Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de febrero de 2015 Num: 1040

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El acuerdo
Javier Bustillos Zamorano

Leonela Relys: elogio
de la maestra

Rosa Miriam Elizalde

Décimas para recordar
a Xavier Villaurrutia

Hugo Gutiérrez Vega

Szilágyi y la judicatura
Ricardo Guzmán Wolffer

Las mujeres de
Casa Xochiquetzal

Fabrizio Lorusso

Visiones de Caracas
Leandro Arellano

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Columnas:
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Cabezalcubo
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Alonso Arreola
Twitter: @LabAlonso

¿Whiplash?, perdón pero no

La sonrisa, los gestos, la elevación de los brazos de Papa Jo Jones mientras tocaba la batería. Eso es disfrutar la música, trascender el reto técnico para alcanzar la gracia. Busquen nuestros lectores del domingo su célebre solo de 1964 acompañando a Coleman Hawkins en la bbc de Londres al compás de “Caravan” (1936), elevadísima composición de Juan Tizol. Dan ganas de meterse a la pantalla, de abrazarlo. Pocas veces se puede presenciar semejante soltura en un músico que no olvida entretener al público y que aun así consigue nuevos y relevantes descubrimientos para el futuro de su instrumento.

Pues bien. Whiplash (Música y Obsesión), película de Damien Chazelle nominada a cinco premios Oscar (entre ellos Mejor Película y Mejor Actor de Reparto), es todo lo contrario al ser de Papa Jo Jones (enaltecido en su guión a través de una anécdota bien documentada y mal empleada). Nos parece, como tantas veces en el mundo de la entretenga, el producto de una ocurrencia con lagunas históricas (carece de rigor en su investigación), sin una asesoría artística seria (faltó un viejo lobo de mar que les pusiera límites), y que confía demasiado en el valor intrínseco del repertorio usado (maravilloso), así como en las capacidades histriónicas de sus convidados, en su buena fotografía y en algunos aciertos literarios.

Claro, la vieja idea del sufrimiento como umbral del éxito es toral en la trama. Sufrimiento necesario, gasolina del arte… sí, pero no de manera tan ramplona como se expresa en la película: un joven mimado (bueno, perdió a su madre) sueña con el éxito desde una postura gimnástica más que sentimental. Sabemos los beneficios del sufrimiento, pero no desde la utilitaria propuesta de “las 10 mil horas”. ¿Conoce el concepto? Aunque no se expresa de manera literal inunda la obra. Es el que supone que se deben tocar al menos tres horas diarias por diez años para alcanzar la grandeza en un instrumento. Eso ayuda, por supuesto, pero los golpes de timón en la historia de la música no los dan los atletas, perdón.


Papa Jo Jones

Otra falla grave es que los músicos que la nutren –y entre ellos los bateristas, aún más inverosímil– se ven convertidos en una suerte de bailarinas envidiosas peleándose por su lugar en la banda, como si se tratara del papel del Cisne Negro. Es absurdo porque la tesis de la competencia por ver quién es el mejor (sustento inagotable de Hollywood, trampa motriz en argumentos sin refinamiento) no es aplicable a un género construido a base de solidaridad e intercambio entre colegas desde los tiempos del algodón. Igualmente es una tontería que la velocidad de las manos –leimotiv del filme– se presente como el reto a superar. Y más hoy cuando podemos ver a tantos ejecutantes notables.

Está también el enaltecimiento de la Academia, otro sinsentido tratándose de jazz. ¿Cómo es que un verdadero maestro del género abusa del castigo –psicológico y físico– para sustituir lo que históricamente moldea a un creador de estirpe? Nos referimos a la calle, al contacto con los amigos, a la experimentación fuera de regímenes militares (como el de la cinta) relacionando la vida cotidiana y afectiva con lo que sale de alientos, cuerdas y tambores. ¿Cómo es que utilizan de ejemplo a seguir a Buddy Rich, cuando su figura en la batería fue tan polémica entre los grandes cats de su tiempo? ¿Cómo es que la vida autodidacta de Charlie Parker o del propio Jo Jones pretende servir a una filosofía tan rígida? La respuesta a estas preguntas nos parece solo una: con calzador. Ni siquiera los mayores detractores de Wynton Marsalis y su “renovación” del jazz en el Lincoln Center (mencionados en los diálogos) pueden atribuirle semejante visión.

No hay que dejarse engañar. Los actores, malos o buenos –o buenísimos, como J. K. Simmons, el desalmado maestro que impulsa Whiplash–, todos están al servicio de la historia y el director, determinantes para la eficacia. Por ello, seguir alimentando la idea de que una película es buena gracias a la actuación de alguien –por más que deseemos hacer valer la tarde de un domingo– lo único que consigue es reducir las posibilidades de una exigencia mayor en las audiencias, de una calidad mejor en los realizadores del mañana.

Como bien dice el maestro Fletcher cuando se “abre” ante el ambivalente Andrew en el bar (ambos personajes se resquebrajan): “No hay peores palabras que good job.” Así que nosotros no vamos a darle una palmadita en la espalda a esta cinta. Por el contrario, vamos a darle la espalda por atentar contra un género musical simbólico que no requiere sangre escurriendo en los tambores sino, como lo demostraba Papa Jo Jones, interrogantes honestas y sabiduría corriendo en las venas. (¡Suerte para Birdman!) Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.