Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de febrero de 2015 Num: 1040

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El acuerdo
Javier Bustillos Zamorano

Leonela Relys: elogio
de la maestra

Rosa Miriam Elizalde

Décimas para recordar
a Xavier Villaurrutia

Hugo Gutiérrez Vega

Szilágyi y la judicatura
Ricardo Guzmán Wolffer

Las mujeres de
Casa Xochiquetzal

Fabrizio Lorusso

Visiones de Caracas
Leandro Arellano

Leer

Columnas:
Galería
Ricardo Guzmán Wolffer
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
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Cabezalcubo
Jorge Moch
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Germaine Gómez Haro
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Henri Matisse: dibujar con tijeras

El año pasado se cumplieron los sesenta años de la muerte del gran artista y figura central del arte del siglo XX, Henri Matisse (1869-1954). Diversas exposiciones conmemorativas se llevaron a cabo en varios museos del mundo, festejo al que se unió este suplemento con un artículo publicado el 2 de noviembre de 2014 por quien esto escribe. A manera de colofón de ese recorrido por la vida y obra del creador francés nos referiremos aquí a la magna exposición que se presenta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), inaugurada meses atrás en la Tate Modern de Londres: Henri Matisse: The Cut-Outs. Una exhibición ambiciosa e inusitada que se centra en el muy peculiar trabajo que realizara el artista durante la última década de su vida: los recortables –también conocidos como cut-outs en inglés o papiers decoupés, en francés–, una técnica fascinante y realmente poco conocida y valorada por el público no especializado.

A sus setenta años de edad, Matisse sufría de una salud precaria que lo mantenía postrado en una cama o anclado en una silla prácticamente todo el día, impidiéndole pintar en el caballete. En una charla con el escritor André Verdet en 1952, Matisse expresa: “Como me tengo que quedar tumbado gran parte del día, he decidido fabricarme un pequeño jardín a mi alrededor donde puedo caminar con mi imaginación.” Su buen talante y espíritu lúdico hicieron que su casa Villa Le Rêve en Vence, sur de Francia, y el Hôtel Régina en Niza, se convirtieran en laboratorios gozosos en los que desarrolló un corpus de obras de papel recortado que colocaba de piso a techo por todas las habitaciones. El catálogo de la muestra consigna un buen número de fotografías tomadas en diferentes momentos en esas casas, donde vemos al artista trabajando y cubriendo los muros con toda suerte de formas orgánicas, figurativas y geométricas, con la ayuda de sus fieles ayudantes quienes, bajo su supervisión, desarrollaron el delicadísimo proceso de prepararle los papeles pintados con gouache de todos los colores imaginables que el artista recortaba de una sola intención y sin previo dibujo con una habilidad sorprendente. Se presenta en la exhibición un video amateur filmado por Adrien Maeght que resulta absolutamente fascinante, pues se percibe claramente el gozo del pintor que toma las tijeras y no las suelta hasta conseguir las formas deseadas, unas más caprichosas que otras, inmerso en un estado de concentración que parecería casi en trance. Es un privilegio ver ese proceso en manos del artista, vislumbrar después en las fotografías las obras colocadas en las diferentes estancias de sus casas donde armaba las composiciones, pegándolas en los muros con alfileres, y finalmente poder apreciarlas ya montadas sobre superficies de papel y telas, exhibidas como obras de arte independientes en los muros del museo.


La piscina, 1952

La pieza central de la exhibición es el celebérrimo friso titulado La piscina, que Matisse realizó en 1952 como un divertimento personal en el Hotel Régina, para poder disfrutar de los bañistas que le encantaba ver en la Costa Azul pero no podía porque le prohibían estar bajo el sol y el calor. “Voy a hacer mi propia piscina”, dijo a su asistenta y modelo Lydia Delectorskaya, quien le colocó una cenefa a la altura de los ojos en todo el perímetro de la estancia, sobre la cual Matisse compuso una especie de danza acuática con sinuosas y sensuales figuras dinámicas en color azul ultramarino. La obra fue adquirida por el moma en 1975 y exhibida en una sala ambientada ex profeso para la pieza, pero por motivos de deterioro fue retirada hace veinte años, sometida a un complejo trabajo de restauración y ahora regresa en todo su esplendor a la vista del público.

La exhibición, integrada por más de cien obras, presenta también las hermosas piezas realizadas para sus impactantes publicaciones, como el célebre Jazz de 1947, considerado uno de los primeros grandes “libros de artista” del siglo, maquetas para escenografías de ballet, todos los diseños para la decoración de la Capilla del Rosario de Vence, que fue su última gran obra integral, y la serie icónica de los cuatro Desnudos azules que raramente se han expuesto juntos.

“Estoy en medio de mi propia jungla”, le divertía decir a Matisse a sus visitantes que no acababan de captar la magnitud de todos esos papiers decoupés que invadían su hábitat. Así se perciben las salas del moma, una jungla colorida que proyecta el “lujo, calma y voluptuosidad” que nadie ha plasmado como el gran Matisse.