Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 22 de febrero de 2015 Num: 1042

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Las mujeres, los
poderes, la historia,
la leyenda

Vilma Fuentes

Dos ficciones
Gustavo Ogarrio

Javier Barros Sierra
en su centenario

Cristina Barros

Un educador en
la Universidad

Manuel Pérez Rocha

Un hombre de una pieza
Víctor Flores Olea

Javier Barros Sierra y
la lectura de la historia

Hugo Aboites

El rector Barros Sierra
en el ‘68

Luis Hernández Navarro

Domingo por la tarde
Carmen Villoro

Leer

Columnas:
Tomar la palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La Jornada Semanal

 

Víctor Flores Olea

Javier Barros Sierra, defensor de la autonomia universitaria.

Pocos nombres y hombres se recuerdan en la Universidad Nacional Autónoma de México con el respeto y cariño con el que se hace por Javier Barros Sierra, por sus calidades académicas pero, sobre todo, por la valentía y dignidad que mostró durante su rectoría al frente de la unam en los muy complicados tiempos del año 1968. Valentía y dignidad políticas, entre muchas otras virtudes, siempre en el más riguroso respeto a la ley. Y, desde luego, por su invariable y ejemplar defensa de la autonomía universitaria, violentada gravemente por las autoridades federales, cuyo titular como presidente de la República era Gustavo Díaz Ordaz, de tan mala memoria entre una gran mayoría de mexicanos.

Muchos tendrán presente que fueron aquellos tiempos de la Rectoría de Javier Barros Sierra al frente de la Máxima Casa de Estudios, como decíamos, por los días en que tuvo lugar lo que hoy se conoce como el “movimiento estudiantil y popular de 1968”. Tiempos extraordinariamente difíciles para el país y para la UNAM, para el conjunto de las instituciones de enseñanza superior en México y, desde luego, para muchos mexicanos que cayeron asesinados el 2 de octubre de ese año, víctimas también de la represión masiva que se impuso severamente.

No podemos dejar de pensar en aquellas tragedias que vivió buena parte del pueblo de México, sobre todo su sector juvenil y estudiantil, y en el hecho de que entre tanta violencia y brutalidad brillara como una esperanza la figura de Javier Barros Sierra, quien reaccionó invariablemente con inteligencia y gallardía en favor de la democracia en nuestro país y, desde luego, en la defensa valiente de la autonomía universitaria y de los derechos humanos de los mexicanos.

Todavía recordamos el mitin realizado en la gran explanada de la Universidad, al día siguiente de la destrucción, por una bazuca del Ejército, de la puerta principal del Colegio de San Ildefonso, que albergaba a la Preparatoria número 1, y que fue de alguna manera la “chispa que incendió la pradera”, que atizó el fuego del movimiento y de la protesta popular. Javier Barros Sierra afirmó entonces: “Hoy, más que nunca, es necesario mantener una enérgica prudencia y fortalecer la unidad de los universitarios. Dentro de la ley está el instrumento para hacer efectiva nuestra protesta. Hagámoslo sin ceder a la provocación.”

También anunció que encabezaría una “manifestación en la que presentaremos, fuera de la Ciudad Universitaria, nuestra demanda de respeto absoluto a la autonomía universitaria”. Para el rector, en aquella movilización se dirimían “sin ánimo de exagerar […] no sólo los destinos de la Universidad y el Politécnico, sino las causas más importantes, más entrañables para el pueblo de México. Por primera vez, universitarios y politécnicos, hermanados, defienden la vigencia de las libertades democráticas en México”, enfatizó.

La historia de los países se va tejiendo con hilos complicados y contradictorios. En tales circunstancias, la figura del rector Javier Barros Sierra brilló con luz propia y con el reconocimiento entusiasta de los universitarios y de los sectores más lúcidos y progresistas del país.

La subsecuente gran manifestación masiva y universitaria, el 1 de agosto de 1968, sólo llegó, por la prudente recomendación del propio rector que la encabezaba, por la Avenida Insurgentes, hasta la calle de Félix Cuevas y regresó a la Ciudad Universitaria, ya que se confirmó la presencia de fuertes contingentes militares pertrechados a la altura del Parque Hundido y en otros puntos de Ciudad de México (incluido el Zócalo), que hubieran muy probablemente provocado enfrentamientos y violencia en contra de los estudiantes. Prudente medida, decíamos, que por fortuna fue atendida por la masa estudiantil que participó en la marcha.

El rector Barros Sierra, entre otros conceptos, expresó en aquella ocasión: “Permanezco al lado de los universitarios en su protesta contra los ataques a nuestra autonomía y en sus manifestaciones pacíficas tendientes a la reivindicación de su personalidad estudiantil ante el pueblo de México. Durante casi cuarenta años la autonomía de nuestra institución no se había visto tan seriamente amenazada como ahora.”

No se trata de reproducir con detalle la secuencia de hechos que llegaron a la trágica tarde del 2 de octubre en Tlatelolco, que representa uno de los momentos más desdichados de la vida nacional, pero sí de responder a quienes guardan dudas sobre los resultados históricos, a más largo plazo, en el país, de aquellas pacíficas y enormes movilizaciones que encarnaron el movimiento del ‘68.

Tales movilizaciones, orientadas sobre todo a ampliar los cauces democráticos en México, originaron desde luego una enorme apertura e incluso, en gran medida, la democratización de las relaciones sociales. Probablemente no tuvieron el efecto de hacer realidad la democratización política del país, pero sí transformaron en gran medida las relaciones sociales en múltiples dimensiones, desde luego en los centros de enseñanza pero también en el aspecto familiar y social, en que se “democratizaron” tales relaciones, limitándose severamente los autoritarismos anteriores y abriéndose en muchos aspectos las libertades de expresión y asociación, digamos con efectos positivos hasta la fecha. Se pagaron muy caras esas conquistas que, al fin y al cabo, han definido en buena medida hasta nuestros días la vida social y aun política del país.

Javier Barros Sierra, sobre todo desde la unam y en su vida pública en diferentes funciones, contribuyó de manera excepcional, con muchos otros mexicanos, a este indudable ensanchamiento de las libertades sociales y políticas en México y es por eso, entre muchos otros motivos, que le rendimos este sentido homenaje en ocasión del centenario de su nacimiento.

Por supuesto no fue sólo Javier Barros Sierra sino muchos otros universitarios de excepción, quienes contribuyeron entonces y ahora a esta ampliación de las libertades en México. Destaca también la figura y el papel que ha desempeñado Pablo González Casanova, que le siguió a su paso por la rectoría y que ha contribuido, también como muy pocos, a luchar por la autonomía universitaria y por las libertades democráticas en México, desde luego en su función de Rector pero también como intelectual que ha contribuido enormemente a la defensa de los desheredados y de los derechos políticos y sociales de los mexicanos, entre otra tareas analizando lúcidamente el papel y función desempeñados por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).