Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de febrero de 2015 Num: 1040

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El acuerdo
Javier Bustillos Zamorano

Leonela Relys: elogio
de la maestra

Rosa Miriam Elizalde

Décimas para recordar
a Xavier Villaurrutia

Hugo Gutiérrez Vega

Szilágyi y la judicatura
Ricardo Guzmán Wolffer

Las mujeres de
Casa Xochiquetzal

Fabrizio Lorusso

Visiones de Caracas
Leandro Arellano

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Hugo Gutiérrez Vega

“Roma nun fa la stupida stasera”

El programa de televisión presentaba al cantante Andrea Bocelli en el muelle de Portofino. Andaba ya caminando la madrugada y me quedé dormido. Lucinda me despertó y oímos una canción de nuestros lejanos tiempos vividos en Italia, titulada “Roma, nun fa la stupida sta sera”. Se avivó la memoria y escuchamos la letra que mezclaba el italiano con el romanaccio y le pedía a la ciudad que favoreciera los amores: “spegne tutte le stelle/ piu’ brillarelle che c’hai,/ nasconneme la luna se  no so’ guai”. Esta canción pertenece a una exitosa comedia musical de fines de los cincuenta, Rugantino, interpretada por el actor y cantante Renato Rascel quien, unos años antes, había hecho el papel de burócrata desabrigado en la película de Lattuada Il cappotto, basada en el cuento de Gogol. Los recuerdos abarcan todos los sentidos: ahí estaba la canción, el olor de la pasta asciutta recién hecha, el sabor del spaghetti romano por excelencia, el sabio carbonara que cocina el huevo con su propio calor y se enriquece con la panceta crujiente y el queso pecorino bien rayado.

A principios de los sesenta, Roma pasó en poco tiempo del ensordecedor ruido de la Vespa, a la cinquecento. Las calles no estaban preparadas para recibir tanto vehículo y, a la hora de la pasta, el ballet de los agentes de tráfico perdía todo sentido. Por eso Rafael Alberti, jugando con el soneto quevediano, llama a la ciudad eterna: “garage inmenso”. Unos siglos antes, el maestro de la lírica, las moralidades y la sátira, don Francisco de Quevedo y Villegas, le dijo a la Roma saqueada por los mercenarios del César catoliquísimo Carlos i de España y v de Alemania:

cadáver son las que ostentó murallas,
y tumba de sí propio el Aventino.

También tiene razón al decir:

¡Oh Roma! en tu grandeza, en tu hermosura
huyó lo que era firme, y solamente
lo fugitivo permanece y dura.

Los años pasados en Italia nos entregaron la certeza de que cada esquina, cada pequeño pueblo, monasterio rural, iglesia renacentista, manierista o barroca son los más bellos del mundo.  En Italia se va de sorpresa en sorpresa, y la nueva hace que palidezca la anterior.

Veo las porticadas y las grandes torres de Bologna, y percibo el aroma del “bollito misto” y los “tortellini in brodo”. Recuerdo también las comidas de los jueves en nuestro apartamento de Via Lanciani: Lucinda preparaba platos mexicanos, Acenza hacía la pasta cotidiana, la pequeña Lucinda actuaba de intérprete simultánea, la sonriente Fuensanta consumía su porción de leche, que a veces desaparecía de las tiendas cuando había “sciopero”, y Mónica estaba preparándose para nacer. Asistían a estas comidas los jesuitas Ignacio Gómez Robledo y Claudio Favier y, algunas veces el obispo Méndez Arceo quien participaba en las sesiones del Concilio convocado por Juan XXIII, el Papa inteligente y bondadoso que, por razones inexplicables, fue canonizado con el más antiguo de los papas modernos, Juan Pablo II.

Con Claudio Favier, arquitecto, pintor, grabador, escultor y vitralista, recorrí varias ciudades de la ruta de la Serenísima. Pasamos varios días en Verona y, ya de regreso a Roma nos detuvimos en Parma y vimos la primera película de Bertolucci, “Prima della rivoluzione”. El entusiasmo de la izquierda italiana de esos tiempos se frustró por las divisiones y conflictos de grupo. Sin embargo todavía en algunas de las ciudades de esa región siguen en el poder los eficientes y actualizados comunistas. Compramos quesos y embutidos, y a  la sombra de un álamo hablamos de Pepone y don Camilo, los personajes de la jovial guerra fría descrita por Guareschi.

Acenza nos invitó una vez a su pueblo situado en las montañas “degli Abruzzi”. Fueron memorables las costillas de cordero al “scottadito” perfumadas por el romero silvestre, rosmarino para los italianos. En esa ocasión estuvimos  cerca del pueblo generoso y contradictorio, y de la realidad de una Italia que se modernizaba, pero  afortunadamente, seguía aferrada a algunos girones de la tradición republicana.

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