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Barros Sierra, a 100 años de su nacimiento
El humanista que cambió el paisaje cultural del país

Con el ingeniero, la UNAM vivió una de sus mejores épocas

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Barros Sierra, uno de los artífices de la defensa de la autonomía universitariaFoto Cortesía de Cristina Barros
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El ingeniero fue un hombre de una cultura y una rectitud extraordinarias, asegura Margo GlantzFoto Cortesía de Cristina Barros
 
Periódico La Jornada
Miércoles 25 de febrero de 2015, p. 6

Parámetro político y moral para miles de jóvenes y ciudadanos en el México en los años sesenta, Javier Barros Sierra es recordado hoy en día en el ámbito intelectual como un hombre digno, valiente y humanista que cambió el paisaje cultural del país.

La escritora y articulista de La Jornada Margo Glantz, quien conoció al ingeniero a principios de los años sesenta, cuando Barros Sierra fue secretario de Comunicaciones y Transportes y le publicó su primer libro, Crónicas extranjeras (1963), fue su colaboradora cuando don Javier llegó a la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Glantz le propuso el proyecto de editar una revista para jóvenes, Punto de partida, “porque los estudiantes universitarios no tenían entonces un lugar para expresarse. El rector aceptó mi propuesta. Hice 20 números. Generosamente asistió a varias entregas de premios.

Tenía una personalidad extraordinaria, de gran fuerza y sentido del humor; era apuesto, firme. Las mejores épocas que tuvo la UNAM fueron cuando él fue rector. Fue un hombre de una rectitud y una cultura extraordinarias; fue un melómano; del tipo de hombres íntegros que nos hacen falta en este país. El ingeniero aceptaba todas las cosas que pudieran favorecer a los jóvenes, proyectos que quizá con otro rector no se habrían constituido, detalla Glantz.

La revista Punto de Partida, que todavía existe y es un importante foro de difusión de la incursión de los universitarios en las letras, comenzó publicando los trabajos de los alumnos de Filosofía y Letras –donde la escritora era catedrática–, y luego la invitación se extendió a otras facultades de la UNAM. Se organizaron concursos, talleres de escritura, de ensayo, varia invención y narrativa.

Todo ello, continúa Glantz, “lo impulsó Barros Sierra, lo cual demuestra el interés que tenía en los jóvenes. Muchos de los chicos que publicaron en Punto de partida participaron después en el movimiento del 68, el cual el rector respetó y dirigió en cierta medida, en una época muy difícil para el país. Con nostalgia y admiración recuerdo cuando encabezó la marcha del 68.”

El ensayista y profesor universitario Víctor Flores Olea también recuerda con emoción aquellos años cuando don Javier renunció a la rectoría y se lo hizo saber a la Junta de Gobierno. Tengo entendido que lo hizo porque sintió una presión muy especial de parte de las autoridades de la época, en particular del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Pero lo que fue muy emocionante es que la universidad entera se levantó pidiendo al rector que no renunciara, y hubo posiblemente centenares de cartas a la Junta de Gobierno y al propio rector diciéndole que la UNAM no estaría en mejores manos que en las suyas, y que lejos de renunciar debería reafirmarse como rector.

Para el poeta Hugo Gutiérrez Vega la obra de Barros Sierra en materia de difusión cultural fue grande y ambiciosa: “fue la época de la fundación de revistas como Punto de Partida, de la consolidación, precisamente, de la dirección general de Difusión Cultural de la UNAM (cuyo titular fue el periodista e historiador Gastón García Cantú), de la Filarmónica y de una rectoría que estaba no sólo involucrada, sino coordinando muchas de las actividades culturales.

“Es uno de los reactores más creativos y sólidos que ha tenido la universidad. Su legado es la dignidad, la valentía, la defensa de valores humanos y la defensa de la UNAM, lo cual se reflejó, por ejemplo, en la programación que tuvo la Casa del Lago, que vivió en esos años una época muy importante: no había censura ni forma alguna de control o manipulación en materia de experimentación artística.

La cultura en la UNAM en esos año estuvo a la vanguardia, tanto en artes plásticas como en música y poesía, todo gracias al clima de libertad de un rector laico, liberal, digno y valiente como lo fue Barros Sierra.

En opinión de Gerardo Estrada, sociólogo y ex director del Instituto Nacional de Bellas Artes, en Javier Barros Sierra la cultura no fue una pose ni un camino de relaciones públicas; fue una auténtica pasión que quiso compartir con los universitarios, sabiendo que los valores que se reclamaban para la universidad, libertad e imaginación, tenían una de sus mejores expresiones y aliadas en el mundo del arte y la cultura.

