Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 22 de febrero de 2015 Num: 1042

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las mujeres, los
poderes, la historia,
la leyenda

Vilma Fuentes

Dos ficciones
Gustavo Ogarrio

Javier Barros Sierra
en su centenario

Cristina Barros

Un educador en
la Universidad

Manuel Pérez Rocha

Un hombre de una pieza
Víctor Flores Olea

Javier Barros Sierra y
la lectura de la historia

Hugo Aboites

El rector Barros Sierra
en el ‘68

Luis Hernández Navarro

Domingo por la tarde
Carmen Villoro

Leer

Columnas:
Tomar la palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Barros Sierra encabeza la marcha contra la violación de la autonomía, 30 de julio de 1968.
Cortesía IISUE/AHUNAM/cu4626-17

Manuel Pérez Rocha

En 2010, el Senado de la República le otorgó de manera póstuma
la medalla Belisario Domínguez.
Fue el primer director del Instituto Mexicano del Petróleo, en 1966.

Brindar ejemplo a los jóvenes universitarios fue, según declaró el ingeniero Javier Barros Sierra, uno de los propósitos de su actuación durante el conflicto de 1968. Y sin duda, su congruencia, compromiso con la verdad y valentía tuvieron el fruto deseado, y muchos más. No sin exageración el movimiento de 1968 es considerado un parteaguas en la historia de México, y esto es así porque la actuación de los estudiantes, siguiendo el ejemplo de Barros Sierra, se tradujo no sólo en una confrontación con el autoritarismo reinante, sino también en un amplio movimiento de las conciencias.

Pero el ingeniero Barros Sierra no sólo fue educador por ese camino, su actuación como rector de la unam estuvo llena de iniciativas y acciones con profundo sentido educativo, como había ocurrido años atrás cuando dirigió la Facultad de Ingeniería de la propia UNAM. Se dirá que sobra señalarlo, pues esa es la función de todo directivo de una institución educativa. Sin embargo, debe subrayarse ese carácter de su actuación, ya que hoy las “autoridades educativas” de este país, ignorantes de la complejidad de las tareas a su cargo (no entienden que no entienden), se conciben a sí mismas y actúan como meros administradores, como promotores de técnicas de moda (y negocios), y como políticos pragmáticos.

Consciente de la complejidad de la tarea educativa, y de la necesidad de cambios profundos, Barros Sierra, el educador, inyectó a nuestro sistema universitario una “bocanada de aire fresco”, de ideas liberales opuestas a las prácticas excluyentes y las políticas trasnochadas reavivadas en la UNAM por los intereses corporativos, de los médicos, los abogados y también de los ingenieros. Estas anacrónicas posturas habían sido llevadas al extremo por su antecesor en la Rectoría, el doctor Ignacio Chávez, quien había impuesto en esa institución reformas inspiradas por sus convicciones clasistas y aristocratizantes confundidas con “meritocracia”.

Este no es un señalamiento gratuito: el propio Chávez expuso esas ideas, con enjundia, años después de salir de la Rectoría, al recibir la medalla Belisario Domínguez. Su ideal de país, su “utopía” dijo, era una sociedad estratificada, dirigida por “sabios”, alimentada por un sistema educativo también estratificado, una “pirámide” explicó, en cuya cúspide (la Universidad) se formarían los hombres selectos destinados a gobernar. Por tanto, según el prestigiado cardiólogo, era esencial establecer mecanismos de selección, nivel por nivel del sistema educativo, y también en la Universidad, la cual era concebida como un aparato de rigurosa selección “de los mejores”. Para ello se modificaron los reglamentos de inscripción y exámenes, poniendo límites y requisitos que, so pretexto de la “excelencia académica”, redujeron sin justificación diversos derechos de los estudiantes.

El resultado fue un lamentable episodio que condujo a la renuncia de Chávez. Le sucedió el ingeniero Barros Sierra quien, poco después de tomar posesión, propuso al Consejo Universitario nuevos reglamentos, coherentes con una concepción distinta de universidad. En palabras de otro liberal consecuente, el profesor Henrique González Casanova, uno de los colaboradores cercanos de Barros Sierra, se trataba de que junto al derecho a la libertad de cátedra, la libertad de enseñanza, estuviera garantizado el derecho a la educación, la libertad de aprender. Se eliminaron, pues, diversas barreras injustificadas para estudiar, y para demostrar en los exámenes lo aprendido.

Al mismo tiempo, se pusieron en marcha acertadas medidas para enriquecer la educación universitaria y elevar el nivel académico: revisión de planes y programas de estudio, modernización (flexibilización) del diseño curricular, fortalecimiento de bibliotecas y laboratorios, y la creación de instancias especializadas en la investigación de los complejos asuntos educativos, entre ellas la Comisión de Nuevos Métodos de Enseñanza y el Centro de Didáctica. Estas dos dependencias universitarias fungieron también como promotoras de renovación de las prácticas académicas. En la administración se crearon una pionera Comisión Técnica de Planeación Universitaria, y un novedoso sistema de presupuestos por programas, se integraron equipos de personal administrativo especializado en cada dependencia y se reorganizó y modernizó la Comisión Técnica de Administración.

La UNAM tomó un nuevo camino, se expandió la matrícula que estaba limitada solamente por las restricciones económicas, más severas conforme la institución hacía efectiva su autonomía, y se revitalizó y saneó la vida estudiantil cuyas organizaciones habían sido corrompidas por anteriores administraciones de la institución. Este es un recuento mínimo de acciones que en cuatro años, en condiciones difíciles, permitieron encauzar la vida universitaria y fomentar el desarrollo de sus funciones sustantivas.

El rector Barros Sierra era un hombre culto y sensible. De formación ingeniero y matemático, se había dado a sí mismo una rica cultura en el ámbito de las humanidades. La literatura, la filosofía y la historia eran campos que frecuentaba, de ellos hablaba con erudición y soltura, y con eficacia los impulsó en la unam, tanto en la docencia como en la investigación y la difusión cultural. Mención especial merece su pasión por la música y su apoyo para que esta manifestación del espíritu humano ocupara un lugar central en la vida de la Universidad. En estos empeños se manifestaba también su compromiso de educador pues, para él, educación y cultura eran una misma tarea.

En estos días se cumplen cien años del nacimiento del ingeniero Javier Barros Sierra. Sería de gran provecho revisar sus ideas y realizaciones como educador, en especial ahora que la sep se ha mostrado incapaz de formular la reforma educativa que urge en este país y la propia unam navega sin rumbo.