Francia; intentar prohibir o privatizar completamente la religión en la realidad conduce a mayores tensiones. Yo trato de mostrar cuán necesario es acomodar de tal manera la religión que evite levantarse por encima de lo demás; no elevarla a un lugar especial en que esté exenta de crítica es la mejor esperanza que tenemos para mitigar el conflicto. Las religiones deben competir en el mercado junto con todas las otras visiones éticas. Hablar de Dios en las escuelas es problemático porque puede contribuir al conflicto, especialmente cuando hay segregación o cuando el currículo predica el odio a los demás, como vimos en Ruanda, o cuando indirectamente se hacen estereotipos de los demás, como ocurre en diversas regiones del mundo. Ciertas medidas de seguridad pueden ser también peligrosas, como el excesivo uso de armas o la militarización para ayudar a los países en desarrollo (el entrecomillado es mío). ¿Acaso nuestra presencia militar en Afganistán hizo ese país o al mundo un lugar más seguro?”

En el foro de la Unesco aprendí que si se quiere contribuir a construir un ambiente pacífico en México, la educación laica, enfocada en derechos humanos y contra las diversas formas de violencia y discriminación, tendría que ser un compromiso sustantivo de la Secretaría de Educación Pública. Habría que comenzar por cambiar los patrones jerárquicos que predominan en la propia estructura de la SEP, en las escuelas, en las aulas y en los sindicatos. Quitarse el miedo a luchar contra el extremismo religioso, dejar de suscribirlo como un ámbito exento de crítica, promover el pensamiento crítico y los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes, sería una forma de colaborar con la paz sin amenazar las libertades.

Twitter: @Gabrielarodr108