Estrada explica que aquellos años sesenta fueron una “época de escepticismo, pero sobre todo un momento iconoclasta, particularmente para las figuras adultas y vinculadas con el dinero y la política. Momento de renovación en el que se trasformaron algunos de los valores más sólidos en los que se habían fundado las sociedades: la fragilidad femenina frente al machismo reinante; en que los medios de comunicación rompían las barreras del espacio y del tiempo: televisión global, aviones supersónicos, viajes al espacio, y en que la música de los jóvenes se convertía en lenguaje universal. Por ello, resulta sorprendente que hayan surgido figuras sociales y consecuencias políticas de gran envergadura.

“Toda proporción histórica guardada con otros personajes, en México surgió una persona que se convirtió en parámetro político y moral para miles de jóvenes y ciudadanos en México: Javier Barros Sierra.

“Haber tenido 20 años y ser estudiante universitario en la década de los sesentas es algo que sin duda hoy, visto a distancia, fue un privilegio enorme. Haber vivido la UNAM bajo la rectoría de Barros Sierra fue un privilegio más. Contar con figuras de autoridad a las que respetábamos y admirábamos es algo que no se ve mucho en estos tiempos.

Fue no sólo a partir de 1968 un personaje clave en nuestra historia, sino desde antes de que asumiera la rectoría. Fue uno de los grandes ingenieros que construyeron la estructura de México, gran empresario, académico de renombre y un hombre culto y humanista.

El actual coordinador ejecutivo del Auditorio Nacional considera que la inclusión de Barros Sierra en la historia reciente de México “no ha sido suficientemente apreciada, por todavía encontrarse en el purgatorio de las pugnas políticas. Hoy, al llegar la fecha en que cumpliría 100 años, se hace necesario un justo reconocimiento y una revaloración de su obra como educador y como líder.

“Habiendo tomado las riendas de la UNAM después de una de tantas crisis, Barros Sierra se dio tiempo para dar continuidad a la línea que se había establecido desde la época de Jaime García Terrés en difusión cultural en las rectorías de Nabor Carrillo Flores e Ignacio Chávez. Contribuyó a transformar la vida cotidiana de los estudiantes universitarios y también cambió el paisaje de la cultura mexicana, abriendo las puertas no sólo a nuevos protagonistas y generaciones, sino a nuevas expresiones.

Bastaría con recordar la presencia inolvidable y formativa de Eduardo Mata y la Orquesta Filarmónica de la UNAM en el auditorio Justo Sierra, conciertos a los que acudíamos acompañados por el rector; de las grandes exposiciones del Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUCA), a cargo de Helen Escobedo, así como de las funciones de teatro en la Facultad de Arquitectura y el teatro Arcos Caracol en las distintas facultades, así como la intensa vida de la Casa del Lago, para ilustrar este maravilloso panorama.

Por su parte, el jurista e investigador de la UNAM Diego Valadés señala que cuando se produjeron los trágicos acontecimientos de 1968, “la vida cultural universitaria había tomado un ritmo fascinante. Las actividades musicales a cargo de Eduardo Mata, las cinematográficas bajo la conducción de Manuel González Casanova, los proyectos literarios, como Punto de Partida, con Margo Glantz al frente, que tanto contribuyó a la formación de nuevos escritores, la Revista de la Universidad y el periódico juvenil Los universitarios, además de las innovadoras actividades teatrales y coreográficas, todo dirigido por ese excepcional personaje de nuestra cultura que fue don Gastón García Cantú, hicieron que en el inolvidable rectorado de don Javier Barros Sierra en la UNAM fuera uno de los ámbitos más dinámicos y abiertos de la cultura en México.

Uno de los grandes aciertos del rector Barros Sierra fue haber integrado un excelente equipo de trabajo, que incluía al brillante secretario general Fernando Solana. En Difusión Cultural fue crucial la presencia de don Gastón, un genuino maestro que inspiraba devoción por la historia nacional y que impulsó la cultura como un poderoso instrumento de cambio democrático y social. El rector y el director de Difusión Cultural estaban convencidos de que la juventud universitaria debía formarse en las aulas, en las bibliotecas, en los museos, en los espacios de la creación y del debate cultural. Su lección fue fructífera y duradera, concluye Valadés.