Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 8 de febrero de 2015 Num: 1040

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El acuerdo
Javier Bustillos Zamorano

Leonela Relys: elogio
de la maestra

Rosa Miriam Elizalde

Décimas para recordar
a Xavier Villaurrutia

Hugo Gutiérrez Vega

Szilágyi y la judicatura
Ricardo Guzmán Wolffer

Las mujeres de
Casa Xochiquetzal

Fabrizio Lorusso

Visiones de Caracas
Leandro Arellano

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Columnas:
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La Jornada Semanal

 

Visiones
de Caracas

Leandro Arellano

¿Qué podemos decir de Caracas que no lo sepan todos? Nada más que nuestras propias visiones. Muchas ciudades históricas se han desarrollado a la vera del mar o a la vera de un río, con la vecindad de un volcán, la cercanía de un desierto o cualquier otro capricho topográfico. Ciudad de México es impensable sin la sociedad de los volcanes que la escoltan.

Esas formaciones naturales se convierten no sólo en seña particular, sino que se tornan divinidades tutelares. A Caracas la abriga y perfila una columna montañosa de verde enciclopédico que separa la ciudad del mar por unos metros. La opulencia de ese centinela perpetuo, coronado a menudo de nubes blancas o grises y de una como sonrisa satisfecha, se desdobla jubilosa hasta las calles de la urbe.

En la cima se escucha el resuello de los árboles y la visión hacia abajo es transparente y holgada. La elevación enseña que Caracas es una ciudad tropical y caribeña, a la que se disputan el cielo, el mar, la bulla y una luminosidad que se disuelve en la distancia.

Ubicada sobre la cintura ecuatorial, los amaneceres deslizan sobre la ciudad una luz regocijada. Un airecillo dorado la despierta con prisa. Caracas es un toponímico proveniente de la tribu que habitaba uno de los valles costeros de la actual ciudad, fundada por el conquistador español Diego de Losada, con el nombre de Santiago de León de Caracas, el 25 de julio de 1567.

Es irregular la topografía en que se asienta, rica en ondulaciones y regodeos. La infraestructura urbana es vasta y el enjambre de torres de concreto perfila su fisonomía. Por estos días atraen la mirada decenas de construcciones de vivienda en varios rumbos de la ciudad. El este acoge las urbanizaciones más desarrolladas, pero en el oeste habita la mayoría. Partiendo del centro rumbo al oeste, más o menos a una hora al volante, se desciende al aeropuerto de Maiquetía, junto al mar, y no alejado de ahí, al puerto de La Guaira, en el litoral donde se desahoga el ocio de los caraqueños.

Inclinados al clima frío, Caracas nos confirmó que la vida no va en línea recta.

Pero alguna deidad local vigila la temperatura. El Monte Ávila ataja las ondas cálidas que se desprenden de la costa y la altura de la ciudad amortigua los embates del calor y la humedad. El uniforme diplomático no ahoga ni fatiga en el vaivén cotidiano.

Adonde uno voltee, destella el verde imperioso de los árboles y la abundancia de plantas apologéticas. Aunque el verano reciente fue más bien seco, las lluvias de temporada tienen proporciones bíblicas.

En las calles predomina el mestizaje, bien que la población cabe en las distintas tallas y tonos de piel. Los hábitos colectivos los hacen vestir con la informalidad y ligereza propias del trópico y las imitaciones de Miami. Ellas llevan ropa ceñida: talle largo, cintura angosta, caderas vastas y piernas rectas y llenas es la norma. Más cercanas al ideal griego que a los modelos de las revistas femeninas. Y si es cierto que la cirugía es una industria floreciente, la materia prima ya da mucho de sí, producto quizás de la amalgama de gente arribada de distintos puntos del planeta el siglo pasado y de la alimentación que nutre a la población desde hace décadas. 

Es así también como ofrece variadas cocinas: española, italiana, portuguesa, peruana, china, libanesa, mexicana, japonesa, abundante carne asada e intensa cocina criolla. En todas partes, trátese de restaurantes o areperas, las porciones son enormes, acompañadas siempre de sus contornos –las guarniciones, como las llamamos en México–, con indudables ingredientes caribeños.

De pocos años acá invade la ciudad una marea de motociclistas, quienes disputan espacios a los automóviles y desafían la habilidad de todo el que maneja, igual que las normas de tráfico. Como en toda ciudad en desarrollo, el transporte público es azaroso y las motos combaten esa insuficiencia. El Metro es moderno y funcional, pero demanda nuevas líneas y más kilómetros de vía si ha de competir con las calles y avenidas sitiadas por el tráfico.  

Más que mercados populares, abundan los centros comerciales. Pasean allí las pasiones y los anhelos de los moradores de la urbe, y contra los afectos no valen razones, lo sabemos. Adentro, en alguna parte, se hallan tiendas de autoservicio, donde la población se abastece. ¿La alternativa? Surtidas misceláneas o un sí es no es de puestos callejeros.

Es la capital más al norte de Sudamérica y alberga fácilmente a más de cinco millones de habitantes. Aumenta su tamaño la anexión de las zonas conurbadas, igual que las entradas y salidas cotidianas de los visitantes. Sobre cualquier otro sitio, las multitudes se congregan en los estadios de beisbol, el deporte nacional, cuya calidad batea en las grandes ligas.

Aunque formalmente católico el país, nos llevó tiempo llegar a la Catedral de Caracas, ubicada en el Centro. Por fuera cuesta distinguirla de otros edificios vecinos. Más tarde descubrimos la Catedral bautista, una enorme Mezquita y la iglesia la Virgen de Guadalupe. 

La cultura es cosa íntima y no puede apreciarse sólo en un paseo por las calles. El número de universidades y escuelas superiores no es pobre. Las hay públicas y privadas, siendo la Central de Venezuela la mayor. La actividad cultural abunda y los espacios para teatro, cine, conciertos, exposiciones y otras manifestaciones son más que menos.

De prestigio enorme goza la categoría y universalidad del movimiento musical que envuelve al país entero, un fenómeno cultural desde cualquier punto de vista. En esa jurisdicción poseen acaso el mayor tesoro del hemisferio, con su sistema nacional de orquestas.

La ciudad es el espacio de convivencia por antonomasia. ¿Qué hay más dulce que la ciudad?, se preguntaba Tibulo hace 2 milenios, en la Roma de los césares. Somos y nos reconocemos en función de los demás, de nuestra relación con los otros.

No hemos andado Caracas como Dios manda todavía. Pero ello no nos impide consignar que si el movimiento es la primera manifestación vital, Caracas vive y se sacude, que la efusión del trópico se agita en cada una de sus venas y, desde su entraña inmensa y regocijada, el Monte Ávila la custodia sin alterarse.