Opinión
Ver día anteriorSábado 14 de febrero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Cada quien su verdad
L

a información, como la desinformación, ha sido siempre el dominio privilegiado de los poderes y de quienes aspiran a ejercerlo. Trátese de la actualidad, o de lo que se llama la Historia, escrita en los libros con la autoridad de la verdad histórica, al final es en las palabras, incluso más que en los hechos, donde la realidad del mundo aparece.

Hay las guerras donde mueren los hombres, y luego hay otros hombres que la relatan. Ningún guerrero de Troya sigue hoy vivo, y protagonista alguno de esa guerra puede hoy testimoniar. Sólo queda el testimonio de Homero: La Ilíada.

El mundo moderno se preocupa menos de la epopeya que de la propaganda y la publicidad. El bombardeo informativo en el universo de Internet y sus derivados, como Twitter, ha aumentado el escepticismo de los adeptos de las redes sociales. Sus aficionados ponen en duda cualquier noticia aparecida en los medios tradicionales, prensa escrita y audiovisual, los cuales, hasta hace poco, poseían el monopolio informativo.

El control de estos medios era, pues, una condición indispensable para quienes la ambición es conquistar el poder y mantenerse en él. Así, quienes hicieron caer los regímenes dictatoriales de los países del Este europeo se apresuraban a apoderarse de las telecomunicaciones.

Con la aparición de las redes del Net, las cosas han cambiado en forma radical. Un acto ya no puede ser anunciado unilateralmente, versión única, incontestable. Otras informaciones se cuelan, datos, a veces simples detalles, pero decisivos, que cambian la visión de los eventos y permiten asomarse a una realidad más cercana a la verdad. Muchas veces, en oposición directa con las versiones tendenciosas del poder.

Los internautas no sólo se transmiten informaciones censuradas, o simplemente omitidas, también analizan y dan su opinión. Y esto cambia el curso de las curvas en las gráficas de predicciones y de sondeos. Transforma, sobre todo y de manera decisiva, la opinión pública. Igual se trate de un asunto internacional que de uno estrictamente local. Los trasfondos, los movimientos tras bambalinas de los actores, antecedentes, contubernios o intereses, se ponen de manifiesto, se comunican y se expanden a través de las redes sociales.

En estos momentos, por ejemplo, los comunicados oficiales sobre las negociaciones a propósito de Ucrania difieren entre un bando y otro, pero cada uno parece, en sus primeras declaraciones, satisfecho de haber impuesto su plan. Los internautas aportan detalles, comentan, analizan: las cosas no suceden como quisieran hacerlo creer los discursos oficiales.

Tampoco en lo que toca a las negociaciones de Grecia con Europa. Trascienden presiones, compromisos. Alemania se ve acusada de ser ella la que debe dinero a Grecia, pues no ha pagado las indemnizaciones debidas por los desastres causados durante la Segunda Guerra.

De los acontecimientos en Siria, Irak, Nigeria, Israel, Palestina, Argentina y tantos otros conflictos explosivos en el planeta existen tantas versiones oficiales como países concernidos, cada una contraria a la otra. Esto recuerda la pieza de Pirandello: A cada uno su verdad. Wikileaks ha mostrado que la parte más importante de la verdad permanecía secreta. El poder puede perseguir un grupo. No puede acallar a los cientos de miles de internautas que aportan una información distinta.

Si en los asuntos internacionales, las redes sociales hacen variar la opinión pública, en los asuntos nacionales, las versiones oficiales se ven dinamitadas por la información que circula en Twitter. A tal extremo que ya no existe ninguna versión oficial de un acto cualquiera que pueda ser aceptada como indiscutible. Todo es cuestión de punto de vista, y hay tantos puntos de vista como individuos.

Es aquí donde el poder de las palabras halla sus límites y su impotencia. Hable cuanto quiera, escriba lo que desee, haga discursos ruidosos ante la ONU o ante la tierra entera, las palabras no tendrán nunca el estruendo de las bombas.