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Ver día anteriorMartes 17 de febrero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fariseísmos
D

urante la reunión llamada 300 líderes más influyentes de México, en septiembre pasado, el presidente Peña recordó que ya había dicho que la corrupción era un asunto de carácter cultural. Y me sostengo en este dicho, retó. Propuso entonces: “para hacerle frente tenemos que partir de reconocer esta debilidad y entonces a partir del fortalecimiento de instituciones que permitan combatir prácticas de corrupción, que permitan definir políticas que sirvan o que inhiban eventuales prácticas de corrupción, será como estemos avanzando realmente en la formación de una nueva cultura ética entre la sociedad mexicana.

“Adicionalmente, sé que los partidos políticos –aseguraba entonces–, estarán discutiendo, enriqueciendo y ampliando un tema pospuesto, pero que sin duda ocupará su atención, que es la comisión nacional anticorrupción. Todo aquello que permita fortalecer la capacidad del Estado, y aun así será insuficiente, si realmente la sociedad no asume como reto propio, gobierno y sociedad, de que tenemos que asumir una nueva actitud, recoger nuevos valores e ir modelando está nueva ética de la sociedad mexicana”, todo ello en ese correctísimo español.

Las tesis de la Presidencia no son explícitas sobre el lugar en que anida la inverosímil corrupción que México padece; que no sólo es de magnitudes insospechadas, sino que crece con velocidad meteórica. Tales tesis dejan translucir que esa repugnante conducta se ubica fundamentalmente en el sector público. Para corregir esa severa anomalía, EPN habla de acciones que debiera llevar a cabo el Estado, pero que sería fundamental la participación de la sociedad, con lo cual una posible lectura de sus tesis es que la sociedad algo debe tener que ver con la corrupción.

En una reunión como esa, la de los 300, con la presencia de altos funcionarios públicos encabezados por el jefe del Estado, los presentes saben que ahí se habla bajo la regla no escrita de la hipocresía. El Presidente se refirió a la corrupción sin violar esa regla. La corrupción mexicana es omniabarcante y el translúcido velo que pudorosoamente se le echa encima deja ver cada vez más lo que está detrás.

¿Es corrupta la sociedad? Está claro que hay muchos grados en el alcance de la corrupción. Resulta difícil decir que la sociedad toda es corrupta. Una parte significativa de la misma no puede sino vivir bajo la institución de la mordida: un trámite, evitar un multa, son pequeños actos de corrupción. El inmenso pobrerío no tiene acceso a ese privilegio. Pero en la sociedad civil sí que hay corruptos que, en connivencia con funcionarios públicos, cometen juntos inmensos actos de corrupción. En los meses recientes hemos visto ríos de corrupción que emergieron a la superficie, en los que están involucrados políticos de todos los colores y empresarios de to­do tipo.

¿La casa blanca y la otra, y la de Malinalco y todo lo demás, y todos los demás? Qué le vamos a hacer, es producto de la cultura. Ahora que contemos con el fortalecimiento de instituciones que permitan combatir prácticas de corrupción, que permitan definir políticas que sirvan o que inhiban eventuales prácticas de corrupción, será como estemos avanzando realmente en la formación de una nueva cultura ética entre la sociedad mexicana. ¿Será?

Del tal propósito de fortalecimiento institucional surgió la primera propuesta, del candidato Peña, de desaparecer la inútil Secretaría de la Función Pública y crear la comisión nacional anticorrupción. ¿Qué ha ocurrido? Está en la (muy eficaz) congeladora legislativa. Pregunta pueril: ¿puede un grupo nutrido de socios del sistema de corrupción que rige al país diseñar una ley que cree una comisión nacional anticorrupción genuina y efectiva? ¿Por qué pasan los meses y los años y no se aprueba ninguna ley con esos propósitos?, ¿se requiere crear sutilísimos agujeritos en esa ley que permita eludirla y no han dado con ellos ni con los términos que hagan consenso entre los legisladores?

La sociedad informada, o buena parte de ella, sospecha del contenido efectivo de esa ley. Pero el que no pueda ser aprobada aumenta la sospecha. Frente a ese hecho de antipolítica pura, EPN con un gesto de mago reaparece a la Secretaría de la Función Pública y nombra a su subordinado Virgilio Andrade. La sociedad informada recibe con ese otro hecho de antipolítica pura, un insulto desquiciante y así es declarado por mil voces en todos los puntos cardinales del país.

Y ¿qué hace? la clase dominante. Una muestra invaluable como factor de explicación de la corrupción es esta: Por ningún motivo permitiremos (sic) que se metan a los cuarteles, sostuvo el presidente de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo, Enrique Solana Sentíes, luego de la firma de un convenio entre el Consejo Coordinador Empresarial y las secretarías de Marina y Defensa, con la presencia de los titulares de ambas dependencias. No permitiremos: he ahí a quienes se saben dueños del Estado y en particular de las fuerzas armadas…; no vamos a abrir todos los cuarteles del país (¡sic!) porque quieren ver si están ahí o no los muchachos. Es meterse a las entrañas de la sociedad mexicana, la parte más íntima de nuestro ser y dijimos que no aceptamos que se abran los cuarteles a nadie que no sea el Ejército. Todo el mundo corrupto mexicano tiene pavor de que los mexicanos brutalmente afectados vean qué se esconde en las mazmorras del sistema. La corrupción, viento en popa.